El cineasta argentino Pablo Agüero hace aterrizar a Saint-Exupéry en Praga con una aventura asombrosa
Saint-Ex, la última película del cineasta argentino Pablo Agüero, acaba de ser presentada en el Festival de Cine Francés en Praga. RPI conversó con el director sobre sus orígenes humildes en la Patagonia, los cuatro años que le llevó realizar esta obra acerca de una aventura increíble, que tiene a Antoine de Saint-Exupéry como protagonista, y por qué, para apreciarla al máximo, es necesario “creer para ver”.
La voz calma, algo tímida, de Pablo Agüero, contrasta con la potencia de las imágenes que capta su lente. Nacido al pie del Aconcagua, creció en una cabaña sin luz ni agua corriente. Hace un tiempo, se juntó a tomar un café con Diane Kruger y la convenció de actuar en una película sobre Saint-Exupéry. Antes, ganó prestigiosos premios. Antes, tuvo que robar una cámara de una universidad para empezar a hacer cine.
El director argentino, consagrado y multipremiado por películas como Primera Nieve, Eva no duerme, Akelarre, entre otras, llegó a Praga en el marco del Festival de Cine Francés, en el que se presentó su película Saint-Ex. De producción franco-belga, esta obra, que sobrevuela las alturas patagónicas, ha reunido a Louis Garrel, en la piel de Antoine de Saint-Exupéry, a Vincent Cassel, quien interpreta a un amigo del famoso escritor y piloto francés, y a la mencionada actriz alemana, cuyo encanto, hasta el momento, solo ha sido resistido por el Coronel Hans Landa.
Agüero dice que la inspiración para realizar este film le vino de su infancia.
“Yo nací en el pie de la Cordillera de los Andes, al pie del Aconcagua, exactamente en el lugar donde sucede toda esta historia. Yo crecí en una cabañita muy pobre; no teníamos electricidad, ni agua corriente, ni tele ni cine, por supuesto. Así que mi primer acceso a lo imaginario y a la cultura fue a través del dibujo. Yo aprendí, en parte, a leer y a escribir, con El Principito. Es uno de esos libros que están en todos lodos. Incluso, no tenía ni papel para dibujar, a veces dibujaba en el mismo libro”.
Desde los seis años hasta los 15, se dedicó a dibujar y a escribir. Dice que para sobrevivir. Esta misma misión tiene Henri Guillaumet en el film, ya que como piloto de la compañía Aeropostale, sufre un accidente con su nave entre las cumbres andinas, y, para peor, en invierno. Es el año 1930 y la acción no solo ocurre en la película, sino en la vida real. Esta historia, aunque no tan conocida y más cercana a la fantasía que a la realidad, es un hecho verídico.
“De alguna manera, digo que es mi primera película, mi primer proyecto. Muchos años después, ya habiendo emigrado a Francia, después de haber hecho mucho cine, volví a pensar en esta historia. Y encontré el relato de Guillaumet, el amigo de Saint-Exupéry, que tiene el accidente allí en las montañas. Es una historia extraordinaria, una de las más increíbles del siglo XX”.
Creer para ver
“Hay que pensar que es lo más alto en el mundo, después del Himalaya”, dice Agüero. Hay que pensar que el director pasó largos meses en ese mismo punto con su cámara para captar las impactantes imágenes que se pueden ver en esta pieza, cuyo estreno en los cines europeos es el 22 de diciembre. Teniendo en cuenta el espectacular escenario natural, la misión del protagonista, que consiste en rescatar a su amigo del frío glacial de los Andes, y las características de un personaje tan potente que llegó a ser héroe de guerra, la película terminó tomando la forma de una gran aventura. Sin embargo, “no es Top Gun”, advierte el realizador argentino.
“Fue un rodaje muy complejo. Fueron tres años de fabricación de la película, tres años de rodaje, de pruebas de posproducción, de tener que rodar de nuevo”.
Agüero dice que, para disfrutar de esta obra al máximo, es necesario aproximarse a ella con algo de inocencia. “Creer para ver”, aconseja. Su sugerencia se aprecia especialmente cuando vemos al héroe de esta historia abrazado a una foca dentro de un avión. O cuando unos ayudantes de pista tocan una pieza de tango dando golpes a una aeronave. O cuando el protagonista atraviesa una tormenta de nieve a pie, al grito de “¡Guillaumet, Guillaumet!”. O cuando el avión de Saint-Exupéry planea entre cóndores y un sol tibio que lucha por abrirse paso entre las nubes.
