Día de San Rufo, una fecha aciaga para dos reyes checos

bitva_stredoveka.jpg

En esta edición de "Legados del pasado - testimonios del presente" volveremos a los tiempos de las batallas medievales, cuando hasta los mismos reyes participaban en la pelea. Para dos monarcas checos resultaron fatales estas batallas, cuyo punto en común fue la fecha del día de San Rufo, el 26 de agosto, según el antiguo calendario.

Durante la historia del Estado checo fueron libradas muchas batallas, importantes y de poca monta. Algunos decidieron sobre el destino de toda la población, otros no fueron más que simples reyertas surgidas a raíz de desavenencias personales entre los poderosos de la época.

En las batallas, sin excepción, entraban también los príncipes y reyes checos. La mayoría permaneció apartada de la refriega y daba órdenes estratégicas a sus huestes por medio de mensajeros o señales.

Pero había monarcas que para su mayor gloria o para el bien de su reino no dudaron sacar la espada y con su ejemplo arrebatar el ejército y llevarlo a la victoria. No obstante, no todos salieron airosos e ilesos de la batalla.

El primer monarca checo sobre el que se cernía amenazante el día santo de San Rufo fue Premysl Otakar II, denominado por su poder y riqueza "el rey de hierro y de oro". Gracias a su esfuerzo se amplió el territorio del reino checo en la segunda mitad del siglo XIII. El rey checo fue considerado como un ejemplo de un rey caballero.

Sin embargo, su poder y éxitos le ganaron muchos enemigos a Premysl Otakar II a través de toda Europa. La rivalidad de otros príncipes impidió al monarca checo ser coronado el Emperador de Sacro Imperio. A pesar de todo, su reino se extendía hasta el Adriático.

Premysl Otakar II
El fin nefasto del reinado de Premysl Otakar II se acercó, cuando el monarca checo entró en conflicto con el emperador romano, Rodolfo Habsburgo, con quien disputó el derecho a las provincias austríacas.

Ambos bandos reunieron sus ejércitos que se enfrentaron en Campo Moravo, el 26 de agosto de 1278, cerca de la actual frontera checo-austríaca. Los checos no igualaron a sus adversarios en número, pero le superaron en valor. Y el rey checo fue quien el mejor ejemplo daba.

El destino de la batalla fue por mucho tiempo indeciso. Sin embargo, en el momento clave, a Premysl Otakar II no le ayudó el hueste de la retaguardia. El ejército checo vaciló y comenzó a retroceder. El rey checo sucumbió ante la superioridad de sus enemigos en la pelea con sus últimos seguidores.

Su muerte conmovió hasta al propio Rodolfo Habsburgo al ver el cadáver de Premysl Otakar II, despojado de armadura, en el campo de batalla. Mandó entonces los restos mortales del rey a Praga para ser sepultado con honores.


Venceslao II
No obstante, el reino checo cayó en un estado de anarquia del que se recuperó hasta pasados muchos años, bajo el gobierno de Venceslao II, hijo de Premysl Otakar.

El otro rey que perdió su vida en una batalla fue el primer monarca de la casa noble de los Luxemburgo, Juan. Subió al trono en 1310 tras varios años de lucha por la corona checa que sucedieron a la extinción de la casa real de los Premislitas.

Juan de Luxemburgo era más un caballero andante que un rey checo. Le gustaban los torneos, la caza y las guerras. Esa actuación, especialmente el hecho de financiar sus aventuras militares de las arcas reales, no fue vista con buenos ojos por la alta aristocracia checa que muchas veces vio amenazados sus fueros y el propio destino del reino checo.

A la cabeza de los nobles destacó el comandante en jefe del ejército checo, Enrique de Lipé, un hombre rico y poderoso. Su influencia sobre el monarca checo indignó a la reina Isabel Premislita y a otra fracción de nobles que encarcelaron a Enrique de Lipé. Sólo la intervención del rey Juan impidió a la guerra civil entre los bandos aristocráticos.

El soberano checo no pasó mucho tiempo en su reino buscando entretenimiento en las cortes de toda Europa. Durante su ausencia gobernó su hijo primogénito, Carlos, que entró en la historia como el mejor rey checo bajo el nombre de Carlos IV.

Carlos IV
Pero volveremos a la sombra siniestra del día santo de San Rufo sobre el rey checo. El gobierno de Juan de Luxemburgo coincidió con el inicio de la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia. El rey Juan que mantenía buenas relaciones con el reino galo fue dispuesto de defender también sus colores en batalla.

Su oportunidad llegó en agosto de 1346, cuando el ejército inglés, capitaneado por el rey Eduardo III, compuesto de arqueros ingleses, infantería escocés y la caballería desembarcó en el norte de Francia con el fin de marchar contra París.

El rey francés Felipe VI logró reunir unos 60 mil hombres, confiando en la fuerza de su soberbia caballería pesada. El monarca inglés dispuso sus huestes cerca de la aldea de Crécy a la espera de los franceses reforzados también por el contingente checo con el rey Juan de Luxemburgo y su hijo Carlos.

La batalla de Crécy, perpetrada en el día santo de San Rufo, fue decidida por varios errores de parte de los franceses. Los arrogantes caballeros confiaron ciegamente en su superioridad numérica, a pesar de estar cansados tras una larga marcha y no ordenados en una formación compacta.

Batalla de Crécy,   Juan de Luxemburgo
Además, los mercenarios genoveses armados con ballesta que iban en vanguardia, estaban casi indefensos, ya que la infantería, que debería cubrirles con los escudos cuando recargaban su arma, no tuvo tiempo de alcanzarles.

Contra el desordenado ejército francés se interpuso en una pequeña cuesta la muralla humana de los ingleses, porque sus caballeros desmontaron de sus corceles para reforzar la línea de los arqueros e infantería. El hueste inglés fue considerado la fuerza militar más disciplinada y experimentada desde los tiempos del imperio romano.

El ataque de los ballesteros genoveses se convirtió en un hecatombe, ya que los arqueros ingleses disparaban las flechas con mayor precisión y rapidez. Los cadáveres de los genoveses además impedían el avance de la caballería francesa que entraba en una verdadera lluvia de saetas que les derribaban de las sillas. Los caballeros que a toda costa penetraron hasta la línea inglesa fueron rematados por los caballeros apeados e infantes ingleses.

Cerca de Crécy pereció el flor de la caballería francesa, incluyendo el hermano del rey francés. El propio monarca galo fue herido. Cuando el rey checo Juan de Luxemburgo se entrenó la desafortunada evolución de la batalla, mandó a sus hombres que le llevasen a la pelea, ya que era ciego, para morir como un caballero.

El rey Juan de Luxemburgo se batió con valor y de hecho cayó en la batalla. Casi muerto fue llevado a la tienda del rey inglés que rindió homenaje a su bravura. La leyenda dice que Eduardo III quitó tres plumas del casco del muerto rey Juan y las regaló a su hijo, el príncipe de Galés. En el escudo de armas de los príncipes de Galés permanecen hasta la actualidad.

A diferencia de Premysl Otakar II, la muerte de Juan de Luxemburgo no significó una tragedia para el reino checo. El hijo del rey Juan, Carlos IV se salvó de la batalla de Crécy y elevó al reino checo hacia el resplandor.

Autor: Jaroslav Smrz
palabra clave:
audio