La Revolución de Terciopelo: un traspaso de poder sin asperezas
Hace 26 años, el 17 de noviembre de 1989, una manifestación estudiantil y su brutal represión desencadenaron la ola de protestas que llevaría en tan solo un par de meses al advenimiento de la democracia. La Revolución de Terciopelo había comenzado y el régimen comunista inició las negociaciones con la oposición, liderada por Václav Havel, para el traspaso de poder. Precisamente a los tejemanejes políticos de esa breve pero crucial transición dedicamos este programa especial.
Esta rápida caída del régimen se explica por la debilidad súbita e incluso sorprendente del Partido Comunista Checoslovaco, que tras más de 40 años de poder ininterrumpido se veía ahora completamente aislado internacionalmente, y en la extraña vicisitud de tener que entregar el poder a una oposición inofensiva y políticamente inexperta.
La brutalidad policial que detonó la Revolución
Este cambio de tornas viene explicado tanto por la cambiante situación internacional como por el desarrollo interno de la propia Checoslovaquia. Así, por un lado, y desde las reformas políticas llevadas a cabo por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética, otros países de la Europa comunista, principalmente Polonia, Alemania Oriental y Hungría, habían comenzado diferentes procesos de transición a la democracia. Precisamente unos días antes, el 9 de noviembre, había caído el Muro de Berlín.La sociedad checoslovaca era permeable a estos acontecimientos y sentía el cambio en la dirección del viento. Por otro lado, y aunque los años 80 supusieron una relajación del aparato represor del régimen, la creciente diferencia de nivel de vida con Europa Occidental aumentaba poco a poco el descontento con el sistema.
La oposición, aunque de momento con un alcance limitado, era cada vez más visible. Su principal estrategia para lograr notoriedad social eran las celebraciones públicas de ciertas efemérides, explica para Radio Praga el historiador Jiří Suk, autor del libro ‘El Laberinto de la Revolución’ (‘Labyrintem revoluce’).
“Toda la oposición al régimen estaba aquí basada desde el año 88 en manifestaciones periódicas. Se relacionaban con determinados días de importancia: el surgimiento de Checoslovaquia el 28 de octubre, la ocupación soviética del 21 de agosto, el día de los Derechos Humanos el 10 de diciembre, la autoinmolación de Jan Palach el 6 de enero… Estas fechas de conmemoración jugaban un papel primordial”.De esta manera, la manifestación estudiantil del 17 de noviembre para conmemorar el 50 aniversario del cierre de las universidades checas por los nazis también formaba parte de esta agenda de protestas. Las autoridades comunistas eran de hecho conscientes de su carácter subversivo, pero no se vieron con la capacidad política de prohibirla.
El evento congregó a unas 15.000 personas según la Policía, y desde el principio tomó un cariz contestatario, con el grito de consignas anticomunistas como “Jakeš a la papelera”, en alusión al secretario general del Partido Comunista Checoslovaco. Pronto los manifestantes se salieron del recorrido planeado y trataron de llegar a la simbólica plaza de San Venceslao, a la que tenían prohibido acceder.
Fue entonces cuando la policía antidisturbios cerró el paso a los manifestantes, bloqueándolos al mismo tiempo por detrás y cortando su retirada. A continuación cargó violentamente contra ellos, provocando escenas de pánico y numerosos heridos.Como se vería después, esta reacción desproporcionada de las autoridades fue temeraria, y de hecho Jiří Suk no cree que se tratara de un acto planificado.
“Mi opinión es que transcurrió de forma espontánea y que la reacción del poder vino dada por la costumbre, por cierto esfuerzo de detener el movimiento social que en sintonía con lo que estaba pasando en otros estados llevaba hacia la emancipación y el fin del Comunismo. La brutalidad de la intervención responde a la confusión y a la misma logística con la que se hizo”.
De esta forma, según Suk, la Policía reaccionó como hubiera hecho en circunstancias normales, sin tener en cuenta la delicada situación política que estaba viviendo el régimen.
“Quizás la valoración más correcta es pensar que las fuerzas del orden que actuaron el viernes 17 de noviembre cayeron en cierto nerviosismo. Seguramente no actuaron por orden de instancias superiores, sino que los cuadros intermedios que dirigían la intervención intentaron solucionar el problema de esta forma”.La salvaje represión sufrida por los estudiantes, avivada por el rumor de que había habido un fallecido, fue la bofetada en la cara que necesitaba la sociedad checoslovaca para alzarse de forma decidida y unívoca contra el régimen.
