Las mujeres del rey checo Venceslao IV

Venceslao IV

"Venceslao está contagiado de pereza ... no se parece en nada a su padre, se dedica a los placeres, evita el trabajo, y el vino le resulta más importante que el reino", este testimonio lo dio Eneas Silvio en el siglo XIV sobre el rey Venceslao IV, hijo del rey checo y emperador romano-germánico, Carlos IV. Entre los placeres a los que con tanto gusto se dedicaba Venceslao no faltaban las mujeres.

Venceslao IV
Parece que en su juventud Venceslao no era un típico Luxemburgo. Carecía del ardor sexual que experimentaban su padre Carlos IV o su hermano Seguismundo. Incluso parece que sufría problemas contrarios. Su coetáneo, el cronista alemán Hermann Korner, escribió que el soberano había obligado a su propia mujer a visitar un prostíbulo. No indicó los motivos pero esta anécdota sobrevivió. En el siglo XVI se habló ya públicamente de la impotencia del rey, que se atribuía a su flojera y ebriedad.

Venceslao se casó por primera vez como un chico de nueve años cumpliendo la voluntad política de su padre Carlos IV. Este le escogió como esposa a Juana de Baviera de la estirpe de los Wittelsbach. De esta manera quería enfrentar una coalición enemiga en la que los duques de Baviera desempeñaban un papel importante.

La boda de Juana y Venceslao se celebró en septiembre de 1370. La novia era entonces cinco años mayor que su novio. Los esposos empezaron a vivir juntos en 1376, año en que fueron coronados en Aquisgrán reyes romanos.

Juana se trasladó a Bohemia inmediatamente después de su boda, y se adaptó sin dificultades al ambiente checo. Dominó el idioma y sus más próximos cortesanos eran checos.

A pesar de que el matrimonio fue contraido por motivos políticos, parece que los jóvenes se amaban. Pero no disfrutaron mucho tiempo de su felicidad. Juana murió el 31 de diciembre de 1386 en el castillo de Karlstejn, a los 30 años de edad.

Castillo de Karlstejn,  foto: CzechTourism
Según una leyenda, Juana no podía soportar el ambiente libertino de la corte real, por eso optó por una muerte voluntaria de hambre.

Otro cronista cuenta que la reina fue atacada mortalmente en el dormitorio por un perro de caza que pertenecía a su marido. Venceslao IV era apasionado de los grandes perros de caza. Se dice que incluso encargaba a sus embajadores de traérselos de diversos países europeos. El más grande de ellos compartía con él el dormitorio soliendo dormir en las piernas del rey.

Cuando una noche la reina Juana se levantó súbitamente del lecho y haciendo bastante ruido buscaba bajo la cama la basinica el perro gigante se asustó, saltó contra la reina, la agarró por el cuello y la mató.

Según otros testimonios, Juana murió después de que la había mordido un perro contagiado de rabia. Esta historia se basa en un hecho real. Es que en 1385 uno de los perros de Venceslao atacó y mordió al intendente de la corte Kaspar Krajír, hombre al que al animal debía conocer. Por ello no sería extraño que algo parecido le hubiera pasado también a la reina.

Juana fue enterrada en enero de 1387 en la tumba real después de ser expuesto su cuerpo durante algunos días en las iglesias de Praga. Venceslao no asistió al funeral. Se dice que "por una inmensa pena" que lo invadió.

Venceslao quedó viudo a sus 26 años y permaneció en este estado tres años más. Pasaba el tiempo en medio de sus amigos saliendo de caza, divirtiéndose en opulentos festines y disfrutando de la compañía de mujeres guapas.

Sin embargo, las obligaciones dinásticas lo llamaron. En julio de 1388 pretendió a la princesa Juana, hija del rey Juan de Aragón. Pero al final se dejó encantar por la belleza de otra mujer - Sofía, que creció en la corte del duque de Baviera. La mujer de la que Venceslao se enamoró tenía entonces 12 años. En verano de 1389 se celebró la boda y la fiesta duró ocho días.

Para la coronación Sofía tuvo que esperar once años - hasta 1400. El esposo, como era su costumbre, faltó en la ceremonia.

Sofía era joven, hermosa y no se negaba a las diversiones bulliciosas que le ofrecía la vida en la corte. En ocasiones solemnes incluso bailaba con embajadores extranjeros.

Quizá este fue uno de los motivos para que Venceslao empezara a sospecharla de alguna infidelidad. Y quizá así surgió la leyenda sobre Juan de Nepomuceno, confesor de la reina que rechazó delatar el secreto de confesión al rey y por ello fue ahogado en el río Vltava.

Lo cierto es que el matrimonio de Venceslao y Sofía era, por lo menos en los primeros años de su convivencia, feliz. Lo prueban manuscritos iluminados que surgieron poco después de su casamiento. Los documentos representan escenas en las que el rey y la reina se encuentran en un baño. La reina desempeña a menudo el papel de la bañera, descalza y vestida en una camisa con mangas cortas o un velo transparente.

La relación íntima entre los esposos está presente en todos los dibujos, siendo subrayada aún con el uso del color rosa y azul que simbolizan el amor y la fidelidad, además de repetirse el motivo de alcedón, ave que es símbolo del amor conyugal.

En la vida de Venceslao IV intervino significativamente una mujer más, por lo menos las leyendas lo cuentan así. Transcurría el año 1393 o 1394, el rey fue tomado preso por los nobles checos y encarcelado durante quince semanas en el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja de Praga.

Un día el rey deseó visitar los baños. Allá pidió a la joven bañera Susana que lo llevara en un barco al otro lado del río Vltava prometiéndole cien monedas de oro. Susana cumplió el deseo del rey, éste la invitó a cenar al castillo y por agradecimiento que la joven lo había liberado de la cárcel pasó con ella también la noche siguiente. Y no fue la última.

Hasta aquí la leyenda. Lo que está históricamente comprobado es que en el barrio praguense de Podskalí, junto al río, existía un baño que pertenecía al soberano. Y lo mantenía una tal Eliska de Zderaz.

Juan Hus
Mientras tanto la reina Sofía vivía su propia vida. Se convirtió en una oyente asidua del predicador y reformador Juan Hus. Desde 1402 frecuentaba regularmente la Capilla de Belén en Praga donde Juan Hus pronunciaba sus sermones. En 1410 no vaciló en defenderlo en público y escribir a la curia pontificia, explicando que los esfuerzos de Hus son de provecho para la sociedad. Y se mantenía firme en sus posturas incluso después de que el reformador fuera quemado en la hoguera en 1415.

Las opiniones de Sofía no gustaban en absoluto al Papa Martín V. En febrero de 1419 la reina tuvo que presentarse ante el tribunal del nuncio papal donde debía enfrentar la acusación de que protegía a un hereje.

Y luego la historia barajó las cartas del destino. El 16 de agosto de 1419 murió Venceslao IV y en el país estallaron las guerras husitas.

La viuda del rey, Sofía, abandonó Bohemia y se refugió en Bratislava. No sufría carencias. Se llevó parte de los tesoros de Venceslao y además la sostenía el hermano de su esposo fallecido, Seguismundo. Y ya que Seguismundo era un Luxemburgo típico y Sofía, a pesar de cumplir los 47 años no perdió mucho de su hermosura y de su juventud, surgieron rumores de que los dos mantenían una relación amorosa.

La vida de Sofía se terminó en Bratislava en otoño de 1425, a sus 50 años apenas. Fue enterrada en la capilla que dejó construir en la iglesia de San Martín. No se prestó oído a su deseo de ser trasladada después de la muerte a su Baviera natal.