Embajadora en España, y yo con estos pelos

Pavlína Řezníčková

En 1990, tras la caída del comunismo, y a falta de una nueva clase dirigente, los puestos de poder fueron ocupados en Checoslovaquia por lo que había sido la oposición: artistas, intelectuales y bohemios en general, capitaneados por el dramaturgo Václav Havel. Una de ellos fue la ilustradora Pavlína Řezníčková, que sin ninguna experiencia política fue enviada a España de embajadora.

Pavlína Řezníčková
En otoño de 1989, cuando el régimen comunista checoslovaco empezó a resquebrajarse, Pavlína Řezníčková llevaba ya varios años en España. Aunque disidente y firmante de la Carta 77, una iniciativa clave de la oposición democrática, no se trataba de una exiliada. Casada con un catalán, provista de ciudadanía española y establecida en Barcelona, trabajaba como ilustradora para el mercado español, manteniendo un contacto constante con Checoslovaquia.

La Revolución de Terciopelo lo cambió todo. En diciembre del 89, Řezníčková aterrizó en un país en pleno proceso de cambio, lleno de esperanza y en el que se estaba produciendo un relevo en el poder. Como parte del círculo de intelectuales cercano al futuro presidente Václav Havel, Řezníčková se vio inmediatamente sumergida en el proceso de transformación política del país.

Era el momento soñado de tomar las riendas y desalojar del poder a la vieja oligarquía comunista. Escritores, fotógrafos, pintores, cantautores, actores y dramaturgos, de convicción demócrata pero sin ninguna experiencia política, se repartieron sillones en los ministerios en un ambiente de euforia.

A Pavlína Řezníčková, por su especial relación con España, se le propuso la embajada en Madrid.

Václav Havel
“Yo conocía a Havel ya desde joven. Yo volví a Praga para después de noviembre del 89, en cuanto pude, rápidamente, por Navidad. Entonces a él se le ocurrió esta idea”.

Era un cargo importante para el que no tenía la formación adecuada, como ella misma reconoce, por lo que la decisión fue muy difícil de tomar.

“Tuve dolor de cabeza una semana, porque yo vivía una vida más privada de lo normal, porque era “freelance”. Trabajaba en casa: dibujos e ilustraciones. Lo comenté con varios amigos y al final uno dijo una frase muy simple: si no lo tomas te lo reprocharás por el resto de tu vida. Y tenía razón. También conocía España. Estuve allí 14 años y pensé que sabría orientarme”.

Así es como en 1990 Pavlína Řezníčková se convirtió en la primera embajadora en España de la Checoslovaquia democrática. Un proceso precipitado en el que no faltaron situaciones surrealistas.

“Volví enseguida a Praga, porque para entrar en los servicios diplomáticos tenía por fuerza que deshacerme de la nacionalidad española. Fue un drama, porque en el Ministerio, en Madrid, decían que no existía precedente, porque nadie se había querido nunca deshacer de su nacionalidad española, y que no sabían como hacerlo”.

Embajada checa en Madrid
Y así, a tono con el clima alocado y trepidante de aquellos días de cambio, la nueva embajadora se vio de vuelta en Madrid de un día para otro, sin saber muy bien lo que se iba a encontrar.

“Increíble. Hice las maletas, llegué a la embajada, en obras, donde no había casi sitio para dormir. En tres días ya iba con los credenciales, que normalmente tarda como tres meses y te da tiempo a prepararte. Yo no tenía ni vestido ni nada. ¡Una cosa! Entonces llegué al palacio real en una falda de verano”.

Una embajada en reforma, llena de muebles viejos y, tras la limpieza ideológica, escasa en funcionarios experimentados y diplomáticos profesionales. Todo un reto en el que Řezníčková y su equipo tuvieron que poner a prueba su capacidad de adaptación.

Un viaje de ida y vuelta al mundo diplomático

En su nuevo papel de embajadora, Řezníčková tuvo que encargarse durante los cinco años y medio que estuvo en el puesto de realizar todo tipo de labores representativas, léase recepciones, galas, discursos y banquetes. Suena bien, pero en el estricto mundo diplomático todo es más difícil de lo que parece.

Pavlína Řezníčková
“No quería provocarme dolores de cabeza con las cosas del protocolo. Pensaba que si uno trata a la gente con educación, normalmente, entonces no puede salirse tanto del protocolo. Claro que hice algunos fallos horribles, supongo, pero mejor ni saberlo”.

Por suerte, los políticos y diplomáticos españoles, conscientes de la complicada situación de la señora embajadora, se mostraron especialmente tolerantes con sus ocasionales meteduras de pata.

