Leandro Lázzaro, embajador en Chequia del fútbol latinoamericano
En 1998 se transformó en el primer futbolista latinoamericano en jugar en la liga de fútbol checa, sin conocer casi nada del país. No solo se adaptó sin problemas sino que, además, le dio el primer título importante de su historia al Slovan Liberec, antes de pasar a jugar en el poderoso Sparta Praha. En esta entrevista, el delantero argentino Leandro Lázzaro recuerda esa curiosa estadía de tres años y medio que, casi sin darse cuenta, terminó moldeando su forma de ser.
Mientras defendía los colores de Nueva Chicago, club de la segunda división de Argentina, Leando Lázzaro decidió que intentaría dar ese gran salto que para los futbolistas latinoamericanos significa jugar en Europa. Empezó a comentar su deseo en el club hasta que un entrenador le dijo que conocía a un grupo de representantes que, hasta el momento, no habían realizado ninguna transferencia, pero tenían contactos en República Checa por medio de una empresa metalúrgica. En ese momento, Lázzaro apenas sabía en qué lugar de Europa quedaba ese país. Sin embargo, las ganas fueron más fuertes. Al mes envió un material sobre su capacidad goleadora y recibió, a cambio, unos vhs de un partido muy parejo, y en plena nieve, entre dos clásicos rivales: el Slovan Liberec y el Baumit Jablonec. Al principio, le propusieron que fuera a préstamo, pero él no quiso saber nada por si le iba a mal y terminaba perdiendo su lugar en Argentina. Así fue que insistió hasta que logró que el Slovan Liberec comprara su pase con un contrato de tres años.
“Fui el primero, de hecho, el primer argentino, el primer sudamericano, eso fue en 1998 y después yo he llevado muchos amigos, después de mi buen rendimiento han venido otros compatriotas pero no tuvieron suerte y les costó mucho la adaptación, en ese momento tampoco era un país fácil para poder adaptarse por el comunismo, del proceso de transición que lleva obviamente unos diez, doce años. Recién cuando me fui por ahí por el 2001 empezaba a ser quizás lo que es hoy, obviamente ahora mucho mejor después de veinte años”.
Lázzaro recuerda como si fuera hoy que un treinta de diciembre lo llamaron por teléfono para decirle que el dos de enero, como muy tarde, debía presentarse en Liberec. Sacrificó sus vacaciones y un día después de llegar a República Checa fue convocado a jugar un partido amistoso en la cancha auxiliar, sin haber firmado todavía el contrato y, para peor, en una superficie desconocida para él como el césped sintético que además estaba lleno de nieve. Al principio intentó oponerse, aunque no logró evitar esa especie de prueba encubierta que, además, contaba con la presencia de un público que mostraba enormes expectativas por ese argentino que no podía ser menos que Maradona. La presión y las dificultades eran enormes. Lázzaro reconoce que, en efecto, no tuvo un buen desempeño aunque sí lo ayudó la suerte y su enorme voluntad.
“Vino un centro en el minuto treinta y cinco, metí la cabeza, hice el 1 a 0 y me relajé un poquito pero después en el juego casi nada porque era muy difícil hacer pie y, bueno, después del minuto cuarenta hubo un penal, yo agarré la pelota, vino el capitán y entiendo que lo quería patear él, yo dije ‘no te entiendo’, salí de acá, lo pateo yo, y luego de una discusión creo que le dicen del banco de suplentes que me lo dejaran patear, lo metí y era el dos a cero y cuando fuimos al vestuario no salí más: el segundo tiempo lo juegan ustedes, vamos a firmar el contrato porque no me voy a arriesgar a lesionarme, salió todo bien y ese fue el puntapié para firmar el contrato e irme de pretemporada con el equipo que también fue muy buena”.
En esa primera pretemporada en la montaña, Lázzaro tomó conciencia de que en el fútbol checo se trabajaba mucho más la parte física que en Argentina: a pesar de su nula experiencia en deportes de invierno, no tuvieron piedad a la hora de pedirle treinta y dos kilómetros de esquí de fondo y, una vez que llegó casi sin aliento, lo esperaban con las zapatillas para correr quince kilómetros más. Además de ser un juego mucho más físico que el de Latinoamérica, lo sorprendió también que era un deporte más táctico, veloz y sin tanta gambeta. En todo caso, Lázzaro agradece haberse encontrado con un excelente grupo de compañeros que siempre estaban dispuestos a ayudarlo.
“Yo por ahí no aprendí tanto el checo porque ellos me hablaban en español, ellos se preocupaban por aprender mi idioma para hacerme todo fácil y yo me quedaba en una posición cómoda y no aprendí tanto el idioma, sobre todo a hablarlo. Lo entendía bastante, pero hablarlo me costaba un montón pero porque ellos me hablaban en español, el arquero por ejemplo en una semana ya hablaba español perfecto”.
