Federico Klemm, el checo que se convirtió en ícono pop argentino
Después de la caída de los nazis, y a causa del peligro que significaba la nacionalidad alemana de su padre, la familia de Bedřich Klemm se mudó de Liberec a Buenos Aires. Ese niño de apenas siete años ni se imaginaba que, con el tiempo y el nombre de Federico, se convertiría en un verdadero referente cultural y artístico.
A veinte años de su muerte y ochenta de su nacimiento, el periodista uruguayo Rodrigo Duarte, autor de su flamante y primera biografía, nos explica quién fue Federico Klemm y por qué nunca regresó a su país de origen.
Aunque solo vivió seis años en la antigua Checoslovaquia es probable que la enorme tradición artística de su país de origen haya forjado en Federico Klemm su profundo amor por la ópera y el arte en general. Pero, al mismo tiempo, el motivo de su mudanza de Liberec a Buenos Aires cuando solo tenía siete años y aún se llamaba Bedřich refiere a un tema que, recién en este último tiempo, dejó de ser tabú y se empezó a hablar en la sociedad checa, incluso en novelas como ‘El dinero de Hitler’ de Radka Denemarková: la expulsión de los alemanes a manera de venganza, tuvieran vínculos con el nazismo o no, a finales de la Segunda Guerra Mundial. A veinte años de su muerte y ochenta de su nacimiento, el periodista uruguayo Rodrigo Duarte decidió investigar y poner por escrito el curioso caso de Federico Klemm, un inolvidable ícono pop en Argentina y un perfecto desconocido en su país de origen.
“Lo llamaban el Andy Warhol argentino porque tenía una peluca rubia y usaba un vestuario muy estridente”.
“Federico Klemm fue una personalidad del mundo del arte en Argentina, muy famoso en los años 90 que coincide con el momento en que él se convierte en heredero porque su padre fallece. Entonces, al tener mucho dinero, él que siempre había mostrado inclinaciones artísticas, compra una galería que hoy es la Fundación Klemm y era muy importante ya en ese momento, inicia un programa de televisión en la época de la explosión de la televisión por cable, un programa de arte llamado ‘El Banquete Telemático’. Federico era muy histrónico, lo llamaban el Andy Warhol argentino porque tenía una peluca rubia y usaba un vestuario muy estridente, y con ese programa de televisión salta a la fama”.
Esa popularidad lo sorprendió incluso a él mismo y escondía cierta burla: si bien lo invitaban a todos los programas, era tratado como un personaje bizarro aunque, a la vez, muy querido.
Por otro lado, no se trató de una fama tan extensa porque Federico Klemm murió muy joven, a los sesenta años, a comienzos de los años 2000. Rodrigo Duarte cuenta que, como él se crió con la televisión de la década del noventa, lo veía de niño como un personaje muy gracioso de la farándula. Sin embargo, con el tiempo se fue dando cuenta de que Federico Klemm era una figura mucho más interesante y compleja de lo que, en ese entonces, parecía.
“En el libro ‘Historia de la homosexualidad en Argentina’, de Osvaldo Bazán, se hablaba de la relación de Federico Klemm con Robledo Puch, que fue el asesino serial más conocido de la historia argentina: un adolescente rubio, muy lindo... Hace unos años se estrenó una película muy exitosa que cuenta su historia y en la que aparece brevemente un personaje llamado Federica, que obviamente es Federico Klemm”.
La película ‘El ángel’, dirigida por Luis Ortega, no resulta tan ajena al público checo ya que inauguró, en el año 2019, el Festival de Cine Argentino en Praga con muy buena repercusión. Según los testimonios que Duarte pudo reunir en su libro, Klemm mantuvo de joven una relación sentimental con Puch al mismo tiempo que cometía esos crímenes que él ignoraba completamente. No obstante, en la biografía se dice que durante un tiempo fue asediado por la Policía y cuando finalmente detienen al criminal, el propio Federico Klemm es sometido también a un interrogatorio.
“Una amiga de Federico me decía que la Policía lo vigilaba, pero la madre lo hacía aun más. Porque cuando él se muda de chico de Checoslovaquia a Argentina con la madre, el padre y un socio del padre comparten todos un hogar en el barrio de Recoleta y su madre fue siempre muy sobreprotectora con él, mientras que su padre renegaba de todo lo que era Federico porque odiaba que fuera tan extravagante, que le interesara el mundo del arte y que fuese gay obviamente también”.
De madre checa y padre alemán, Federico Klemm nació y vivió en la ciudad de Liberec hasta los siete años. El destino que eligieron para pasar el resto de su vida se debe a que su madre, Růžena Mareček, nacida el 21 de febrero de 1911 en Uherské Hradiště, tenía un primo que vivía, precisamente, en Argentina, en la zona de Tigre. Poco después de la caída del nazismo, decidieron escapar de Checoslovaquia cargando esa bomba de tiempo que significaba la nacionalidad de su padre, Bedřich Josef, ya que, en ese momento, todos los alemanes eran vistos como colaboracionistas, fuera cierto o no.
En el caso puntual de su padre, es probable que tuviera cierta simpatía por el Tercer Reich pero era, sobre todo, un industrial que venía de una familia de proveedores del Estado alemán, incluso antes del nazismo. Cuenta Duarte que primero escapa el padre con la promesa de reunir pronto a la familia en el otro extremo del mundo y entonces sucede lo que Duarte considera una escena casi cinematográfica cuando, en medio de la noche, la madre de Federico Klemm intenta escapar hacia Polonia con su hijo. En plena frontera, ella se da cuenta del enorme peligro que podía significar que, en ese preciso momento, a Federico se le escapara alguna palabra en alemán.