“Pues como les encantaron todos los cambios eran muy tolerantes, porque sabían que no era ninguna profesional, sino lo que se llama una embajadora política. Entonces se portaron de maravilla, realmente. Hasta el momento en el que nos separamos de Eslovaquia, entonces las relaciones se volvieron un poco más frías, porque a España le molestó mucho”.

Era un ejemplo de separación demasiado sencillo y seductor para los nacionalismos periféricos de la piel de toro.

Un mundo, el diplomático, demasiado frío y disciplinado, que Řezníčková, sufrió, más que disfrutó, pero en el que finalmente se acabó desenvolviendo, haciendo amigos y viviendo anécdotas curiosas.

“Lo que me fascinaba era que por ejemplo en las recepciones los embajadores automáticamente se juntaban según el número de sus habitantes, es decir, según el tamaño de su mercado. Entonces los países que tenían diez millones siempre estábamos en un grupo, otros que tienen 40 se juntaban entre ellos”.

Además de la representación política y la organización de actividades para la difusión de la cultura checa, la labor principal de la nueva embajadora fue la coordinación de los contactos comerciales entre las empresas españolas y el floreciente vivero de capitalistas checos.

Sin embargo, y contra lo que pudiera esperarse, no se dio la prevista corriente de inversiones entre ambos países, al menos al principio, como cuenta Řezníčková.

“Es que Centroeuropa no estaba muy orientada al sur. Eso era un problema. Como estábamos 40 años aislados, sobre España teníamos la sensación de que era algo así como la Sicilia del siglo pasado. Y España tenía la sensación de que éramos como China. Entonces había una desconfianza mutua increíble. Esto duró como cuatro o cinco años, en lo económico, quiero decir, cuando venía gente de Bohemia a España o al revés”.

El fin de un sueño

Pavlína Řezníčková fue primero embajadora checoslovaca y más tarde solo checa tras la separación de 1993. Como todos los diplomáticos checos, tras un periodo de cinco años en el extranjero, llegaba el momento de un relevo en las funciones. El cambio supuso el fin de su carrera diplomática y el retorno definitivo a la República Checa.

“Cuando volví me marché del Ministerio porque sentí que no era una ejecutiva profesional que podía entrar a trabajar allí. Cuando se vuelve de fuera uno debe estar dos o tres años en el Ministerio, y trabajar realmente como buen ejecutivo, y en esto yo creía que no me iría bien. Entonces me marché de allí, después vendí el piso que tenía en Barcelona y busqué aquí el piso, y pasaron un par de años de orientación. Pero con el trabajo artístico, aquí sigue bastante mal. Volví al cabo de veinte años y todo era ya completamente diferente”.

El caso de Pavlína Řezníčková puede considerarse un símbolo del destino que sufrieron exiliados y disidentes tras el entusiasmo inicial de la Revolución de Terciopelo. Durante aquellos primeros años de ilusión, se soñó con una nueva élite al timón de Checoslovaquia. No pasó mucho tiempo hasta que se hizo evidente que la realidad sería muy distinta, como nos cuenta Řezníčková desde su perspectiva actual.

“Llegamos al año 90 con ilusión, pero como no teníamos experiencia en estos bruscos cambios nos imaginábamos que los intelectuales, toda la capa intelectual, entrará y dirigirá el país de un modo exclusivo. Y no, lo de siempre, los que les gusta el poder en todos los regímenes siempre entran los primeros. En realidad seguramente esto es una evolución normal, y tardará dos o tres generaciones, pero nosotros ya no tenemos tanto tiempo”.

Por un lado entró en escena esta nueva clase política, turbia y de dudosas conexiones pero ambiciosa, y por tanto preparada para asumir el poder. Por otro, la joven democracia checoslovaca no logró desalojar de sus funciones a todo el aparato burocrático del comunismo, del que se dependía por sus conocimientos para que el Estado siguiera funcionando.

Faltos tanto de ambición como de capacidades gestoras, los poetas, escultores, historiadores y periodistas de los primeros años fueron quedando relegados con el tiempo a posiciones inferiores. Además de esta realidad, Řezníčková tuvo que sufrir también el destino del exiliado que vuelve.

Para los checos que habían vivido en el extranjero los últimos años del comunismo, la vuelta a Chequia fue un camino cuesta arriba. Faltos de contactos y de buenas conexiones, desplazados por el celo de los profesionales que permanecieron en el país, y acostumbrados ahora a otra sociedad, se convirtieron en inmigrantes en su propia nación.

Apartada ahora de su trabajo como ilustradora, Pavlína Řezníčková busca su futuro en otros proyectos, como la realización de documentales. Esperemos que la brújula pronto vuelva a señalar al norte, señora embajadora.