Enrique Hrabina, el descendiente de checos que se transformó en ídolo del club de fútbol más popular de Argentina
Tras recibir una distinción como personalidad destacada del deporte, el exjugador de fútbol Enrique Hrabina revela, en esta entrevista, que el espíritu aguerrido con que defendió los colores del Club Atlético Boca Juniors lo heredó, sobre todo, de su incansable madre checa.
Aunque parezca increíble, el escudo de la ciudad checa de Staré Město u Uherského Hradiště, de donde proviene su familia materna, tiene los colores del club argentino de fútbol donde Enrique Hrabina jugó casi toda su carrera, a tal punto que se terminó convirtiendo en uno de sus ídolos. De hecho, en reconocimiento a esa gran trayectoria, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires acaba de declararlo “personalidad destacada en el ámbito del deporte” y en esta entrevista con Radio Praga Internacional, el exjugador de Boca Juniors contó lo que significó ese reconocimiento.
“Fue impresionante, una emoción grandísima por la cantidad de gente que había, la cantidad de amigos y conocidos que tuvieron que ver con mi historia, con mi trayectoria: profesores, técnicos, compañeros, gente del barrio, mi familia, mi señora. Todos reunidos festejando ese honor”.
El gran mérito de la carrera futbolística de este marcador de punta descendiente de checos es el enorme sacrificio que demostró en cada uno de sus partidos. Y él mismo explica que eso fue algo que, en realidad, le transmitieron sus padres: Emilie Svoboda, o simplemente Milka, una checa que, desde muy pequeña, tuvo que acostumbrarse a vivir en un país tan lejano y, aunque se había formado como enfermera, abandonó esa profesión para criar a sus hijos; y su padre, Francisco Juan Hrabina, que, si bien había nacido en Argentina, tenía también familia checa y trabajaba de cementero con otros miembros de la colectividad.
Madre leona
Con mucha emoción, recuerda Hrabina que cuando sus hermanos y él ya estaban un poco más grandes, su madre Milka empezó a dar inyecciones a domicilio para afrontar las dificultades económicas de la familia. Y gracias a esa tarea que realizó durante muchos años, a finales de la década del setenta, logró reunir una suma de dinero suficiente para volver, por primera vez y luego de cincuenta años, a la actual República Checa a reencontrarse con sus primos y sus tíos, una experiencia inolvidable que luego repetiría dos veces más.
“Mis padres eran los caseros de un club checo que, en su época, era también un colegio: Spolek Komenský”.
Enrique Hrabina
“Entonces, mi mamá se fue haciendo la persona más famosa de Devoto y alrededores porque todo el mundo se daba inyecciones con Mirka, que pasó a ser la enfermera de la zona, así que era una persona increíble, leonina, con una garra increíble que nos inculcó, junto a mi viejo, la cultura del trabajo, el ser responsable… Me emociono cuando digo estas cosas. Hemos salido adelante gracias a ellos y siempre van a estar en el mejor recuerdo”.
Agrega Hrabina que su madre Emilie llegó a la Argentina, junto a su propia madre, a los cinco años de edad. Luego, se mudó también su padre. Hrabina recuerda que, al cabo de un tiempo, sus abuelos, tíos y primos checos se instalaron en el barrio porteño de Bajo Flores, cerca de las calles Cobo y Hortiguera. Es decir que toda la familia estaba diseminada a lo largo de cuatro o cinco casas vecinas. Afirma que, durante buena parte de su infancia, iban allí los fines de semana, aunque también sus familiares checos solían visitarlos a ellos en el barrio porteño de Devoto, donde sus padres se ocupaban de mantener un club que reunía a gran parte de la colectividad.
“Nosotros éramos los caseros de un club checo que, en su época, era también un colegio: Spolek Komenský, que era un filósofo y maestro checo, y entonces ese club que había en Devoto, en la calle Simbrón, llevaba su nombre. Estuvimos como 25 años siendo los caseros de ese lugar, un lugar donde yo me crie. Un club con un patio enorme al que venía todo el barrio y se hacían reuniones de la colectividad donde se bailaba, se jugaba a los bolos, tenía un teatro, un salón espectacular, un buffet, cocina y mis padres eran los encargados de atender a todo el mundo ayudados por toda la gente del club, así que fue una infancia espectacular”.
Lo cierto es que, en los años sesenta, en esa misma calle Simbrón por la que casi no pasaban autos, él solía jugar al fútbol con sus amigos sin soñar ni siquiera que, en el futuro, se convertiría en uno de los ídolos de Boca Juniors, el equipo de fútbol más popular de Argentina. Ganador de dos títulos con esa institución, Enrique Hrabina es la persona indicada para intentar explicar por qué la Bombonera, ese mítico estadio que él mismo se ocupó de llevar a conocer a varios embajadores checos, se volvió tan conocido en todo el mundo.
“Es como que no se puede explicar debido a la energía que transmite el hincha de Boca fuera de la cancha y también dentro de un recinto en que la acústica y la forma hace que el hincha esté casi adentro del estadio. Además el modo en que se manifiesta el hincha de Boca no existe en ninguna parte del mundo: ese calor, esa pasión, el hecho de ser tan sanguíneo, tan fanático y estar gritando todo el partido, alentando en las buenas y en las malas, cosa que los distingue de los demás porque cuando te va mal aparecen los silencios y en Boca eso no ocurre nunca”.