La intención de forzar los límites de la imaginación tiene mucho que ver con la propia historia del realizador.
“Mi madre me decía ‘tenés que adaptarte a la realidad. Si yo me hubiera adaptado a la realidad, estaría todavía allá, sin electricidad, nunca habría hecho cine. La realidad es algo que se crea. Hay películas que nos dicen ‘esto es la realidad’, pero una película no es la realidad, es una construcción”.
Un reflejo como el de Lago Diamante
¿Estamos viendo en la pantalla una proyección, al menos en parte, del mismísimo Agüero cuando se hace visible Saint-Exupéry? Soñador. Imaginativo. Temerario. Los epítetos les caben a ambos. Ambos, también, pasaron largo tiempo entre las montañas durante la época más dura del año. Según el director, la imaginación no alcanza para planificar lo que, en estas condiciones, ofrece la naturaleza.
“Fuimos a lo alto de la Cordillera de los Andes, en pleno invierno, a -40°C, a esperar que el sol saliera de detrás de tormentas de nieve. Entonces, no se sabe exactamente qué va a pasar ahí”.
Como advirtió el cineasta, esto no es Top Gun, y cabe preguntarse si el mismísimo Tom Cruise se hubiera animado a tanto.
Es que, una vez más, la realidad y la ficción se mezclan. La obra y la vida del autor, también. Saint-Exupéry también vivió en Argentina, país que le brindó, en parte, la inspiración para su obra literaria más conocida. Aquel vasto país en el sur del mundo puede, evidentemente, estimular la imaginación, pero, al igual que las montañas en invierno, raramente ofrece una aventura sencilla.
“En Argentina, la mayoría de los directores salen de la Universidad del Cine, de la FUC. Hoy lo puedo decir porque hay prescripción: yo robé la cámara de la FUC, la robé para hacer cine, la robé para filmar las películas. Y filmé con película vencida. Trabajé un año para alquilar tres horas de la sala de montaje de Pablo Trapero, que era el modelo de alguien que hacía cine sin plata. Y ahí me di cuenta: haces cine ‘sin plata’ si estás en una universidad que tiene una gran cantidad de equipamiento, que pagas muy caro, que tienes estudios… fui tomando consciencia de que había una parte de mito en todo eso. Pero eso no me detuvo. He estado de inmigrante clandestino en Europa y veía personas que tenían un doctorado, trabajando de mozos en un bar. Y yo dije ‘no, yo voy a escribir películas; si tengo que dormir en la calle, yo voy a seguir escribiendo’. A mí me funcionó así”.
El Gólem no duerme
Ya que realizamos esta entrevista en Praga, por un momento nos permitimos dejar a Antoine de Saint-Exupéry, su foca, su amigo Henri Guillaumet y su fiel esposa, Noëlle Guillaumet, en las montañas patagónicas, y nos concentramos en el vínculo de Pablo Agüero con esta ciudad. Para su desgracia, el realizador argentino apenas tiene unas horas para pasearse por las calles de la capital checa y, entre todas las entrevistas que debe conceder a medios internacionales, apenas tendrá suficiente energía para tomar un vuelo de regreso a su casa en París. Eso sí, en un avión más confortable que los de los años 30.
A pesar del apuro, de los periodistas y de la emoción por presentar una obra monumental en una ciudad que no le queda chica, Agüero se toma un instante para confesar que su vínculo con la Madre de las Ciudades también viene montado sobre las alas de la literatura.
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“Lo que más me marcó fue El Gólem, de Gustav Meyrink, por supuesto, Kafka también, pero a Kafka no lo relaciono tanto con Praga. Para mí, la inmersión en Praga fue El Gólem. Yo vivo en París hace mucho, y cuando camino por París de noche, en realidad visualizo la Praga de El Gólem, de tanto que me impresionó. Antes de venir a Europa, no conocía ciudades así, milenarias, con grandes ríos y piedras y puentes”.
Antes de la llegada de la primera nieve, quién sabe si Agüero se irá de la ciudad con la idea de un gólem que no duerme. Por el momento, su último film aún tiene por delante la misión de hacer soñar. Según confiesa, ese es su mayor deseo. Aunque cuando lo dice, no sabemos si quien nos habla es un director de cine consagrado o un niño que cree que algún día abandonará su humilde cabaña en la Patagonia.