Roberto Ampuero: “Mi sueño era llegar a Praga”
Aunque además de haber vivido en Cuba, pasó también un año en Alemania Oriental, el escritor chileno Roberto Ampuero nunca había podido cumplir su deseo de llegar a Praga. Al menos hasta el fin de semana pasado cuando, gracias a su participación en la feria el Mundo del Libro (Svět Knihy), pudo realizar una primera visita que, sin embargo, tuvo gusto a regreso.
A pesar de que es la primera vez que el escritor chileno Roberto Ampuero pisa Praga, hay algo en esta visita que tiene gusto a regreso. Quizás porque, tal como él mismo dice, incluso cuando un autor pretende dejar de lado ciertos temas que sucedieron hace treinta o cuarenta años, muchas veces son las circunstancias las que, de pronto, lo obligan a volver.
“Por ejemplo, ahora, con respecto a Nunca volveré a Berlín, porque se cumplen en estos días treinta años desde que Erich Honecker murió en Santiago de Chile, un país que volvía a la democracia. El dictador Augusto Pinochet acababa de dejar el poder y va un dictador de Alemania Oriental a vivir y a morir a Chile, y de pronto me invitan a la Feria del Libro de Praga por mi libro Nuestros años verde olivo, que trata de mi vida en Cuba, entonces te das cuenta de que esto de que el tiempo ha pasado es relativo porque el impacto, el efecto sobre la vida de las personas de distintas generaciones, sigue estando presente”
“Sigue estableciéndose ese diálogo entre pasado y presente”.
En ese sentido dice que en todas partes, pero especialmente en una ciudad con las características de Praga, el pasado está más que presente: el pasado de la transición democrática, el de la rebelión ante el régimen comunista, el de la ocupación soviética, el de la Segunda Guerra Mundial, el del nazismo e incluso el del vínculo con un país tan lejano pero, a la vez, cercano como es el caso de Cuba.
“Es interesante porque en el stand de mi editorial checa, debajo de mis memorias Nuestros años verde olivo, hay otra hilera de libros de un periodista checo que fue a Cuba y escribió sobre su experiencia en Cuba hoy, mientras que lo mío es una historia relacionada con una Cuba anterior a la que él está presentando que es actual, completamente actual, así que sigue estableciéndose ese diálogo entre pasado y presente”.
De sus encuentros con el poeta Heberto Padilla, que constituyen una parte muy importante de ese libro que vino a presentar, dice Ampuero que fue el intelectual que le permitió descrifrar las claves fundamentales de Cuba y, por otro lado, entender también la política en toda su profundidad.
25 años no es nada
Aunque acaba de terminar una gira por América Latina en la que estuvo presentando su flamante novela Nunca volveré a Berlín, el fin de semana pasado Roberto Ampuero participó en la feria del libro de Praga a raíz de la publicación en checo de su libro Nuestros años verde olivo, que se suma a la traducción también disponible de una de sus obras más conocidas: El caso Neruda. Y aunque entre Nunca volveré a Berlín y Nuestros años verde olivo pasó nada menos que un cuarto de siglo, quizás a nivel temático esos dos libros están mucho más cerca de lo que podría parecer a simple vista.
“Viviendo en Alemana Oriental me di cuenta de que también estaba prohibido viajar a los otros países socialistas y nunca había podido llegar a Praga”.
“También me doy cuenta que aquí está presente Cuba y la RDA, otro país donde viví, ese vecino que también apoyó la invasión a Checoslovaquia en 1968, y está presente ese viejo deseo que yo tuve cuando vivía en Alemania Oriental, y llegué varias veces hasta Dresde, que está muy cerca, porque mi sueño era llegar acá, a Praga, fundamentalmente por Kafka, aunque también por Smetana y por Dvořák. Quería llegar acá y de pronto me di cuenta, viviendo en Alemania Oriental, que también estaba prohibido viajar a los otros países socialistas y nunca había podido llegar a Praga”.