Fanático de ese mismo club en el que jugó durante tantos años, explica Hrabina que si bien ciertos países como Alemania, Inglaterra, Italia o Turquía pueden llegar a tener también algún club así de pasional, el hecho de haber ganado tantos títulos internacionales sin jamás perder su pertenencia a una de las zonas más pintorescas y, al mismo tiempo, humildes de Buenos Aires, convirtió al de Boca Juniors en un caso único en el mundo.
Para decir adiós
Aunque se retiró hace ya más de treinta años, asegura Hrabina que la gente lo sigue saludando y agradeciéndole cada vez que lo ve en la calle porque no se olvida de todo lo que hizo por la camiseta azul y oro. De hecho, su decisión de retirarse del fútbol da cuenta de esa gran fidelidad que la gente le sigue agradeciendo. La siempre difícil decisión de dejar la actividad profesional empezó a tomarla en 1991, en el momento exacto en el que el técnico uruguayo Óscar Washington Tabárez le anunció que no lo tendría en cuenta porque, en el último tiempo, venía recibiendo demasiadas expulsiones.
“Entonces, me lo plantea y yo iba a cumplir 31 años. Hubiese podido seguir mi carrera en cualquier otro lado, al menos dos o tres años más y no quise hacerlo porque me pareció que no iba a sentir más esa sensación o motivación de haber logrado una felicidad y una trascendencia tan grande y yendo a otra institución no lo iba a poder sentir, no iba a motivarme de la misma manera. Entonces, preferí que fuera el último club: retirarme en Boca Juniors, así que esa fue una decisión importantísima y creo que acertada”.
La recompensa casi inmediata de su decisión fue que ese mismo entrenador le propusiera formar parte de su cuerpo técnico como informante de los equipos rivales. Él aceptó y contribuyó con su trabajo a que Boca Juniors saliera campeón del fútbol argentino en el año 1992, luego de once años de sequía, tras el título que ganara en 1981 un joven llamado Diego Armando Maradona. A los seis meses, se va Tabárez y Hrabina se convierte en técnico de la reserva con la que también salió campeón en dos oportunidades. Además tuvo la satisfacción de promover a muchos futbolistas que luego terminarían teniendo un papel muy destacado en la primera división.
El miedo del jugador al checo
“Estoy desesperado por ir a conocer República Checa”.
Enrique Hrabina
Cuenta Hrabina que sus hermanos, que le llevan entre cinco y siete años, estuvieron más en contacto con sus abuelos y, por lo tanto, llegaron a aprender bastante el checo. Él lamenta no haberlo estudiado más, aunque varias veces intentó aprenderlo con su madre y terminó abandonando porque le resultaba muy difícil. Y aunque es consciente de que la barrera idiomática puede llegar a ser complicada, no pierde las esperanzas de conocer el país de origen de su familia, mucho más teniendo en cuenta todo lo que le contaron sus hermanos. No solo sobre la belleza arquitectónica de los puentes e iglesias de la capital, sino también sobre la extraordinaria calidad como anfitriones de sus familiares checos.
“Yo estoy desesperado por ir a conocer República Checa, tengo muy buena relación con la embajada de aquí, me invitan a todas las reuniones, pero nunca tuve la posibilidad de viajar, ni cerca. Anduve por aeropuertos de París y Madrid, he visitado algunas ciudades europeas pero el centro de Europa nunca. Y es una deuda que quiero saldar urgente porque ya nos vamos poniendo cada vez más grandes y no voy a ser el único de mi familia que no conoce. Además hay primos y tíos de mi madre todavía y estamos en contacto”.
Uno de los apodos de Hrabina durante su época como futbolista de Boca Juniors era el de vikingo, justamente por su juego aguerrido. Y aunque no todos en Argentina saben que tiene un vínculo tan fuerte con República Checa, apenas empezó a destacarse en el fútbol profesional, su apellido generó bastante desconcierto entre relatores y comentaristas; en una época en la que, por supuesto, no había internet y, por lo tanto, no quedaba mucho más remedio que preguntarle al propio futbolista cuál era la pronunciación correcta de su apellido.
“El único que me preguntó fue el que lo pronunció toda la vida mal y se lo dije, se lo expliqué y nunca lo entendió. Porque yo le dije: mirá, en Argentina la ‘h’ no se pronuncia así que somos ‘Rabina’, pero en República Checa somos ‘Hrabina’, pero no ‘Harabina’. Y ese relator y periodista que se llamaba Mauro Viale toda la vida me dijo ‘Harabina’ y yo, hasta el día de hoy, digo: ‘me llamo Harabina’, en modo de chiste y ahí todo el mundo se acuerda porque quedó patentado el ‘Harabina’”.
Hasta hace muy poco, Hrabina era el director técnico del equipo senior de Boca Juniors que congrega a distintas glorias históricas del club. En la actualidad, es el tesorero de una mutual de exjugadores del club que se encarga de ayudar a más de cincuenta exfutbolistas que padecen distintos problemas y necesidades. Él asegura, con orgullo que no existe en el mundo otra mutual de ese tipo, como tampoco hay otro estadio comparable a la mítica Bombonera ni otra persona tan ejemplar para él como su inolvidable madre checa.
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