Resultados del Proceso de Transición - III Parte

Fredo Arias King

Con este espacio, "Del Totalitarismo a la Democracia", Radio Praga trata de ofrecer un vistazo sobre lo que ha representado el proceso de transición en la República Checa. Este espacio está dedicado a todas las personas interesadas en conocer detalles sobre la transformación checa desde la dictadura comunista hasta la democracia, por lo que creemos que encontraremos muchos radioescuchas en Cuba, donde importantes sectores de la población se preparan también para un proceso de cambio pacífico en la Isla.

Esta vez analizamos algunos de los principales resultados de los procesos de transición a la democracia acaecidos en Europa tras el fin de la Guerra Fría. Nos basamos en estudios preparados por el profesor Fredo Arias King. Hoy nos enfocaremos en el tema de la consolidación democrática.

Existen algunos ex comunistas que resultaron no ser excesivamente nocivos y algunos pueden considerarse “héroes” en las transiciones post-comunistas, aunque son una minoría del total. Estos incluyen a Eduard Shevardnadze, que actuó como líder de la KGB en su natal Georgia, luego fue primer secretario de esta república para después convertirse en ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética y uno de los principales reformadores en el Politburó de Gorbachov (el otro fue el arquitecto del glasnost y la perestroika, Aleksandr N. Yakovlev).

Shevardnadze jugó un papel clave en poner fin a la Guerra Fría y a los exorbitantes recursos (se estima que hasta 40% del PIB) que la Unión Soviética gastaba en armamentos. En diciembre de 1990, Shevardnadze apasionadamente renunció a su cargo, advirtiendo que “viene una dictadura” y exhortando a las fuerzas democráticas a unirse. Durante el golpe de agosto de 1991, se acuarteló en el parlamento ruso con Yeltsin y sus manifestantes, arriesgando su vida. En Georgia, aunque no totalmente reformador o aun convencido demócrata, el presidente Shevardnadze trajo estabilidad y relativa calma a la dramática situación que heredó cuando aceptó regresar a su país natal en 1992 implantando algunas reformas económicas. Sin embargo, tenía una debilidad por el fraude electoral y otras medidas extra-constitucionales para mantenerse (y a su grupo privilegiado) en el poder, y por eso fue derrocado pacíficamente en 2003.

Leszek Balcerowicz es el arquitecto de la “terapia shock” polaca y del milagro económico que ha disfrutado ese país desde las reformas. Había sido un economista de mediano nivel en los gobiernos anteriores pero se lo conocía por su desencanto con la teoría marxista-leninista y por explorar “otras alternativas” (se dice que así averiguó lo que hacía su futuro colega Jeffrey Sachs en Bolivia). Por cierto, a finales de los ’90 también se convirtió en asesor de Shevardnadze y del gobierno de Georgia en asuntos económicos. Una de las figuras más interesantes de la perestroika fue Vadim Bakatin, un siberiano y director de construcción que fue invitado por Gorbachov a encabezar el ministerio del Interior (la policía soviética).

A Bakatin no se le conocen casos de corrupción y fue instrumental en varias decisiones reformadoras del Politburó. Era merecedor de un gran respeto por parte de los demócratas rusos (tanto que temían que su candidatura para la presidencia rusa en 1991 fuera a dividir el voto democrático entre él y Yeltsin). La principal contribución de Bakatin se dio cuando fue nombrado director de la KGB justo después del fallido golpe de Estado contra Gorbachov en agosto de 1991. En sólo tres meses, Bakatin lanzó profundas y radicales reformas al temido “Estado dentro de un Estado”, dividiendo sus departamentos y depurando sus filas (varias de esas reformas fueron rescindidas por sus sucesores). Algirdas Brazauskas es conocido como un político centrista y profesional y no ha utilizado la xenofobia contra las minorías en Lituania para perpetrar su poder.