Por eso mismo asegura que esta llegada a Praga él la ve como la tardía pero segura realización de aquel lejano deseo de libertad. Y aunque solo fueron unos pocos días, asegura que se hizo el tiempo para poder recorrer la ciudad y, sobre todo, comunicarse con los locales en inglés. De hecho, asegura que, casi al momento de pisar la ciudad, pudo experimentar esa mezcla de extrañeza y atmósfera tan bohemia que suele generar Praga. Revela que eso es, al menos, lo que sintió mientras conversaba con el dueño de un pequeño bar que le terminó contando que era pintor y, luego de haber vivido en Estados Unidos, había regresado a su ciudad.
“Y lo divertido es que, de pronto, entra un tipo joven, de unos 35 años, y se sienta justo detrás mío a escribir. Y con mi esposa seguimos conversando y, de pronto, él dice: ‘disculpe, no he podido estar ajeno a la conversación porque están hablando de Checoslovaquia, de la transición a la democracia y de los problemas que ha habido, y usted es un escritor chileno que vivió en Cuba. Yo soy australiano y quiero participar de la conversación porque soy director de teatro y vivo justo enfrente del Teatro Nacional, y me vine a vivir hace un año a la República Checa y encuentro formidable está conversación’. Y es como que hicimos una relación y seguro que vamos a mantener el contacto”.
Revela Ampuero que él empezó a experimentar un gran desencanto por el socialismo al ver, en vivo y en directo, la vida de esos mismos alemanes orientales. Y dice, al respecto, que los checos le recuerdan un poco a los alemanes porque, al principio, parecen muy reservados, pero al escarbar un poco empiezan a aflojar hasta que, en un momento, se abren por completo. Y en cierta forma lo mismo pasa con Praga, una ciudad que vale la pena recorrer con tiempo y paciencia para llegar a admirar sus profundos vínculos culturales que, tal como él mismo dice, suelen ser infinitamente más atractivos para los visitantes que sus condiciones climáticas.
“Tu sabes que es muy interesante: hay países que atraen mucho por el clima y este es un país que para muchos no es atractivo desde el punto de vista del clima, pero sí desde lo cultural: su historia, su cultura, su arquitectura, la ubicación que tiene, el río pese a estar lejos del océano, pero al mismo tiempo su condición de puente, de ser conexión”.
Esa misma conexión entre dos países tan distantes como Chile y República Checa, Roberto Ampuero la había sentido ya desde muy chico, a partir de una anécdota que se remonta al año 1961, al ver una curiosa pero, a la vez, familiar bandera en el marco de los preparativos para el campeonato mundial de fútbol que se llevaría a cabo el año siguiente en Chile, y en el que, dicho sea de paso, Checoslovaquia llegaría a disputar nada menos que la final ante Brasil.
“Y yo vi esa bandera y dije pero esa la bandera de Chile mal pintada, qué cosa, ¿no? Y después me di cuenta de que era otra bandera, y siempre se me quedó en la cabeza eso, como un objetivo, y me preguntaba por qué sería tan parecida y hasta lo hablaba con mis amigos: ¿quién habría hecho primero su bandera? ¿qué es lo que une a los dos países y por qué? Y a través de ese tipo de proceso de confusión, cercanía y alejamiento, de un país que era tan distinto, sin mar, interno, mientras el nuestro es pura costa y montaña, fueron estableciéndose esos vínculos”.
Sus curiosas conexiones tendrían, incluso, una vuelta de tuerca más. Ampuero decidió alojarse estos días que pasó en Praga con su esposa en Malá Strana. Y la primera noche se dio cuenta de que la primera vez que había escuchado algo de Praga no había sido por Kafka sino por Pablo Neruda, quien se la pasaba hablando, precisamente, de Malá Strana: sus callejuelas, los edificios, las luces, la noche y todo lo que revelaba en sus relatos el escritor checo Jan Neruda.