Karel Hayduk, entre la vida en la calle y el deseo de volver a casa
Poco después de divorciarse y, a raíz de la pandemia, se quedó sin trabajo y terminó en la calle. Desde hace tres años, pasa tanto tiempo en un banco del parque de Kampa, en Praga, que se volvió una persona querida por los vecinos de la zona. En esta entrevista, Karel Hayduk nos cuenta cómo atraviesa su actual situación, entre el frío y la solidaridad de locales y turistas, sin perder de vista su gran objetivo.
Al igual que muchas otras personas en todo el mundo, la pandemia del Covid significó un verdadero problema para Karel Hayduk: nacido en Zlín, luego de divorciarse de su mujer, fue a trabajar a las montañas como cocinero. Pero cuando el coronavirus comenzó a expandirse cada vez con más fuerza, decidió mudarse a Praga para trabajar como seguridad en algunas tiendas que, debido a las restricciones y la caída del consumo, terminaron cerrando una tras otra, como en efecto dominó. El triste resultado es que, luego de perder su trabajo, se quedó en la calle. Desde entonces, se lo ve siempre por Kampa, en un banco de plaza que está en medio del parque, siempre serio y tranquilo, saludando sin excepción a cada vecino que pasa.
“Lo más difícil de estar en la calle es tener que cuidar todo el tiempo de tu salud”.
Karel Hayduk
“Llevo aquí en Kampa unos tres o cuatro años. Así que los lugareños ya me conocen bien. A veces me dan algo, ya sea dinero o un poco de comida. Siempre hay una señora que viene por la mañana, me trae koláčky y bromea diciendo que me voy a quedar pegado a ese banco. Siempre estoy sentado en el mismo sitio, en este mismo banco”.
Karel tiene la impresión de que, en el último tiempo, se incrementó bastante la cantidad de personas en situación de calle en la ciudad de Praga. Y él agrega que algunos de ellos son también ucranianos. A pesar de que, por supuesto, pasa por momentos desoladores, asegura que la solidaridad tanto de vecinos como de instituciones ayuda mucho. No solo en un sentido material, sino también a mejorar el estado de ánimo y no perder las esperanzas. Cuenta, por ejemplo, que en la iglesia de Santo Tomás en Malá Strana ofrecen comida gratis y algunas prendas como pantalones y camisas para que las personas sin recursos puedan mantener las condiciones mínimas de higiene. En su opinión, la gente no suele ser consciente de cómo puede mejorarle el día a una persona en situación de calle solo con un saludo o una sonrisa.
“Me levanto a las siete, voy a Kampa, me quedó aquí hasta las diez y luego voy a Vypich, en busca de una sopa o comidas preparadas como espagueti. Luego, si hace frío, me voy a la biblioteca municipal o vuelvo a Kampa. Ya a las tres abre el centro comunitario así que también suelo ir allí. También ahí tienen una biblioteca, así que me tomo una taza de té mientras leo un librito”.
Apasionado por la historia de Egipto y sus misteriosas pirámides, cuenta Karel que sus libros favoritos son los de ciencia ficción. Leer lo ayuda a irse a dormir cada día entre las ocho y las nueve de la noche. Y ese es, justamente, un tema crucial. Sobre todo en las frías noches de invierno, en las que debe encontrar reparo en sus refugios: debajo del Puente de Carlos, en los escalones de un teatro de Kampa o en el umbral de la embajada japonesa. De Praga dice que le encanta el centro y en especial Kampa porque, además de ser una zona preciosa, también es muy tranquila; pero aclara que no le gusta para nada el barrio de Smíchov porque le parece inseguro. Además de la lectura afirma que su gran compañía es una radio portátil que también lo ayuda a distraerse y alejar los malos pensamientos.
“Lo más difícil de estar en la calle es tener que cuidar todo el tiempo de tu salud: no resfriarse, no pasar frío. Por suerte, en la organización benéfica Naděje me dieron un saco de dormir que está preparado para temperaturas de hasta veinticinco grados bajo cero, así que no paso frío. Mucha gente me pregunta por qué duermo afuera y yo les digo que si vas a un albergue, muchas veces te roban o puedes contagiarte piojos o chinches“.
