“En Chequia no puede funcionar la receta de Viktor Orbán”
György Varga, traductor y antiguo embajador de Hungría en Praga, pasó por la Radio Checa para dar su punto de vista sobre las próximas elecciones en Chequia, las similitudes y diferencias de las sociedades húngara y checa o el estado actual del Grupo de Visegrado. Tampoco olvidó comentar la situación de su país tras más de una década de deriva autoritaria bajo el gobierno de Viktor Orban.
Antes de la caída del comunismo en Europa Central y del Este, Hungría representaba el régimen más liberal y prometedor de todo el Pacto de Varsovia. Treinta años después de establecerse en el país la democracia, simboliza un retroceso en el campo de las libertades y derechos bajo la mano firme del primer ministro Viktor Orbán.
György Varga, antiguo embajador de Hungría en Checoslovaquia y luego en Chequia, denomina sencillamente como “autocracia” el sistema que impera en su país desde la gran victoria electoral del partido Fidesz en 2010, con la que se pudo permitir incluso hacer cambios en la Constitución.
“No tengo ningún temor de que en Chequia pueda surgir un Estado como el de Orbán, pase lo que pase en las elecciones de octubre.
Aunque no solo en Hungría se observa un exitoso avance de movimientos autoritarios, Varga cree que hay, básicamente, dos razones por las que arraigó con tanta fuerza en Hungría.
“Hungría, al contrario que la antigua Checoslovaquia, nunca fue una democracia parlamentaria funcional. Ni la, aunque muy próspera, última etapa de la monarquía lo fue, ni el periodo de entreguerras, ni el comunismo. Pero Checoslovaquia sí, aunque solo fueran los veinte años de la Primera República. Por ejemplo, Estonia, tampoco tenía unas raíces democráticas y, sin embargo, ha construido un sistema democrático que funciona. Pero creo que las cuestiones históricas son muy importantes, y después, una bastante desafortunada transición del comunismo al sistema liberal democrático”.
Checos y húngaros ya no comparten directamente fronteras, como en el pasado, pero, evidentemente son culturas parecidas, pero también con importantes diferencias.
“Son culturas cercanas y nos entendemos mejor que con daneses o portugueses, por decir algo. Es cercanía geográfica y cultural, de ideas y de forma de pensar. Nadie nos tiene que explicar a Švejk, lo entendemos a la perfección, entendemos a Bohumil Hrabal… Creo que también los checos entienden nuestro cine y a nuestros escritores. Aunque también hay grandes diferencias a tener en cuenta, que es la histórica urbanización del Estado checo desde la Edad Media y el papel más importante del burgués en la cultura, pero también en la política”.
Varga, de hecho, destaca la relevancia de esas diferencias para evitar una deriva como la de Hungría con Orbán.
“No tengo ningún temor de que en Chequia pueda surgir un Estado como el de Orbán, pase lo que pase en las elecciones de octubre. Mi opinión es que, como máximo, todo seguirá como está ahora, o que habrá algún cambio, alguna alternativa. Las cosas no pueden llegar a donde están en Hungría, porque el burgués, el habitante de las ciudades, es más consciente de sí mismo, más autónomo. Y aunque tanto en Chequia como en Hungría predomine ese aletargamiento en los últimos tiempos, esa indiferencia, ni en Polonia ni en Chequia, tampoco en Eslovaquia, se puede repetir la receta de Orbán”.
En la actualidad, los cuatro países enumerados por Varga conforman el Grupo de Visegrado, con el que a menudo presentan posturas comunes en la Unión Europea, que no siempre van en armonía con las del conjunto de los Veintisiete. En los últimos años, con cuestiones como la inmigración o los derechos del colectivo LGBTI, por ejemplo, incluso se ha creado una imagen negativa del grupo, reconoce Varga.
“El grupo de Visegrado se fundó sobre las ideas de Václav Havel y József Antall para volver a unirnos a Occidente. Eso se cumplió y, como cometido principal del Grupo de Visegrado, creo que ya no tiene mucho sentido desde que somos miembros de la Unión Europea. Como libre colaboración tiene su valor, pero creo que no debería dedicarse a crear un grupo aislado o especial dentro de la Unión Europea para que nuestros políticos –ya que los ciudadanos no tienen nada que ver aquí– puedan demostrar su autonomía, su valía y su resistencia ante los países más grandes y Bruselas, por decirlo de alguna manera. Hoy en día es un medio de, no voy a decir de chantaje, pero el año pasado Polonia y Hungría por poco no vetaron el presupuesto y el paquete de ayuda para el COVID”.
Por su parte, György Varga destaca la buena sintonía entre el primer ministro checo, Andrej Babiš, y Viktor Orbán.
“Es más un asunto personal del primer ministro checo, que es un importante actor en el campo de la producción agroalimentaria en Hungría. Creo que eso puede tener su relevancia. Pero, sobre todo, veo una admiración a Orbán como buen empresario u organizador que lo tiene todo bajo control. En mi opinión, Babiš admira la estabilidad del Gobierno y el poder de Orbán, que no hay una oposición importante, que no hay debate. Sencillamente, hacemos lo que queremos. Llevamos el país como una empresa. Orbán es quien realmente lo ha conseguido. Creo que esa admiración personal influye en la relación personal y en su conexión”.
György Varga lamenta que en las tres décadas que han pasado desde la caída del Telón de Acero, el dinero de la Unión Europea no haya conseguido aún que países como Chequia, Eslovaquia, Hungría o Polonia tengan unas infraestructuras ferroviarias o de carreteras que verdad integraran mejor a estos países con el resto de Estados miembros, para lo que apela a una mayor colaboración.