A pesar de las sospechas que señalan que negoció con Yeltsin para que Rusia le cortara el suministro de gas a Lituania justo antes de las elecciones de octubre de 1992,202 y así incrementar sus posibilidades de voto contra el gobierno de Vytautas Landsbergis por parte de un electorado hambriento y frío, a Brazauskas no se le conocen otras mayores maniobras anti-constitucionales. Su partido, el LDDP, no es exactamente el sucesor directo del partido comunista de Lituania. Éste se dividió a principios de 1990 entre un ala seudo-reformadora (dirigida por Brazauskas) y otra ortodoxa, que quedó en manos de Mykolaš Burokevičius y Juozas Jarmalavičius, los que apoyaron el golpe de Estado de 1991. Los comunistas menos reformados han desaparecido como fuerza política. Brazauskas, ya como primer ministro, se unió a las demás fuerzas democráticas de Lituania, incluyendo Landsbergis, para prevenir el retorno a la presidencia en el 2004 de una fuerza política anti-Occidente encabezada por la ex primer ministro Kazimiera Prunskienė.

Algo similar sucedió en Eslovenia. El Partido Comunista se dividió en varias facciones, la más reformadora de las cuales se reagrupó en 1992 en el llamado Partido Liberal Democrático, dirigido por Janez Drnovšek, que había dejado de militar en el Partido Comunista desde los años ’70. Drnovšek desde que fue electo primer ministro a mediados de 1992, siempre ha gobernado en coalición con alguno de los partidos liberales o de centro-derecha, y ha mantenido el curso reformador comenzado por Peterle. Zhelev fue expulsado del partido comunista cuando era un estudiante, por criticar al leninismo. Se pasó los siguientes veinticinco años luchando por la democracia. ¿Qué distingue a este grupo de ex comunistas del previo —y más nocivo— grupo? Algunos factores resaltan, aunque no contundentemente. Un casual vistazo hace notar que en promedio, y a pesar de Shevardnadze, Brazauskas y Dubček, tenían un estatus menor en la jerarquía del Partido.

También cabe mencionar que varios de ellos tenían papeles más “funcionales” y menos políticos o policíacos que el grupo anterior. O sea, ejercían una profesión primero (economista, constructor, cardiólogo, etc.) pero eran miembros del Partido posiblemente para poder funcionar en sus carreras. Shushkevich, por ejemplo, era miembro del KPSS pero no fue miembro de su apparat; su carrera era la de profesor de física. Otro de estos líderes que aparentemente se unió al Partido Comunista por genuina convicción fue Kiro Gligorov que luchó con los partidarios yugoslavos por sus convicciones antifascistas, y en 1944 se unió a la Liga de Comunistas de Yugoslavia. Pero sí hay un común denominador que los distingue a todos: rompieron con el partido y se aliaron con las fuerzas democráticas con suficiente tiempo antes del colapso del comunismo (o en algunos casos, el colapso lo lideraron ellos mismos), arriesgando sus carreras —y sus vidas— para apoyar un proyecto incierto.

Mientras tanto, la mayor parte de los ex comunistas del previo grupo, o sea, el más “nocivo” lucharon hasta el final para conservar la dictadura, ya sea comunista o una reconstituida xenófoba o nacionalista. Varios de dicho grupo se declararon “demócratas” o “nacionalistas” sólo cuando la caída del comunismo se veía inminente. Otro factor que los une es que en su gran mayoría no tuvieron la oportunidad de heredar el poder máximo en un nuevo país postcomunista. Por lo general siguieron a otro líder anticomunista o fueron líderes de segundo nivel, con la posible excepción de Savisaar (que duró poco) y Gorbunovs (que no manejó el grueso de las reformas económicas). No se sabe cómo hubieran actuado si hubiesen heredado el principal título de poder a comienzos de una transición.

En otras palabras, el factor que más puede predecir si un ex comunista va a cometer grandes crímenes desde un puesto político post-comunista está relacionado con su pasado y su actuación dentro del comunismo. Cabe mencionar, sin embargo, que esta “regla” no se aplica con toda certeza si un ex comunista expulsado anteriormente por el partido se incorpora a las fuerzas democráticas para llegar al poder. Esto sucedió con Yeltsin en Rusia, con Tuđman en Croacia, con Mečiar en Eslovaquia y con Iliescu en Rumania, entre otros. Estos ex altos funcionarios no tenían nada que perder tomando la bandera de la democracia. Pero luego de lograr la acumulación del poder, regresaron a sus viejas formas de gobernar, con resultados evidentemente negativos. Dichos ex altos funcionarios se unieron a las fuerzas democráticas por conveniencia, no por convicción, y esto parece ser el factor determinante.