De todas formas, recuerda que una vez le robaron también al aire libre, mientras dormía debajo de un árbol con la mochila de almohada: pasó alguien en bicicleta, le arrancó la mochila y le robó sus pertenenencias, sobre todo algunos documentos personales como su certificado de nacimiento que tuvo que volver a hacer. Por otro lado, dice que no deja de intentar buscar trabajo, pero no le resulta nada fácil y, por supuesto, vivir en la calle no ayuda en nada; con lo cual todo se convierte en un círculo vicioso. No obstante, las cosas se ponen aún más difíciles, en su opinión, cuando llegan las fiestas. En esos momentos, nuevamente, la colaboración y comprensión de los vecinos resulta fundamental.
“El 31 de diciembre yo estaba acostado en el concreto, en las escaleras de un teatro, durmiendo. Y, a medianoche, un vecino que vive calle abajo se acercó con una botella de slivovice y me dice: ‘Karel, ¿estás dormido?’. ‘Ya no, le digo’. Y me contesta: ‘Mi señora se ha dormido, y no tengo con quién beber’. Así que nos bebimos esa botella de slivovice y luego cada uno a dormir”.
Aunque no se trata de un cálculo para nada simple porque no siempre las personas se ponen en contacto con las distintas organizaciones, algunas cifras indican que, en la actualidad, podría haber en las calles de Praga hasta unas seis mil personas sin hogar; y en el país alrededor de treinta mil. Lo cierto es que, tal como cuenta Karel, existen varias organizaciones que intentan contener y mejorar en lo posible su día a día. En su caso puntual, además de tener muy buen vínculo con el centro comunitario de la zona y esos vecinos que lo ayudan cada día con un poco de dinero o algo de comer, él dice que no entiende por qué a veces los praguenses se quejan tanto de los turistas.
“A mí los turistas me gustan, la paso bien con ellos, a veces incluso hablamos un poco en inglés”.
Karel Hayduk
“A mí los turistas me gustan, la paso bien con ellos, a veces incluso hablamos un poco en inglés. Siempre me dicen que les encanta Praga. Con frecuencia, me encuentro aquí con italianos, franceses, alemanes e ingleses. A veces me ayudan con algunos euros y eso me hace muy feliz porque puedo ir a una tienda de Anděl que está abierta las 24 horas, donde puedo comprar comida preparada como sopa y un perrito caliente por unas 190 coronas”.
Como la pobreza también forma parte de la ciudad y no tiene sentido esconderla, desde hace varios años la empresa Pragulic se dedica a emplear a gente sin hogar en calidad de guías. El objetivo es mostrar al turismo, y muchas veces a los mismos checos, el otro lado de la ciudad: los refugios y recursos de quienes viven en la calle, historias de delincuencia y drogadicción que suelen concentrarse en los alrededores de la Estación Central de trenes y Karlovo náměstí. Aunque para él, en la calle, uno puede tener buenos conocidos pero casi nunca amigos, Karel asegura que conserva todas sus amistades en Zlín, ciudad donde también lo espera su hijo y una nieta, a los que tiene muchas ganas de volver a ver.
“Mi único objetivo es ganar suficiente dinero para volver a casa. Porque antes de morir mi madre me dejó la mitad de su casita. Bueno, necesito ganar dinero para volver. Y voy a tener que aguantar a mi papá porque a él le gusta pelear. Pero voy a ver a mi hijo, a mi nieta y a mi hermano. Así que no estaré mucho en casa, para no tener que pelearme con él. Está todo el tiempo diciéndome que hice esto y lo otro mal, cuando en verdad él lo quiere de otro modo. Bueno, soy severo con él. Pero tengo muchas ganas de volver a casa”.
Seguramente es ese mismo deseo lo que, junto a la solidaridad de los vecinos, los libros de ciencia ficción y su infatigable radio, le da abrigo y esperanza a Karel Hayduk en los momentos más duros.