Vietnamitas en Chequia: “Tenemos dos culturas”
La comunidad vietnamita checa es la tercera minoría étnica del país en cuanto a número de habitantes. Así viven su doble identidad los checo-vietnamitas.
Al recorrer las calles de Praga es inevitable tropezar con los numerosos pequeños supermercados o “Potraviny”. Una mirada más allá del cristal suele revelar un denominador común entre muchos de los establecimientos: están regentados por la comunidad vietnamita. Paseando por la capital, tampoco resulta difícil toparse con numerosos locales ofreciendo pho, la famosa sopa de fideos propia de la cocina vietnamita, servida en grandes cuencos humeantes. Desde el mostrador de uno de ellos, el restaurante Ngo en los alrededores de IP Pavlova, Hung Ngo Van cuenta a Radio Praga Internacional cómo acabó trasladándose a Chequia hace ya 15 años.
“Llegué a Chequia después de que mis padres se marcharan de Vietnam cuando yo tenía tres años. Mi padre se fue primero y después lo hizo mi madre. Mi hermano, mi hermana y yo vivimos en Vietnam con nuestros abuelos y, cuando cumplí los 13 años, me reuní finalmente con mis padres en Chequia”.
Ngo Van, que ahora tiene 27 años, trabaja en el negocio familiar y ayuda a llevar el restaurante junto a su novia, la estudiante de 23 años Linh Nhi Vu. A diferencia de su pareja, Linh nació en Chequia y cuenta a Radio Praga Internacional su experiencia.
“Como nací aquí, mis padres también me pusieron el nombre checo de Hana. Mis padres vinieron a finales de los 80, así que llevan 40 años viviendo en Chequia”.
La historia de cómo la comunidad vietnamita llegó a convertirse en la tercera minoría étnica de la República Checa se remonta a la época comunista. Entonces, el gobierno checoslovaco llegó a un acuerdo con Vietnam para permitir la llegada de trabajadores vietnamitas mediante la concesión de contratos temporales. De esta forma los vietnamitas llegaron a Chequia como “trabajadores huéspedes” durante la década de los ochenta y, tras la caída del comunismo en el país, muchos decidieron quedarse. Según cuenta Hung, el periodo de adaptación en un nuevo país vino cargado de retos para aquellos que decidieron hacer de Chequia su nuevo hogar.
“Muchos vendían productos en la frontera con Alemania y con Austria. Era la única opción para los que no trabajaban en fábricas. Cuando llegó aquí, mi madre vino con algunos de sus primos y familiares. Ninguno de ellos hablaba checo así que tuvieron que aprenderse los números para vender y comunicarse a través de gestos cuando tenían que ir al médico y explicar lo que les pasaba. Era muy complicado. Mi madre aprendió un poco de checo y ayudó a otros miembros de la comunidad a entender mejor la cultura checa”.
Lo que en un principio parecía una oportunidad emocionante, pronto empezó a presentarse como una experiencia cargada de retos y dificultades, explica Linh (Hana).
“Cuando llegaron a Chequia, iban en un grupo de unas 10 o 20 personas, eran muy jóvenes. Mi madre no habla mucho de aquella época, pero creo que se sentían muy solos porque no conocían el idioma y entonces la comunidad vietnamita no era tan grande como ahora. Creo que fue una época solitaria y dura para ellos”.
A las dificultades con el idioma y el aislamiento social se sumaban las largas horas de trabajo duro con las que los inmigrantes vietnamitas pretendían construir una vida mejor para sus familias. De sus primeros años en Chequia, Linh recuerda las muchas horas pasadas bajo el cuidado de “abuelas” checas que sus padres contrataban como niñeras y que, considera, jugaron un papel esencial en su adaptación a la cultura local.
“Las "abuelas" nos ayudaron a los inmigrantes de segunda generación a integrarnos en la sociedad checa. Nos ayudaron a aprender checo, nos enseñaron las tradiciones checas y a comer comida checa, así que nuestro lado checo viene de ellas”.
Al crecer en la República Checa, Linh tuvo más oportunidades de aprendizaje que su novio en lo que a la cultura checa se refiere. La pareja representa las dos experiencias predominantes entre la comunidad vietnamita checa.
Por una parte existe una primera generación de migrantes vietnamitas que, como Hung, se incorporó directamente al mercado laboral. Por otra, los jóvenes como Linh, nacidos en Chequia, a los que sus padres animaron a continuar sus estudios en pos de una vida mejor.
“Querían que tuviésemos la mejor educación de Chequia, intentaban ofrecernos un futuro digno, mejores oportunidades y una vida mejor de la que ellos tuvieron. Porque perdieron su libertad cuando salieron de Vietnam”.
El término “niños banana” suele utilizarse en Chequia para referirse a esta segunda segunda generación de jóvenes aunque, para Linh, no es la forma más acertada de definir su identidad.
“Se nos llama niños banana, porque somos amarillos por fuera y blancos por dentro. A mí no me gusta mucho, porque sí, soy amarilla por fuera, pero por dentro no soy solo blanca. Tengo un lado vietnamita en mi interior, y no quiero dejarlo de lado”.
En cuanto a su sentido de pertenencia a la sociedad checa, ambos jóvenes coinciden en señalar las dos caras de su día a día. Hung lo explica así.
“Sigo sintiéndome vietnamita, pero también un poco checo: hablo checo y tengo una novia checa”.
Linh también afirma haber experimentado esta dualidad, aunque de una forma un poco diferente.
“Tenemos dos culturas, en casa tenemos la cultura vietnamita, salimos de casa y es checa. Cuando era pequeña, iba al colegio y tenía amigos checos, aprendía en checo y tenía profesores checos. Pero luego volvía a casa y mis padres, las dos personas más importantes en mi vida, eran vietnamitas”.
A día de hoy, la comunidad vietnamita en Chequia cuenta con 31.469 residentes, lo que la convierte en el tercer grupo étnico más numeroso, por detrás de los eslovacos y los ucranianos, cuya cifra ha escalado exponencialmente desde el comienzo de la invasión rusa hace ya casi un año. Los fuertes vínculos dentro de la comunidad y las oportunidades que ofrece Chequia a los hijos de inmigrantes hacen que tanto Hung como Linh se muestren optimistas de cara a las generaciones venideras de checo-vietnamitas.
“Creo que hay muchos jóvenes como Hana que trabajan en bancos y hospitales, han aparecido muchos médicos vietnamitas, así que creo que nos espera un futuro muy brillante”.
Sobre todo, añade Linh, esperan que la próxima generación abrace sin tapujos su lado vietnamita y sea capaz de ver la riqueza cultural que supone tener una doble identidad.