“Entonces, la madre le pone a Federico, que tenía unos seis años, muchos caramelos en la boca mientras estaban cruzando la frontera para que no pudiese hablar, para que no pudiese decir ninguna palabra en alemán porque pensaba que si se lo explicaba se podía olvidar o no podría llegar a entender la gravedad... Entonces le llena la boca de caramelos y cruzan sin problemas pero la madre, Rosita, contaba que el miedo que vivió durante esos minutos la acompañó toda la vida”.
Una vez que llegan en barco a la Argentina, en julio de 1949, la familia Klemm vivió un tiempo en la casa del primo materno en Tigre. Luego se mudan al barrio de Belgrano y, por último, recalan en el lujoso barrio de Recoleta. Explica Rodrigo Duarte que, apenas termina el colegio secundario, Federico Klemm, que por ese entonces ya tenía una apariencia de dandy, se pone a trabajar en la empresa del padre, que importaba productos químicos. Sin embargo, solía ir muy tarde y no se tomaba muy en serio esa ocupación que, sin embargo, no terminaba de abandonar por la sencilla razón de poder mantener su nivel de vida.
“Una de las cosas que más me gustaba de Federico y más me llamaba la atención era que, si bien tenía que mantener un perfil bajo para no hacer enojar al padre, él siempre vivió con mucha libertad. La gente con la que hablé para hacer el libro me decía que, si bien en esa época él no era famoso masivamente, era parte del folklore oral del circuito artístico y cultural gay de Buenos Aires: todo el mundo sabía quién era, le decían Marlene por Marlene Dietrich porque era rubio, o la Klemm. Un personaje muy reconocible.”
“Creo que no se toma dimensión de que Federico Klemm fue un pionero y un promotor de la cultura LGBT en Argentina”.
A pesar de que nunca tuvo problemas económicos y la fortuna familiar siempre constituyó una especie de salvavidas, explica Duarte que, recién cuando fallece su padre, él se convierte en millonario y, en algún punto, en el Federico Klemm que marcó un antes y un después en la cultura pop argentina: en ese mismo momento toma la decisión de convertirse en una personalidad célebre y, sobre todo, en un referente del ámbito cultural, creando por ejemplo la Fundación Klemm que aun sigue funcionando en Buenos Aires y alberga una impresionante colección de arte que incluye obras de firmas tan célebres como Picasso, Magritte y Warhol.
“Él decide invertir todo su dinero en su proyecto artístico: en su galería, en sus obras, en su programa de televisión y en el mecenazgo que ejerce porque era un mecenas muy importante no solo por traer a la Argentina obras de los artistas más importantes del mundo como Warhol, Bottero, Mapplethorpe sino también porque apoyaba a artistas argentinos y también LGBT en un momento en el que en Argentina, luego de la dictadura, había una apertura pero la sociedad seguía siendo conservadora. Una de las cosas que me motivaron a hacer este libro es que creo que no se toma dimensión de que Federico fue un pionero y un promotor de la cultura LGBT en Argentina”.
Agrega Duarte que él tiene la sensación de que, a través de su programa de televisión, muchos argentinos veían por primera vez en su vida a un homosexual que, además, llevaba siempre un vestuario muy estridente. Eso contribuyó a que su figura quedara relegada a la idea de lo meramente excéntrico y de ahí la decisión de hacer esta primera biografía que pudiera mostrar también otros aspectos: su enorme solidaridad, su costado transgresor, su inagotable energía como gestor cultural o incluso redescubrir su propia obra artística formada, sobre todo, por collages de fotografías y óleos que, durante mucho tiempo, fue tildada de kitsch pero, en su opinión, últimamente también empieza a valorarse en forma positiva como el legado de un gran representante del pop argentino. Por cierto, desde que llegó a los siete años a Buenos Aires, Federico Klemm no regresó nunca a su país de origen pero afirma Duarte que jamás dejó de hablar checo, gracias, sobre todo, a la sólida relación que mantenía con su madre.
“La madre tenía un gran cariño por Checoslovaquia y entre ellos hablaban en checo. Hay de hecho una anécdota y es que cuando la madre muere al final de los años noventa, cuando él ya era mayor, una empleada de la casa le lleva el teléfono a Federico que atiende y luego le habla a su madre fallecida, en pleno velorio. Le pasa el teléfono y le dice: ‘es para vos, mamá’ en checo”.
Según Rodrigo Duarte a Federico Klemm le costó aprender el español a tal punto que, al parecer, se reían de él en el colegio y de grande seguía hablando con bastante acento. A pesar de que, a lo largo de su vida, varias personas lo alentaron a regresar a la actual Chequia, ni siquiera quiso volver para reclamar las propiedades familiares confiscadas luego de la Segunda Guerra Mundial. Incluso dicen que, cada vez que le preguntaban algo de esa época, él cambiaba de tema porque, al parecer, no podía borrar de su mente los recuerdos traumáticos de la ocupación nazi: el ruido de las explosiones y el clima de amenaza constante. Lo interesante, en todo caso, tal como recalca Duarte, es que como reacción a los atentados contra la comunidad judía en Argentina, a principios de los años 90, Federico Klemm realizó una obra con escombros de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina). Ese gesto podría verse como una muestra de solidaridad y, quizás, como una forma de tomar distancia de su padre.