Además de los recuerdos, conserva de esa época una gran amistad con su compañero Pavel Čapek, quien, apenas seis meses después de conocerlo, había viajado junto a Lázzaro a Argentina para acompañarlo a su casamiento. Ahora, después de tanto tiempo, acaba de volver de visita a la Argentina y le contó que el Slovan viene de organizar un partido homenaje con los ex jugadores porque hace veintidós años el club ganó la primera copa checa de su historia y en la final, que salió 2 a 1, Lázzaro hizo nada menos que los dos goles. Ese fue un momento bisagra en la historia del club porque no solo les permitió jugar, al año siguiente, la liga Europea, en la que hicieron un papel digno y quedaron eliminados con el Liverpool, que terminaría siendo el campeón, sino también porque, desde entonces, empezaron a ser mucho más competitivos, incluso al día de hoy. Durante su exitoso paso por Slovan Liberec, Lázzaro anotó cuarenta goles y fue nombrado en dos ocasiones consecutivas como mejor jugador extranjero.
“La primera copa oficial del club en la era profesional fue en 1999 cuando ganamos la copa checa que después la jugamos también al otro año y la perdimos y después yo la jugué también con el Sparta y la perdimos, los tres años que estuve en República Checa jugué las tres finales de copa que no es muy común tampoco porque la de la liga nacional no es una copa fácil”.
Aunque en Sparta jugó mucho menos tiempo, agradece que uno de los equipos más grandes del país se hubiera fijado en él. Por otro lado, esa transferencia hizo que pudiera mudarse a Praga, ya que antes había vivido en Liberec, que también le gustó muchísimo, especialmente su naturaleza que le hacía acordar un poco a la Patagonia. Si bien por ese entonces casi nadie tenía celular y hablaba con su familia cada quince días, Lázzaro asegura que no le costó adaptarse al país porque es una persona bastante flexible y además le gusta el frío. En lo que respecta a la comida checa, sus platos preferidos eran las sopas y los knedlíky. También recuerda que pudo disfrutar mucho de su cultura, algo que además lo conectaba a su infancia porque su padre era escenógrafo del emblemático Teatro Colón de Buenos Aires, y lo ayudaba a preparar el escenario antes de cada concierto.
“Yo esa parte de Praga o de República Checa no la conocía previamente a irme, solo había indagado en lo que era el fútbol, después cuando llego y veo esa cultura que a mi mujer también le gusta terminábamos yendo a un concierto de violín en un castillo, en ese marco increíble y con una acústica genial, así que toda esa parte cultural yo la recorrí porque prácticamente fui a todos los castillos del país, las termas, Karlovy Vary, Mariánské Lázně, esos sitios donde el turista a veces va y a veces no… y ahora cuando alguien viaja a República Checa le digo a dónde ir, y eso fue hace veintidos años, ahora creo que debe ser mucho mejor de lo que vi yo”.
En cuanto a su vínculo con las hinchadas checas, aclara que enseguida se dio cuenta de que, al menos en esa época, el fútbol no era para ellos un deporte tan importante y popular como puede ser el hockey sobre hielo. Lázzaro jugó también en varios equipos de Italia y en otros clubes importantes de Argentina como Tigre, San Lorenzo y Estudiantes de la Plata. Y, de acuerdo a su experiencia, no duda de que el menos exitista es el público checo, ya que además suelen tomarse los partidos como un pasatiempo o un espectáculo.
“No lo volcaban con esa pasión con la que nosotros vivimos aquí que a veces me parece que es desmedida, yo por ahí inclino un poco más la balanza hacia cómo toman el fútbol ellos que como lo hacemos nosotros acá, yo soy cero fanatismo, un poco me parece que ellos me han formado porque hubo episodios que me marcaron y volvemos a la final de esta copa checa con Baník Ratíškovice: cuando termina el partido, salgo para buscar el auto con la ropa de Liberec y viene toda la gente de Ratíškovice que estaba en el estadio enfrentándome a mí, todos con banderas y cantando, y yo empiezo a retroceder porque les había hecho los dos goles, pensando que me iban a sacar todo y, cuando finalmente me ven, me saludan re bien: ¡Lázzaro, qué grande, fenómeno! Me regalaron la bufanda, la camiseta, al contrario... ellos me dieron cosas a mí”.
De todas formas, reconoce que esa mesura de los aficionados checos desaparece completamente cuando está en juego su verdadera pasión. Lázzaro nunca se olvida del momento en que sus compañeros de equipo lo invitaron a una taberna y, al llegar, le sirvieron, sin ni siquiera preguntarle nada, una cerveza. Él intentó explicarles que nunca le había gustado mucho esa bebida, pero le dijeron que no podía despreciarla. Para no defraudarlos aceptó empezar a tomar pero, al mismo tiempo, se le ocurrió ir en busca de una gaseosa para cortarla. Entonces cuenta Lázzaro que, al observarlo, el capitán del equipo se levantó de la mesa, agarró el vaso, lo tiró contra la pared y, casi a los gritos, le dijo algo en checo que él no entendió ni quiso entender nunca.