Michaela Malečková: “Una vez, una vendedora checa me hizo llorar”
Con formación de analista química, Michaela Malečková trabajó algunos años analizando los compuestos de la cerveza para asegurar que no sobrepase el límite de toxicidad estipulado por la ley. Durante su doctorado decidió viajar a las afueras de Cádiz para disfrutar del carácter andaluz y, al mismo tiempo, concentrarse en su tesis. Y aunque aún no se decide entre quedarse o volver, le agradece a España haber descubierto, gracias a un taller de cerámica, lo que quiere hacer en el futuro.
Viajó por primera vez a Andalucía en 2018, cuatro años antes de instalarse en la provincia de Cádiz con el objetivo de encontrar más tiempo y calma para escribir su tesis. Michaela Malečková estudió Química en la universidad Carolina y se está por doctorar con una investigación sobre el análisis de varios compuestos de la cerveza, tema que también llevó a la práctica los últimos cuatro años que pasó en Praga, trabajando en el Instituto de Investigación de Cervecería y Malteado de República Checa (RIB) que fue fundado en 1887 y es, por lo tanto, uno de los más antiguos de Europa Central.
“Hacíamos un servicio para las cervecerías: ellos hacen la cerveza, luego la envían a nuestro laboratorio y nosotros analizábamos varios de los compuestos. Y luego ellos nos pagan a nosotros por ese servicio y nosotros damos la información sobre los compuestos que tiene su cerveza. Para cumplir con la ley ellos tienen que tener el certificado de que hicimos ese análisis y la cantidad de compuestos con riesgo carcinógeno está bien, y eso hay que hacerlo periódicamente”.
Aclara Malečková que, en la actualidad, la tecnología para realizar esos estudios es tan sofisticada y precisa que los resultados van mucho más allá de lo que podemos ver con frecuencia en las etiquetas de cada producto. De hecho, explica que si todos los compuestos que hoy se analizan estuvieran incluidos, la etiqueta ocuparía, como mínimo, toda la superficie del envase. De todas formas, aclara que, por ejemplo, en el caso de las exportaciones sí se dispone de más información, aunque no en el producto en sí, sino en un formulario aparte. En todo caso, el objetivo de su trabajo era comprobar, entre otras cosas, que los índices de toxicidad de la cerveza se mantuvieran dentro de los límites estipulados por la ley.
“Si se descubre un carcinógeno y cómo se forma, luego se lo elimina. En la actualidad, las nitrosaminas están casi eliminadas en el proceso completo de las cervecerías pero todavía se controla porque, a veces, alguna cerveza puede llegar a extender ese límite y ese nivel límite está calculado de tal modo que, si bebes cerveza cada tanto, no te puede afectar nada; pero si bebes, por ejemplo, mucha cantidad y todos los días, sí puede eso afectar algo”.
“Todavía se controla el índice de toxicidad de la cerveza porque, a veces, alguna puede llegar a extender el límite: si bebes una vez cada tanto, no pasa nada, pero si bebes mucho cada día sí puede afectarte un poco”.
Aunque asegura que hoy es casi imposible que esos límites se excedan, explica que cincuenta o cien años atrás, cuando los métodos de análisis no eran tan precisos, sí podía haber algunos casos aislados. Eso, por supuesto, no significaba que alguien pudiera morir por el solo hecho de tomarse una cerveza, pero en ciertas ocasiones excepcionales el riesgo sí era capaz de elevarse un poco ante determinada cantidad de consumo y en combinación también con la ingesta de otros alimentos. El asunto, tal como cuenta Malečková, es que siempre hay, por ejemplo, un mínimo de nitrosaminas y no solo en cervezas sino también en las carnes porque, en cierta medida, todo es un poco tóxico. Y aun cuando en la actualidad esos índices son mínimos, siguen estando presentes porque cada uno de los compuestos forma un sistema muy difícil de modificar, algo que ella asocia, por ejemplo, a un fenómeno relativamente nuevo como es el de la producción de la cerveza sin alcohol.
