Puentes antes que muros: hace cien años eliminaban los peajes para cruzar los puentes de Praga
Aunque hoy suene muy raro, hace más de un siglo era obligatorio pagar para acceder a todos los puentes de Praga, menos, curiosamente, al más emblemático de ellos. En esta entrevista, el prestigioso historiador Jan Jungmann nos cuenta los detalles de ese antiguo impuesto que ocasionaba algunas escenas desopilantes en las calles de la ciudad.
“Mi abuela me contaba que prefería caminar un poco más y con el kreuzer ahorrado se compraba luego un pan”.
Jan Jungmann
De las miles de personas que a diario cruzan el Puente de Carlos hay muchos locales que deciden cambiar el rumbo, justamente, para poder atravesarlo y admirar, una y otra vez, la belleza de sus estatuas. No se trata de algo nuevo: en el pasado ocurría lo mismo, solo que esos desvíos tenían además un propósito muy concreto: evitar el peaje que, durante mucho tiempo, debía pagarse en todos los puentes de Praga, menos, precisamente, en uno, tal como recuerda el prestigioso historiador Jan Jungmann del Museo de la Ciudad de Praga, a cien años de que se eliminaran esos extraños impuestos al paso que hoy parecen tan lejanos.
“Siempre al final del puente había un par de pequeñas casetas o cabinas y allí estaban los cobradores. Y se pagaban dos haléř al final de la monarquía austrohúngara o un kreuzer antes, que era el equivalente. Y se pagaba en todos los puentes, excepto en el Puente de Carlos; así que quien quería ahorrar, simplemente daba un pequeño rodeo y cruzaba el Puente de Carlos. Entre esas personas estaba, por ejemplo, mi abuela, que me contaba que prefería caminar un poco más y con el kreuzer ahorrado se compraba luego un pan”.
Pero hubo un tiempo en el que incluso el Puente de Carlos cobraba también peaje, algo que venía ya de la época de su antecesor, el puente Judith, custodiado por la orden de los Caballeros de Malta, que, en la actualidad, mantienen en Malá Strana tanto su monasterio como la Iglesia de la Virgen María bajo la Cadena. Ese nombre proviene, en efecto, del implemento con el que cada noche se cerraba el puente. Agrega Jungmann que, en el extremo del actual Puente de Carlos en Malá Strana, aún puede verse uno de los ganchos con los que se fijaba esa cadena para que los jinetes no pudieran pasar tan fácilmente.
“Y luego, más tarde, se construyó el Puente de Carlos que fue mantenido por la orden de los Caballeros de la Cruz con la Estrella Roja, quienes aún tienen un monasterio en la Ciudad Vieja, y las tarifas se usaban para mantener el puente. El Puente de Carlos estaba fortificado, y en cada uno de sus extremos también había puertas que se cerraban por la noche. Y hasta 1841, el Puente de Carlos, originalmente llamado Puente de Piedra, era el único puente en Praga. Ahí se cobró peaje hasta 1815, cuando fue abolido. Y luego no se cobró más en la ciudad hasta que, en 1845, se completó el segundo puente de Praga: el Franz Josef. Y ahí se volvió a cobrar el peaje y así gradualmente, a medida que se fueron construyendo más puentes, como el de Palacký, o el de Hlávka”.
Agrega Jungmann que cuando se abolió el cobro del peaje hace exactamente un siglo, las cabinas comenzaron a ser reutilizadas, por ejemplo, como tiendas de tabaco o quioscos. Lo curioso es que uno de esos quioscos en el Puente Palacký lo tenía nada menos que su bisabuela. De hecho, revela Jungmann que ella se encontraba allí el 14 de febrero de 1945, cuando Praga fue bombardeada por Estados Unidos. Afortunadamente, su bisabuela sobrevivió, pero aquel quiosco quedó destrozado.
Así habló Egon Erwin Kisch
A pesar de ser algo hoy tan lejano, es posible encontrar algunos registros históricos de ese impuesto al cruce. Uno de los más interesantes es la crónica ‘Historias del kreuzer del puente’ del “reportero vertiginoso” Egon Erwin Kisch, que comienza diciendo que “a un puente no se le puede exigir que, además de un río, salve también las diferencias sociales”, en relación a ese rodeo que daban los pobres por el gratuito Puente de Carlos para no tener que pagar lo que él llama el “pontazgo”. Aunque el brillante autor praguense de lengua alemana se quejaba de ese impuesto y las demoras en el tráfico que su recaudación ocasionaba, reconocía que, al menos, los praguenses podían encontrar una compensación en las “escenas callejeras y las historias derivadas de esa institución que cualquier ciudad nos envidiaría”.
“Pero Egon Erwin Kisch, por otro lado, menciona que algunos snobs de Praga no querían cruzar el Puente de Carlos y preferían cruzar los demás puentes donde sí se cobraba. Los recaudadores, por su parte, no eran muy populares y la gente los llamaba 'datlové' (pájaros carpinteros) porque les quitaban el dinero a la gente del mismo modo que ese pájaro pica la madera. También los llamaban ‘lumíři’ porque una de las cabinas de cobro estaba en el Puente Palacký, en la base de una gran estatua llamada ‘Lumír y la canción’ de Josef Václav Myslbek que estuvo allí hasta 1945”.
“Había algunos deportistas que esperaban a que pasara el tranvía y corrían detrás de él para esconderse”.
Jan Jungmann
Entre las habituales escenas callejeras que menciona Egon Erwin Kisch en su imperdible crónica se incluyen, por ejemplo, la de una mendiga suplicando una excepión al tirano del puente, grupos de amigos que cruzaban en fila india con la poco fiable promesa de que el último de ellos pagaría por todos los demás y hasta un osado praguense que solía saltar al tranvía justo antes de la garita para volver a bajarse después del puente. Es que, tal como suele suceder en estos casos, había algunos eximidos del pago del peaje.
“Bueno, el ejército no pagaba, la policía no pagaba y tampoco pagaban, en efecto, los que viajaban en transporte público. Así que había también algunos deportistas que esperaban a que pasara el tranvía y corrían detrás de él y se escondían, pensando que así evitarían ser vistos”.
Explica Jan Jungmann que, en el Puente de Carlos, había antiguamente un tranvía tirado por caballos, y luego, en 1908, también pasaba uno eléctrico, aunque no por mucho tiempo. También aclara que, en distintos momentos de la historia, existía una diferenciación de tarifas de acuerdo a la cantidad de ruedas que tuvieran los carros. En cuanto a la posible causa de su eliminación, Jungmann sospecha que la suma del peaje y el incremento de autos en las calles habría convertido a los puentes en un muro, es decir, exactamente lo contrario de lo que deben ser.
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