Hace 600 años, los husitas liderados por Jan Žižka derrotaron al ejército de la segunda cruzada
El fracaso de la segunda cruzada contra los husitas ayudó a fortalecer el movimiento en tierras checas. Hasta el año 1427, ningún ejército de cierto tamaño se atrevió a atacar Bohemia.
A principios del siglo XV, el conflicto religioso y de poder en torno al papel de la Iglesia en la sociedad se trasladó por primera vez al campo de batalla. Como detonador había servido la muerte en la hoguera del popular predicador Jan Hus el 6 de julio de 1415. Hus, quien había criticado a la Iglesia por usurpar el poder secular y por la venta amoral de indulgencias, empezó a ser venerado como mártir y sus ideas y convicciones comenzaron a propagarse rápidamente en el país.
El símbolo que adoptaron los husitas, cuyo nombre deriva del nombre del reformador, fue el cáliz, referencia a una de las demandas del movimiento: la comunión bajo las dos especies como muestra de igualdad del clero y la población.
El rey Venceslao IV intentó calmar la situación y nombró a nuevos concejales en Praga para que intervinieran de manera radical contra los husitas. Algunos miembros del movimiento fueron arrestados y ejecutados como advertencia para los demás. La consecuente venganza contra los concejales se conoce como la primera defenestración de Praga. Esta marcó el inicio de la revolución husita, que terminó convirtiéndose en una guerra que duró largos años.
Tras la muerte de Venceslao, su hermano Segismundo asumió el poder, resuelto a gobernar sin preocuparse demasiado por los intereses de la nobleza. El emperador empezó a formar un ejército que dominara a los rebeldes checos. A petición de Segismundo, el papa Martín V declaró en marzo de 1420 la primera cruzada contra los herejes bohemios. En su frente salió al campo de batalla el propio Segismundo de Luxemburgo. A pesar de contar con tropas más numerosas, los cruzados no lograron derrotar al ejército husita, compuesto de voluntarios sin formación militar. Y sobre todo, no lograron vencer a Jan Žižka, quien entró en la historia como el comandante que nunca conoció la amargura de perder una batalla.
Así, la primera cruzada, y poco después también la segunda, terminaron siendo un fracaso para el ejército imperial. Tras la debacle de Vítkov y la de Žatec un año después, siguieron las derrotas de los cruzados en Kutná Hora y Havlíčkův Brod y, por último, cuando los soldados de Segismundo ya se retiraban a Hungría, el 10 de junio de 1422.