17) El lago de Bianca Bellová, una apocalíptica novela de iniciación
Publicada en 2016, traducida a casi veinte idiomas y ganadora de prestigiosos premios, El lago es una novela cruda y profunda sobre un niño que atraviesa la paradoja de ir en busca del destino justo después de perderlo todo.
Tal como anuncia su título, la aclamada novela El lago de la traductora y escritora Bianca Bellová (Praga, 1970) cuenta con otro protagonista además de Nami, un niño que decide viajar a la capital luego de perder a su abuela. La otra figura principal es, por supuesto, ese lago omnipresente que, en algún momento supo ser el gran sustento de la población y ahora constituye una especie de condena capaz de generar padecimientos tanto físicos como mentales. Lo notable es que, tal como afirma el periodista Daniel Ordóñez, traductor de esta novela al castellano, el lago en cuestión tiene demasiadas semejanzas con el mar de Aral, uno de los lagos de agua dulce más grandes del mundo hasta que, en la década del 60, con el objetivo de plantar algodón, la Unión Soviética empezó a secar a tal punto que, a finales de los ochenta, el lago con nombre de mar ya estaba casi liquidado.
Pero es cierto que, más allá de algunas notables coincidencias, la novela nunca termina de hacer explícito su escenario.
“La autora no quiso concretar que eso era el mar de Aral y que estábamos hablando de tal año y de esa situación porque en realidad todo, o prácticamente todo, se reproduce en el lago, yo como traductor estuve investigando bastante sobre el mar de Aral y me sorprendió hasta qué punto a veces es realista”.
Esa misma decisión de eliminar las referencias concretas es lo que hace que esta novela se transforme en una curiosa distopía aunque, tal como afirma Daniel Ordóñez, se trata de una distopía que, en realidad, ya la provocaron los rusos. Indica que aunque el mar de Aral tuviera agua dulce, también contaba con cierta salinidad que, al descender tanto el nivel, se concentraba en la arena y, al soplar viento, resulta tóxico para los pobladores. En ese sentido aclara Ordónez que, a diferencia de Chernóbil, las pérdidas del mar de Aral fueron intencionales, aunque quizás los daños llegaron más temprano de lo que se esperaba.
Lo cierto es que Bianca Bellová logra evocar en su novela un paisaje tan apocalíptico y catastrófico como podía verse desde finales de los años ochenta a orillas del mar de Aral, es decir, en la zona de las actuales repúblicas de Uzbekistán y Kazajistán. Aunque la novela no se limita a ningún tiempo ni espacio puntual, todo parece apuntar a esa época y ese escenario: los barcos abandonados en la arena, la presencia siempre amenazante de los rusos y hasta cierto brote de islamismo que, tal como explica Ordóñez, quizás surgiera no tanto por motivaciones religiosas sino como señal de identidad de un pueblo.
“Yo viví en Rusia entre 2000 y 2003 y el ambiente de esta novela me recordaba mucho a esa sociedad no solo decadente, va un poco más allá de eso: es una sociedad un poco a la deriva, postsoviética, de bastante desamparo y de mucha violencia explícita y no explícita, verbal y física”.
Gracias a un sistema de becas de intercambio de la Universidad de Granada, Daniel Ordóñez tuvo la posibilidad de cursar en Rusia parte de sus estudios en Filología Eslava. Además de permitirle conocer y explorar lugares y entornos distintos, esa experiencia le resultaría muy útil para llevar al español esta novela, básicamente por estar en contacto con la idiosincrasia de distintos sectores de esas sociedades, en especial la situación de muchos niños como Nami que deben enfrentarse a condiciones de vida muy difíciles.
“Yo con esta novela flui bastante, no me supuso grandes problemas, quizás también porque no se trataba de mi primer o segundo trabajo de traducción sino ya el tercero. Pero, de alguna manera, al sentirme identificado con ese ambiente, con ese paisaje, y por haberlo conocido, la verdad es que no me lo planteé mucho sino que enseguida vi que conectaba con eso”.
En su opinión, el gran espesor de la novela parece estar en la construcción de su atmósfera tan especial y no tanto en el estilo de escritura que él encuentra simple y muy legible. Ordóñez reconoce que, por ejemplo, sí tuvo mucho más inconvenientes puntuales al traducir El molino de momias de Petr Stančík. Y, por otro lado, cada vez que se enfrenta a ciertas expresiones con matices o referencias culturales complejas, agradece poder apoyarse en su mujer quien, además de checa, es una gran lectora y suele resolverle muchas de esas dudas.
Pero además de la densidad de su atmósfera, lo que más atrajo a Ordónez de este libro es la ambigüedad respecto al intento de Nami por encontrar a su madre. Algo que se acentúa al final de la novela que, en algún punto, puede funcionar como metáfora de un regreso al vientre materno.
Cuenta Ordóñez que lo primero que supo de este libro es que contaba con credenciales muy importantes, ya que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europa y el Magnesia Litera que, según explica, tiene algo que lo diferencia de todos los demás.
“La entrega de premios es muy divertida, muy bonita, tiene unos artistas gráficos trabajando en cada obra para presentarla como nominada, hacen una presentación corta animada de cada una de ellas a muchas categorías porque es como los Oscar: hay mejor obra infantil, mejor traducción al checo… Hay muchas categorías, todo con animación, es una locura de bonito y de bien hecho que está”.
Daniel Ordóñez resume muy bien las credenciales de esta novela al afirmar que en 2017 fue elegida mejor libro del año en un país que cuenta con mucha literatura y premios prestigiosos. Y a pesar de su estilo tan actual, El lago retoma antiguos mitos universales y, en algún punto, podría haber sido escrita casi en cualquier otro país del mundo.
“No hay nada checo, en realidad, en la novela: no hay ningún personaje checo, no transcurre en Chequia, no hay comidas checas, no se quitan los zapatos al entrar en casa, no hay nada de eso”.
En todo caso, lo que tiene que tener en cuenta el lector es que El lago cuenta con escenas muy violentas como sucede en cada uno de los enfrentamientos de Nami con el hombre que, luego de la muerte de su abuela, lo invade en su propia casa y, en especial, durante una escena terrible de la novela que tiene como víctima a Zaza, la chica de la que Nami está enamorado, y es básicamente ese episodio brutal lo que lo impulsa a salir cuanto antes de su pueblo.
“Consigue narrarlo muy bien, consigue impresionarte, consigue aterrorizarte, no sé cómo explicarlo pero desde luego no te deja indiferente”.
En ese sentido, uno de los aspectos más trascendentes de esta novela de iniciación es, en efecto, el personaje de Nami. Sobre todo, porque el lector ve y siente a través de sus ojos, y eso es lo que explica que, al principio, durante la infancia de este golpeado personaje que describe la realidad desde la perspectiva de sus sentidos, la novela sea quizás más extraña y onírica y, poco a poco, a medida que él mismo va creciendo, vaya adoptando un registro un poco más objetivo. Exactamente como si el lector lograra transformarse a la par de su protagonista.