Aunque parezca increíble, el escritor checo Karel Čapek, que venía de presagiar los horrores del fascismo en La guerra de las salamandras, escribió en 1937 una obra teatral sobre una curiosa peste proveniente de China que afecta, sobre todo, a las personas mayores y se expande rápidamente por el mundo. Quienes hoy la lean van a tener la extraña sensación de estar frente a un periódico.
Todos quienes, a lo largo de este 2020, se hayan cruzado con la obra teatral de Karel Čapek La peste blanca o La enfermedad blanca se habrán quedado muy impresionados por el hecho de que ese drama en tres actos parece estar hablando con absoluta precisión de la actualidad.
Ya en su libro La enfermedad y sus metáforas (1978), la escritora Susan Sontag destacaba la capacidad de anticipación de un verdadero visionario como Čapek, algo que la actual pandemia no hizo más que confirmar:
“Sus ironías no son un esbozo improbable de una catástrofe médica en la moderna sociedad de masas”.
Algo similar afirma Carlos Be, autor y director teatral español que mantiene un vínculo muy activo con la cultura checa. Conocedor profundo de la obra de Čapek, Carlos Be llegó a esta sorprendente pieza por recomendación del traductor Kepa Uharte.
“La obra es pura actualidad, si ese virus hubiese sido creado en un laboratorio de hecho el creador se habría basado en lo que contaba Čapek porque hay coincidencias tremendas: la teoría del posible origen oriental, a qué tipo de población afecta y sobre todo estremece la capacidad que tenía Čapek de ver lo que puede ocasionar en el hombre cuando una enfermedad se politiza y se vuelve un instrumento a manos de dictadores y todo tipo de depredadores sociales, políticos que sacan beneficio de esta situación y a costa de los desfavorecidos”.
Publicada en 1937 y traducida al español, la obra muestra el enorme desconcierto que genera una enfermedad proveniente de China que, además de expandirse a lo largo del mundo, resulta letal para los mayores de cuarenta y cinco años. Y aunque los síntomas del también llamado Síndrome de Cheng, en referencia al nombre del médico de Pekín que lo descubrió, parecen tener más que ver con la lepra que con el coronavirus, todo lo que sucede tiene demasiadas semejanzas con nuestra realidad: las idas y vueltas del Estado para combatir la pandemia, la arrogancia de quienes se creen inmunes al contagio, las especulaciones en el ámbito de la salud, las teorías conspirativas y la discriminación que padecen los contagiados, a quienes, en la obra de Čapek, se planea aislar en campos de concentración.
“La verdad es que tiene pasajes encomiables pero el final es estremecedor, cuando el villano se arrepiente y acepta el trato del médico protagonista… es una tragedia que no acaba bien y no quiero desanimar a nadie que no conozca la obra a conocerla porque tiene mucho que decir página tras página”.
La obra tuvo varias representaciones en el Teatro Nacional de Praga y una de las más exitosas fue la que se realizó en 1980. Pero tal vez alcanzó aún más trascendencia su adaptación cinematográfica de 1937, actuada y dirigida por el prolífico realizador Hugo Haas, quien además colaboró en el guion junto al propio Karel Čapek. La película, en blanco y negro, es bastante parecida al original aunque aporta un final menos desesperanzador que el de la obra.
“La película la vi después de leer la obra, sé que ahora hay un teatro en Pilsen que la está presentando vía Zoom: no he tenido ocasión de verla pero me parece que conectaron telepáticamente con Eufrasio Lucena, que es un escenógrafo fabuloso que ha vivido también mucho tiempo en Praga y ahora está en Sevilla, y con quien hablamos sobre la posibilidad de representar La peste blanca por Zoom”.
Explica Carlos Be que si bien el proyecto se ha quedado en el tintero le hace mucha ilusión poder llegar a retomarlo pronto para llevar a la reflexión y tratar de ver desde afuera qué está pasando con nosotros, qué nos sucede, a dónde vamos. Pero Čapek parece tener un lugar muy relevante en sus actividades y, de hecho, acaba de estrenar una adaptación muy especial de R.U.R., pieza teatral que pasó a la fama, entre otras cosas, por haber acuñado la palabra “robot”.
“Pues, el texto de R.U.R. lo conocía de hace tiempo, lo leí durante la década que estuve viviendo entre España y República Checa y cayó en mis manos una edición de Minotauro que es una maravilla, que viene con La fábrica de absoluto que es otro texto maravilloso de Karel Čapek, y la verdad es que me fascinó R.U.R. que también es de rabiosa actualidad, y justo ahora con la celebración del centenario de su creación y su estreno en el Teatro Nacional en 1921, la embajada de República Checa en España me ofreció presentarlo como lectura dramatizada”.
La versión de R.U.R. de Carlos Be, que va a tener otra función este jueves diez de diciembre, dura setenta minutos y tuvo muy buena respuesta del público. Sin embargo, el autor español asegura que fue un trabajo arduo porque el texto ha sufrido muchos ataques de censura. De hecho, explica que hay distintas versiones checas, fragmentos desaparecidos que hablan sobre los camaradas, mientras que en las ediciones en español faltan, por ejemplo, algunas partes sobre el catolicismo. Asegura que se trató, en todo caso, de un trabajo apasionante por las características tan singulares de un escritor como Čapek al que, en su opinión, cualquier movimiento artístico desearía tener entre sus filas.
“No sabría decirte en qué escuela lo encasillarían pero yo creo que todas las escuelas estarían felices si pudieran encasillarlo, si pudieran tener una mínima parte de su estilo porque solo con R.U.R. se ve su capacidad para hacer saltos temporales, piruetas, giros maravillosos y eso por lo que también se alabó a Hitchcock unos años después: se carga a los protagonistas antes de que termine la obra. Entonces es un innovador que bebe de las tradiciones, toma lo mejor de aquí y lo mejor de allá”.
En cuanto a la trascendencia de Čapek en España, indica Carlos Be que R.U.R. se representó por primera vez en Madrid en 1930. Pero tiene la sensación de que en muchos países de habla hispana otras de sus piezas teatrales como De la vida de los insectos o El caso Makrópulos fueron aún más representadas. Y afirma, por último, que Karel Čapek es uno de esos grandes autores que parecen estar escribiendo siempre sobre lo mismo aunque varíe el género y lo haga a partir de relatos, novelas o piezas teatrales.
“Siempre, siempre está hablando de lo mismo. En el prólogo de La peste blanca habla de que en la posguerra hay una retirada de lo que se conoce como humanidad y empieza a tomar mucha relevancia la clase, la nación, el Estado, la raza, y que se articulan alrededor de esos conceptos todo lo que después vamos a conocer como derechos y eso a Čapek le estremecía. Yo creo que ese es el denominador común de su obra: la crítica a la pérdida de la humanidad”.
De hecho, esta obra que en cierta forma anticipó el Covid fue escrita al calor del nazismo: tiene lugar en un país en pleno desarrollo armamentista que busca expandir sus fronteras de la mano de su Mariscal, personaje con poder absoluto que se refiere a sí mismo como dictador. En definitiva el talento artístico de Karel Čapek es tan grandioso que tanto la historia como el futuro parecen ponerse de acuerdo para imitarlo.