El enervamiento general que siguió llevó rápidamente a la fundación el día 19 del Foro Cívico (Občanské Forum), que aglutinaba a los más destacados sectores de la disidencia, y a varios actos de protesta aislados. El lunes 20 la mayor parte de las universidades checas se declararon en huelga y esa misma noche se llegó a grandes concentraciones ciudadanas en todo el país, la mayor en la plaza de Venceslao de Praga, donde se dieron cita unas cien mil personas.
El clima social era explosivo. Al día siguiente las manifestaciones se repitieron y el número de congregados en la plaza de Venceslao se dobló. Representantes del Foro Cívico, entre ellos su figura más prominente, Václav Havel, se dirigieron en persona a los doscientos mil presentes desde el balcón de la editorial Melantrich. Los presentes agitaban llaves en señal de protesta contra el régimen, símbolo que se repetiría en los días posteriores.La Revolución de Terciopelo había comenzado. Era tarde para el Gobierno organizar contramanifestaciones que igualaran lo que había conseguido la oposición.
Si bien es cierto que los sucesos del 17 de noviembre fueron la gota que colmó el vaso para esa parte de la población que permanecía descontenta pero calmada, el proceso de caída del Comunismo ya se había iniciado antes, y el cambio de sistema habría pasado tarde o temprano, señala Jiří Suk.
“Ese 17 de noviembre nadie esperaba que pasara nada, ya que se trataba de una manifestación autorizada. Pero se estaba preparando la manifestación del 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos, y se consideraba otra para el aniversario de la muerte de Jan Palach. Así que las manifestaciones habrían continuado, y creo que, en el contexto de Europa Oriental y de todo el bloque soviético en general, se habría llegado a un enfrentamiento con el régimen. Pero por supuesto se puede pensar que ninguna de estas manifestaciones habría provocado la caída del Comunismo. En ese caso el régimen se habría transformado solo, como sucedió en Bulgaria”.
Una oposición unida en torno a Havel
Los opositores checos, hasta ese momento prácticamente inofensivos para el régimen, canalizaban ahora el descontento social y encarnaban la voz del cambio político. El recién creado Foro Cívico, que aglutinaba a disidentes de todo el espectro político, se alzó de forma visible y clara como la alternativa al Comunismo.
Paradójicamente, la relevancia que las autoridades habían dado a los disidentes en los medios de comunicación en calidad de enemigo interno jugaba ahora en su contra, prosigue Suk.“Desde el principio se trataba de un grupo limitado a su iniciativa independiente. No tenía mucha influencia y su penetración en la sociedad no era tan grande. Pero sí tenían resonancia mediática. Y esta influencia en los medios hizo que la gente se les uniera relativamente rápido. En tan solo unos cuantos días pasó a ser una organización masiva”.
De esta forma, Václav Havel, que de otra manera podría haber sido tan solo un dramaturgo desconocido para el gran público, era ya en 1989 un rostro familiar, no solo para la sociedad checoslovaca sino para el mundo en general. Un logro que hay que agradecer sobre todo a los intentos del régimen para desacreditarlo.
“Václav Havel era el disidente checoslovaco más conocido y se había situado ya como el centro de la oposición antes del 17 de noviembre. El régimen lo consideraba el abanderado de los que querían imponer el capitalismo en el país. Havel fue encarcelado junto con otros disidentes tras las manifestaciones en recuerdo de Palach que tuvieron lugar en enero de ese año. Esto provocó una inmensa ola de solidaridad en todo el mundo. Enviaban telegramas al Gobierno checoslovaco escritores, personalidades, gobiernos y representantes políticos incluso del Bloque del Este”.El liderazgo de Havel surgió así de forma natural, hecho que marcaría todo el proceso de transición. La oposición contaba con un rostro carismático que le daba unidad y le otorgaba mayor firmeza en las negociaciones.
“Václav Havel se convirtió en una especie de político sin partido, un líder de la oposición sin oposición política como tal. Y esto sucedió antes del surgimiento del Foro Cívico. Podría decirse que Havel aprovechó la oportunidad en el momento en el que el régimen comenzaba a derrumbarse, y se puso al frente de la oposición. En parte porque era eso lo que se esperaba de él”.