“En general, la cerveza sin alcohol nunca llega a tener el mismo sabor de la cerveza con alcohol porque tienes que aplicar un proceso que, al eliminar el alcohol, afecta mucho todos los compuestos que están presentes; es decir, si quieres eliminar algo cambias las propiedades del alimento original”.
Si bien aclara que no dejó de gustarle la cerveza, sí reconoce que, desde que realizó ese trabajo, bebe bastante poco, al menos en comparación con la media de sus compatriotas. De hecho dice que, en la actualidad, prefiere el vino que, en su opinión, es mejor en España que en Chequia, mientras que la cerveza checa le sigue sacando a la española mucha diferencia. En lo que respecta al juego de comparaciones de la vida en ambos países asegura que extraña de Praga, sobre todo, el transporte público que le parece infinitamente más puntual, eficaz y frecuente que el de Andalucía y, aunque muchos no lo crean, el invierno.
“Lo que extraño de Chequia son las distintas estaciones, eso me encanta: el invierno, el otoño... me gustan mucho todas las estaciones porque siempre cambia algo, cambian los deportes que haces y el año tiene algún ritmo y eso me gusta porque cuando aquí solo hay sol me parece que es siempre lo mismo”.
Por supuesto eso no quiere decir que no disfrute a pleno la vida junto al mar. De hecho, afirma que su forma de ser tiene mucho más que ver con la calidez de los andaluces que con lo que ella llama el carácter checo. Por otro lado, si bien tiene en claro que problemas hay en todas partes, no deja de tener la sensación de que, a nivel general, los españoles suelen ser más demostrativos y alegres que los checos, o al menos eso es lo que le indica su propia experiencia.
“Por ejemplo si estoy triste y salgo a hacer compras en el pueblo siempre encuentro gente muy amable y eso suele mejorar mi ánimo porque son amables y entablan contacto. A veces me pasa que hago una compra y el vendedor me hace algún pequeño regalito o hablamos de algunas cosas, pues siempre eso me mejora el ánimo, mientras que, el año pasado, estuve un tiempo en República Checa y, ya a los seis días, me hizo llorar una vendedora de una tienda de herramientas. Yo estaba muy feliz, tenía un muy buen día y quería comprar algo aunque no sabía exactamente qué y pensaba que ella me ayudaría a elegir pero solo me dio una opción y yo la tomé, pero luego le dije que por ahí buscaba otra cosa y me respondió: ‘¿Por qué no lo dijiste antes?’. Fue muy mala y estaba muy enfadada y yo me puse a llorar porque no entendía qué esperaba lograr con ese trato”.
En relación con eso, nota también Michaela Malečková que, en Chequia, el tiempo se concibe de un modo muy similar al dinero en el sentido de que muchas personas están demasiado concentradas en ser lo más productivas posible, mientras que, en Andalucía, la vida es quizás un poco más relajada y muchos de sus amigos, al menos, parecen tener una relación más confortable y placentera con el tiempo, algo que ella misma decidió también incorporar.
“Cuando me vine a Cádiz quise empezar a hacer un poco las cosas que hacía de pequeña”
“Cuando me vine aquí quería empezar a hacer un poco las cosas que hacía de pequeña: me gustaba pintar y hacer algún modelado y ahora también bailar que no lo hacía de pequeña, pero ahora sí me gusta mucho. Y como tengo un poco más de tiempo me he apuntado a distintas clases de baile y también encontré, de casualidad, un taller de modelado, de cerámica, con un escultor que da esas clases y eso me encanta. Cambió mi vida”.
A pesar de que aún no tiene del todo decidido si permanecerá mucho más tiempo en España o, por el contrario, volverá a Chequia, Michaela Malečková sí tiene la certeza de que esas clases la ayudaron a descubrir lo que quiere hacer en el futuro. Sin resignarse a perder su carrera como química, durante un tiempo se puso a pensar cómo podía hacer para combinarla con su pasión por la escultura hasta que se le ocurrió probar con la restauración de obras de arte, lo cual parece una buena idea teniendo en cuenta que, tal como ella misma dice, los artesanos no suelen saber mucho de química y los químicos, por su parte, no se caracterizan justamente por su destreza manual.