Gracia y miseria del barrio judío de Praga
No cabe duda de que el barrio de Josefov, con sus sinagogas y el cementerio Judío, es uno de los lugares más atractivos para los miles y miles de turistas que anualmente visitan la capital checa. Caminando entre representativas casas burguesas y monumentos históricos del barrio de Josefov, donde se ubicaba antes la gran judería, los turistas aprecian la belleza de las sinagogas y quedan maravillados por las tumbas del remoto cementerio hebreo. No obstante, si nos hubiéramos trasladado con la máquina del tiempo unos 150 años atrás, nos habrían rodeado en vez de impresionantes edificios sólo pequeñas casitas semidestruidas, las tabernas sucias y húmedas, la miseria y el mal olor proveniente de todos los rincones.
Por otro lado, si nos hubiéramos acostumbrado a cierta incomodidad y a un nivel higiénico un poco más bajo del estándar de la Unión Europea, podríamos haber aprovechado la casi mítica atmósfera de ese peculiar lugar, así como lo describieron por ejemplo los narradores románticos Gustav Meyrink, en su novela "Golem", o Paul Leppin, en su libro "El camino de Severin hacia la oscuridad".
El aspecto actual del Barrio judío es el resultado de una reconstrucción a gran escala del barrio original que empezó en los últimos años del siglo XIX. Del laberinto de callejones polvorosos se salvaron sólo unos pocos edificios, los más importantes. Quedan seis sinagogas, la Casa del ayuntamiento judío y el antiguo cementerio hebreo junto a la Sinagoga Viejo Nueva. No obstante, aquellos edificios forman actualmente uno de los complejos de monumentos históricos judíos más interesantes de toda Europa.
Pavel Belina, historiador y coautor del libro "La Desaparecida Ciudad Judía", nos explica que el asentamiento de los hebreos en la cuenca del río Moldava data del siglo X, sin embargo, la construcción del posterior barrio judío empezó en el siglo XIII.
"La ciudad judía, que fue incorporada posteriormente a la Ciudad Real de Praga, aunque sus habitantes nunca tuvieron los mismos derechos que los otros ciudadanos, empezaba establecerse en las proximidades del río Moldava, en terrenos de baja calidad. En aquél momento, cuando los comerciantes y artesanos hebreos mostraron su interés, los gobernantes les dejaron asentarse en esos lugares. Sin embargo, al principio los judíos vivían en enclaves separados y rodeados por cristianos", explica Belina.
En los siglos siguientes, el asentamiento de judíos se convirtió en un ghetto, que creció formando con su propia representación, sistema judicial y autogestión, separado de la ciudad cristiana. Con la comunidad judía de Praga está relacionada una gran cantidad de personajes - rabinos, pensadores religiosos, comerciantes y filósofos.
En esta situación se encontraba la judería praguense en la famosa época del reinado del Rodolfo II. de Habsburgo. El período rodolfino es considerado habitualmente como la época de oro del barrio judío de Praga y está relacionada con la personalidad del rabino Jehuda Loew Ben Bezalel, filósofo, cabalista y creador del homúnculo místico Golem.
"Se creó una mitología de la época rodolfina por que la gente supone, que las leyendas relacionadas con el ghetto judío y con Golem se basan en la realidad. La leyenda golemica fue introducida en ese tiempo por los escritores románticos y sus sucesores. Paradójicamente este interés romántico apareció precisamente en el mismo momento en que la judería estaba al borde de la ruina. No obstante, hubo algunas personalidades que merecieron la fama y el enriquecimiento del barrio judío. Por ejemplo el comerciante Mordechaj Maizel, que mandó construir varias sinagogas y, por supuesto, el rabino Jehuda Loew Ben Bezalel, que era un gran sabio, sin embargo, este no es autor del Golem ni de ningún otro ser artificial".
El historiador Pavel Belina además explica que el famoso barrio judío de Praga desapareció en las postrimerías de los siglos XIX y XX debido a las obras de recuperación de los barrios capitalinos situados cerca de las orillas del río Moldava.
"El ghetto judío fue abolido en la última década del siglo XVIII en relación con las reformas del emperador José II, quién declaró la tolerancia religiosa y permitió a los hebreos transmigrar a otros barrios capitalinos afuera del ghetto, lo que para los judíos estaba estrictamente prohibido hasta al año 1781. Los semitas, que podían darse el lujo, se movieron durante las siguientes décadas a buscar mejores condiciones de vida por toda la ciudad. Así empezó el declive del barrio judío, que se convirtió durante del siglo XIX en una barriada de casas semi devastadas, de pequeños talleres, tabernas sucias, ramerías baratas y muchos vertederos. Los habitantes tenían que enfrentar epidemias, las cuales se extendían muy rápido".
Durante todo el siglo XIX el barrio parecía un lugar extraviado, sin embargo, sostenía su genio seduciendo a los artistas, bohemios y parranderos de toda la ciudad. Gustav Meyrink y Paul Leppin son los que construyeron el insuperable monumento literario al este barrio. No obstante, mientras los escritores deambulaban por los estrechos callejones, esporádicamente alumbrados por las linternas de gas, las autoridades austrohúngaras decidieron en su lugar construir grandes bulevares, imitando las avenidas de París.
"La idea de destruir el barrio surgida en los últimos años del siglo XIX., parecía desde el punto de vista racional como una decisión buena. No obstante, es una pena que el barrio haya desaparecido junto con su espíritu mágico", agregó Belina.En el período de entreguerras los hebreos fueron una parte imprescindible de la sociedad y participaron de manera muy importante en el desarrollo económico y cultural de este país. Algunos, especialmente los de habla alemana, tales como Franz Kafka, Franz Werfel o Max Brod, quienes influyeron por su obra literaria a la cultura mundial. Sin embargo, muy poco se sabe que también algunos escritores sobresalientes de origen judío, escribían en checo. Debemos mencionar al menos al escritor y dramaturgo Frantisek Langer y su hermano Jirí Langer y además a los poetas Jirí Orten, Hanus Bonn, Jirí Daniel y otros más. Muchos de ellos acabaron en los campos de concentración nazis.
El barrio indudablemente no perdió la atmósfera, así como nunca se ha perdido el testimonio de los judíos praguenses, marcado en la cultura y en la sociedad checa contemporánea.