Václav Havel, que además era una persona astuta y de grandes capacidades organizativas, se convirtió así en un as en la mano de la disidencia. En el juego de naipes que siguió, el Partido Comunista se vio además con pocas cartas que aprovechar. Su única posibilidad de ganar fuerza era dividir al Foro Cívico y rebajar así su poder negociador, pero la política totalitaria que había empleado durante décadas jugaba ahora en su contra, subraya Jiří Suk.“El régimen intentó dividirlos, pero ya era entonces tan débil, y el Foro Cívico había cobrado tanta fuerza, que no pudo hacer nada. Trataron de hacerlo en sus negociaciones con Václav Havel, intentando hacer que su parte socialista se escindiera. Estamos hablando del club Renacimiento (Obroda), formado por antiguos comunistas reformistas de cuando la Primavera de Praga. El régimen ya no era suficientemente fuerte para negociar solo con ellos, pero sí para darles preferencia en la formación del nuevo Gobierno. Pero no fueron capaces, en parte porque hasta ese momento los consideraban su mayor enemigo”.
Los comunistas tenían que capitular, y tenían que hacerlo ante el Foro Cívico, con el enemigo público número uno, Václav Havel, a la cabeza. No había otro remedio.
El gigante con pies de barro
Desde febrero de 1948 el Partido Comunista había gobernado en Checoslovaquia de forma ininterrumpida. Incluso el proceso liberalizador de 1968 conocido como Primavera de Praga había sido un esfuerzo reformista surgido desde el mismo seno del Partido.
El nuevo pacto social que vino dado con la vuelta a la ortodoxia comunista de la llamada normalización produjo una sociedad que, a cambio de su inactividad y tolerancia hacia el régimen, podía disfrutar de ciertas comodidades. Nada indicaba antes de 1989 que el Partido tendría que negociar de forma indecorosa el traspaso de poder con un puñado de artistas, intelectuales y estudiantes.Como salió a relucir, tras la aparente fortaleza del Comunismo checoslovaco no había realmente más cimientos que el soporte de la Unión Soviética y el hecho de formar un bloque con otros estados satélite, incide el historiador Jiří Suk.
“No tenía apoyo internacional, había perdido tanto el de la Unión Soviética como el de los países de alrededor. En Polonia ya había un régimen distinto, en Hungría el Partido Socialista había cedido el poder. Había caído el muro de Berlín. El secretario general del Partido Comunista, Miloš Jakeš, dijo en su discurso de julio de ese año que no quería ser como un poste en una valla, pero ya se había convertido en uno. De los regímenes comunistas europeos solo quedaba Rumanía y no había esperanza de alcanzar algún tipo de estabilidad”.
Continuando con el símil de la partida de cartas, el régimen comunista había confiado en sus propios ases, pero estos habían cambiado de manos. El primer ministro, Ladislav Adamec, volvió de Moscú con una negativa de Mijaíl Gorbachov a intervenir en los asuntos internos de Checoslovaquia. Viéndose inerme, Adamec presentó su dimisión el 7 de diciembre. El nuevo gabinete, presidido ahora por Marián Čalfa, tenía un carácter apolítico.La sensación de indefensión era tal, que a pesar de que contaban con fuerzas represoras como la Policía, el Ejército y las Milicias Populares, un grupo parapolicial formado por fervientes comunistas, las altas instancias del régimen dieron orden expresa de no intervenir y evitar nuevos brotes de violencia.
La tentación de mostrar músculo quedó pronto desechada, como prueban los registros que se tienen de la reunión de emergencia del politburó en la que dimitió el secretario general de Partido, Miloš Jakeš.
“Entonces en la reunión intervino el ministro de Defensa, el general Václavík, y dijo que el Ejército estaba preparado. No para masacrar directamente a los manifestantes, sino para hacer una demostración de fuerza y salir a la calle a proteger algunos edificios, como los ministerios. El politburó lo discutió y acabó negándose. Existe un cable en el que pone que la situación para el Partido Comunista es muy desfavorable, que nunca habían estado en una situación tan mala desde que asumieron el poder en el 48 y que no tienen apoyo internacional. Decía que cualquier acto de poder no entra en consideración y deben solucionarse las cosas por medios políticos”.Y es que una escalada de tensiones habría puesto al régimen todavía más contra las cuerdas y quizás en circunstancias mucho peores para la rendición que las presentes. En el contexto europeo no era posible aislarse como lo hizo Cuba. La partida estaba perdida y lo mejor era retirarse cuanto antes en lugar de seguir apostando, añade Suk.
“Usando la fuerza la vieja guardia se habría mantenido en el poder durante algún tiempo, pero aquí en Europa Central no habría sido posible prolongarlo, con todas las tendencias que se habían iniciado: la unificación de Alemania y el paso de los países del entorno del comunismo a la economía de mercado y la democracia. Los gobernantes, tanto Jakeš como el politburó, lo comprendieron perfectamente”.
