Vivir para contarla
Monika Zgustová reside en Barcelona pero estuvo en Praga presentando la traducción al checo de su libro Vestidas para un baile en la nieve, una serie de entrevistas con nueve mujeres sobrevivientes del gulag.
La reconocida escritora y traductora checa Monika Zgustová presentó en la biblioteca Václav Havel la traducción al checo de su libro Vestidas para un baile en la nieve. Aunque esa frase a muchos pueda parecerles un error muestra, por el contrario, la singularidad de esta autora que, desde hace años, vive en Barcelona y tradujo tanto al español como al catalán Las aventuras del soldado Švejk de Hašek, Una soledad demasiado ruidosa de Hrabal y el teatro de Havel entre muchas otras obras emblemáticas de la literatura checa.
Y si bien ella misma se había encargado de llevar sus propias novelas al español esta es la primera vez que un libro suyo se traduce al checo.
“Es un caso muy raro en el sentido de que yo trabajo normalmente con mi idioma nativo porque cuando escribo una novela o un cuento, cuando escribo ficción, siempre lo hago en checo y luego me traduzco a mí misma al castellano pero aquí mi editor en español tenía mucha prisa para editar el libro y como no era ficción entonces pude escribirlo en español directamente”.
Zgustová explica que el español la ayudó a ser más concisa y como nunca había llevado un texto suyo del checo al castellano, tuvo que legar la tarea a la traductora Renáta Sobolevičová, quien a su vez contó con la supervisión de Anna Tkáčová. Lo gracioso es que en uno de los encuentros que tuvieron Zgustová le reconoció a su traductora que algunas de las palabras y construcciones que había elegido ella las hubiera pensado de otra forma y eso mismo le resultó tan interesante como valioso.
Pero más allá del hecho inédito de haber sido traducido al propio idioma de su autora Vestidas para un baile en la nieve es un libro muy especial que, con muchos recursos estilísticos y buena escritura, recoge el testimonio de nueve mujeres que lograron sobrevivir a los campos de exterminio soviéticos. Pero además del riquísimo testimonio de esas nueve mujeres que fueron elegidas por Zgustová precisamente porque estaban en condiciones de hablar, el libro constituye también una crónica apasionante del contexto en que se dieron cada uno de esos encuentros y entrevistas.
“Quise compartir toda mi vivencia con el lector, entonces realmente comparto mi viaje desde el centro de Moscú hasta la casa en la periferia de cada una de las personas, luego la búsqueda de la casa que a veces era muy difícil”.
Zgustová remarca que solía haber un contraste muy marcado entre el aspecto externo de las casas y departamentos que habitaban muchas de esas mujeres y el interior de las viviendas siempre relucientes, llenos de libros y música clásica, todo lo cual mostraba la gran cultura de esas mujeres cuya vida se vio profundamente marcada por su experiencia como presas políticas en los campos siberianos.
Sin embargo, más allá de lo que postulan algunas teorías acerca de la imposibilidad de poner en palabras experiencias tan traumáticas una de las características en común que primero se advierten de las entrevistadas es su apertura y predisposición a contar lo máximo posible.
“La verdad es que yo pensé que me recibirían bien pero quizás no tan bien como realmente me recibieron, todas estas mujeres estaban deseosas, casi ansiosas diría, de encontrar alguien que pudiera contar su experiencia para que esa experiencia quedara y se mantuviera para otras generaciones y otras culturas, cuanta más gente mejor, esto era muy importante para ellas”.
Según Zgustová semejante necesidad tiene que ver con que durante mucho tiempo esas mujeres (algunas de las cuales fallecieron incluso antes de que el libro llegara a publicarse) sentían que la Rusia de Putin no realizaba un trabajo importante con la memoria histórica, como si a menudo se intentara manipular la historia para que todo parezca mejor de lo que realmente fue. Es por eso que además de haber atravesado semejante experiencia ellas debieron lidiar con el hecho de que las vivencias en el gulag no solo no fueran tomadas en cuenta sino que incluso algunos historiadores que intentaron estudiar el tema terminaran en la cárcel.
Desde el principio Zgustová buscó manejar tres grandes ejes a la hora de hacer las entrevistas: la vida de esas mujeres antes del gulag, su experiencia en el campo siberiano y también lo que les sucedió después. En ese sentido, una de las primeras preguntas que se hacía a sí misma era si la experiencia del gulag había sido para ellas tan terrible como para los hombres. Pero pronto se dio cuenta de que su situación era aún peor: además de todos los tormentos de la vida en el gulag, muchas de esas mujeres fueron también víctimas de abuso sexual.
“Claro de esto generalmente no quisieron hablarme, yo hablé de esto con Svetlana Alexiévich, que también escribió libros de unas características parecidas, y le pregunté qué le parecía a ella, qué podía hacer yo”.
Lo que la escritora bielorrusa, ganadora del Premio Nobel de literatura en 2015, le respondió a Zgustová es que para dar a entender eso sin forzar demasiado las preguntas había que conseguir mostrar el silencio en el discurso de algunas de esas mujeres. Y eso es, precisamente, lo que Zgustová intentó poner en práctica a la hora de convertir en texto cada una de sus entrevistas: dejar en claro de la forma más sutil posible que, en algunos casos, hay algo que ellas no dicen.
Por el contrario, una de las frases que más sorprendió a la autora de este libro era que, de tener otra vida, muchas de las entrevistadas elegirían volver al gulag, quizás menos tiempo, es verdad, pero volver a atravesar esa experiencia.
“Las mujeres a las que entrevisté tuvieron la sensación de que vivieron realmente una experiencia de una amistad absoluta porque las amistades cotidianas de hoy vienen y se van, muchas veces son utilitarias, mientras que la experiencia de estas mujeres era de vida y muerte y seguramente habrían muerto si no se hubieran ayudado de la manera en que lo hacían, y saber que tienes a una amiga dispuesta a morir por ti si hace falta es algo que te ayuda a vivir y a mantener una fortaleza moral y ética, es algo muy fuerte, es algo maravilloso”.
Zgustová reconoce que recién después de mucho tiempo de pensar y darle vuelta a esa idea, y luego también de hablarlo con muchos intelectuales y periodistas llegó a la conclusión de que esa experiencia límite y tortuosa les hizo entender a esas mujeres el significado más profundo de la amistad verdadera, además de hacerles desarrollar un tipo de contemplación estética que no puede tenerse en condiciones normales.
“Lo mismo por ejemplo con la cultura, con el poder de la cultura y de la belleza, el poder humanizador y lo que te dignifica como ser humano la cultura, la literatura, la música”.
Recalca Zgustová que lo más notable en este sentido es que, en general, esas mujeres no tenían libros en los gulags ni tampoco nada para poder escribir. Y, sin embargo, contra todos los obstáculos imaginables, lograban crear en su mente algunas líneas o versos que compartían entre ellas como si se tratara de un regreso a la literatura oral.
Luego, ellas mismas agregaban o cambiaban algunas palabras, y así salían poemas enteros que recién pudieron poner por escrito al salir del gulag. No es para nada exagerado decir, concluye Zgustová, que esa combinación entre amistad y belleza fue precisamente lo que salvó a estas mujeres.