Marián Čalfa, un aliado inesperado
El Partido Comunista tenía que ceder el poder, eso estaba claro, pero no así en qué medida. Estamos hablando de una oposición formada por intelectuales sin experiencia política o directiva, que no estaban en condiciones de dirigir instituciones y que temían desacreditarse al hacerlo.
Por otro lado, no podía haber un auténtico relevo si el Foro Cívico no se comprometía a ocupar cargos clave. Finalmente se decidió que Václav Havel ascendería a la presidencia del país, legitimando así todo el proceso, comenta Jiří Suk.“El Foro Cívico no estaba preparado para asumir el poder, y Václav Havel era su personaje carismático. Era además uno de los pocos en la organización que era capaz de tomar decisiones a pesar de la tendencia a que las cosas se retrasaran que seguía reinando en el Foro Cívico. Así que decidió que se moverían un paso adelante. Era un líder incontestable y el Foro Cívico entonces era apolítico y no sabía muy bien cómo y hasta qué punto apropiarse del poder, de los puestos institucionales. En ese contexto Havel se proyectó como el personaje principal, que si llegaba a la presidencia serviría como garante del paso a la democracia sin mayores complicaciones”.
Como parte de las condiciones pactadas para el relevo, el 10 de diciembre el entonces presidente y símbolo de la normalización, Gustav Husák, dimitió en el cargo. Sin embargo, y aunque las élites del Partido en principio no se oponían, o no podían oponerse, al ascenso de Havel al Castillo de Praga, el plan se topó con la oposición de los diputados comunistas del Congreso Nacional.
Los congresistas preferían que el puesto de presidente lo ocupara el ex primer ministro, Ladislav Adamec, o en su defecto cualquier otro que no fuera Havel.En su ayuda acudió inesperadamente el nuevo primer ministro checoslovaco, Marián Čalfa, que había sido vice primer ministro para Asuntos Legislativos en el gabinete de Adamec.
Si Havel era el as en la mano de Foro Cívico, Marián Čalfa se convirtió en su comodín. El funcionario comunista se ofreció al Foro Cívico para mover las cuerdas necesarias para que el Congreso votara a favor de investir a Havel como presidente. La oposición aceptó como forma de mantener la estabilidad política del país, explica Suk.
“Con el tema de la elección del presidente dudaban y vacilaban mucho. Querían que hubiera continuidad institucional, y para eso tenían que respetar al Parlamento y otras instituciones. Pero no contaban con que el grupo parlamentario comunista, que tenía mayoría absoluta, se iba a negar a nombrar a Havel. No deseaban una solución revolucionaria, disolver el Parlamento y gobernar a base de decretos presidenciales”.
Čalfa como alto funcionario tenía acceso a las bambalinas del Partido Comunista, conocía bien su funcionamiento y podía mover resortes. Según explicó él mismo a Jiří Suk, utilizó para convencer a los parlamentarios “métodos brutales”, sin especificar cuáles.Con su ayuda y con la inusitada capacidad de presión que les facilitaba su reciente impunidad y el dominio de la calle, el Foro Cívico consiguió finalmente que el Parlamento comunista nombrara presidente a su enemigo más odiado. Pero, ¿qué llevó a Čalfa a cambiar de bando?
“Marián Čalfa no era un alto cargo comunista no estaba tan involucrado en el Partido. Era, digamos, un burócrata, un abogado. Y a diferencia de los altos cargos era una persona muy inteligente. Uno de los motivos que lo llevaron a ayudar a Havel a llegar a la presidencia es de tipo personal. Sabía que evidentemente no se podría alejar mucho tiempo a los revolucionarios del poder, y ayudándoles se aseguraba de que su carrera política, o la que fuera, pudiera continuar”.
El primer ministro actuó además de mentor para Havel en el mundo de la política, mostrándole los engranajes y las reglas no escritas del poder, y contribuyendo a que se convirtiera en la figura representativa que presidiría Checoslovaquia, y después la República Checa, hasta 2003.Čalfa continuó de hecho en su puesto al frente del Gobierno en 1992, para pasar a ser a partir de entonces asesor de Havel. Sobre su legado hay hasta hoy día polémica. Mientras que para unos su papel mediador evitó brotes de violencia y aceleró el proceso, para otros estableció una indeseada continuidad entre el régimen comunista y la democracia que le siguió.
Los críticos con la Revolución de Terciopelo le reprochan de hecho que el nuevo sistema se abstuviera de juzgar o represaliar adecuadamente a miembros de la Policía secreta u otros responsables de los excesos del régimen.
Y mientras tanto en Eslovaquia…
Valore como se valore la ayuda de Čalfa, sin ella la historia de Checoslovaquia podría haber sido escrita sin Havel al frente. La opinión más extendida entre los parlamentarios comunistas es que, dada la situación, lo mejor era cambiar la ley de Presidencia de la República y organizar comicios para la elección directa del presidente.
Confiaban en que si se le daba a escoger, la población elegiría al eslovaco Alexander Dubček. Se trataba del secretario general del Partido Comunista durante la Primavera de Praga y una de las personalidades simbólicas del intento de llegar a un “comunismo con rostro humano”. Dubček todavía seguía siendo muy popular y se creía que no supondría una ruptura tan drástica como la que significaba Havel, comenta Suk.“Tras Dubček estaban los eslovacos. La gran mayoría de la población eslovaca y sus instituciones. Así se dio que el Partido Comunista apoyó la candidatura de Dubček, que hasta hacía poco era considerado como un enemigo de clase, un revisionista. De inmediato eso cambió".
Frente a esta eventualidad, el Foro Cívico había comenzado una campaña para propagar la candidatura de Václav Havel como presidente, con el lema de “Havel al Castillo”, en referencia a la sede presidencial. La popularidad de su candidato iba en aumento y no está claro por tanto si en caso de unas elecciones Dubček hubiera ganado necesariamente.
No obstante el peligro para el Foro Cívico no era tanto la posibilidad de que su hombre se quedara fuera de juego como el enfrentamiento mismo, dada la dimensión regional que podrían haber tomado unos comicios de este tipo, advierte Suk.“El problema era que se habrían enfrentado un candidato checo y uno eslovaco. Y qué habrían hecho si la nación checa, que es el doble de grande que la eslovaca, hubiera elegido a Havel y los eslovacos a Dubček. Cómo impedir que los eslovacos se hubieran sentido aplastados o estafados. Una situación así habría provocado de inmediato una crisis entre Chequia y Eslovaquia”.
Finalmente Dubček se contentó con el puesto de presidente del Congreso Nacional y con la promesa informal de que, una vez Havel acabara su mandato, le tocaría a él ser investido presidente, algo que finalmente no se materializó.
El duelo político entre Havel y Dubček es una muestra de cómo el factor del nacionalismo eslovaco jugó también un rol importante en la Revolución de Terciopelo. Checoslovaquia era realmente dos países con dos universos políticos distintos, como demuestra el hecho de que la oposición eslovaca formara una organización diferente al Foro Cívico, con sus propias características, sostiene Suk.“Los eslovacos de forma paralela al Foro Cívico formaron Público contra la Violencia (Verejnosť proti násiliu), que era como una organización hermana. En Eslovaquia la disidencia no era muy fuerte, de modo que Público contra la Violencia surgió de la llamada zona gris: movimientos ecologistas, intelectuales y artistas, lo que tampoco se diferenciaba mucho del Foro Cívico. La diferencia es que el factor disidente no estaba tan arraigado”.
Esta independencia de la disidencia eslovaca, que ya anticipaba la posterior división del país, se mantuvo durante toda la Revolución de Terciopelo, a pesar de que hubo momentos en los que podría haberse integrado en el Foro Cívico.
“Público contra la Violencia no quiso dejarse tragar por el Foro Cívico. En Eslovaquia surgieron también Foros Cívicos, en el este, en ciudades como Košice, y había bastantes. Sí que al principio existían en Eslovaquia estas de organizaciones paralelamente. Después se presentaron conjuntamente, uniendo sus siglas, y luego ya solo existían como Público contra la Violencia. Consideraban la revolución democrática eslovaca como asunto suyo, colaboraban por supuesto con el Foro Cívico pero no demostraban mucho interés por las estructuras federales”.Václav Havel fue confirmado como presidente por el nuevo Parlamento surgido tras las elecciones de mediados de 1990, consagrándose el cambio iniciado con la Revolución de Terciopelo. En 1993 se convirtió en el primer presidente de la República Checa tras la escisión de Eslovaquia.
El Foro Cívico, disuelto en 1991, sirvió de caldo de cultivo para una nueva clase dirigente y de germen para nuevas formaciones políticas, especialmente para el Partido Cívico Democrático, que gobernaría durante gran parte de los años 90.