La fiebre del libro: el mercado editorial checo tras la caída del comunismo
El fin del sistema comunista en Checoslovaquia supuso una revolución en el mercado editorial. Autores antes prohibidos se convirtieron en best sellers de la noche a la mañana, las colas ante las librerías se hicieron habituales y los ávidos lectores compraban prácticamente todo lo que salía.
Es por ello por lo que la súbita caída del régimen en los últimos meses de 1989 supuso toda una revolución en el panorama editorial. Los autores prohibidos hasta el momento, sobre todo los checos, protagonizaban los escaparates y sus firmas de libros formaban largas colas frente a las librerías.
Títulos de escritores como Ivan Klíma, Václav Havel, Pavel Tigrid, Ludvík Vaculík o Josef Škvorecký, que habían circulado clandestinamente en forma de samizdat, pasaron a ser ya en diciembre de 1989 auténticos bestsellers. Esta fiebre librera fue única en la Europa excomunista, asegura el escritor Jachym Topol.“Un desarrollo así no se dio en ningún sitio, quizás en Rusia. Eso de que nuestros autores en el exilio tuvieran a partir de 1989 ediciones de decenas de miles de ejemplares no se dio en Hungría ni en Polonia. Y eso es porque allá la censura no era tan terrible ni tan incisiva como en nuestro país”.
De hecho los censores checoslovacos no prohibían únicamente obras ideológicamente peligrosas, sino que con la proscripción de libros castigaban a autores que habían comulgado con la Primavera de Praga o habían de ser represaliados por uno y otro motivo.
Así pues, el somnoliento mercado editorial checo despertó de pronto, dando lugar a tiradas nunca vistas. El hambre de lectura era tan grande que dio lugar a una demanda casi imposible de satisfacer, comenta el editor Petr Vácha.“Se hicieron 350.000 impresiones de ‘Batallón Acorazado’ (‘Tankový prapor’) de Škvorecký. La gente compraba absolutamente todo. Salieron los cuatro tomos de las memorias del actor Jiří Sovák y en unos meses se vendieron 160.000 ejemplares, y luego se siguieron vendiendo, la tirada era de 750.000 ejemplares”.
Además de los escritores malditos, también emergieron otro tipo de contenidos que despertaron el interés de los checos, apunta Topol.
“Hrabal, Havel, Klíma, Kriseová y muchos otros. Era muy gracioso lo que pasaba. Por un lado estaban esos nombres, conocidos desde hacía décadas, y por el otro empezó a editarse muchísima pornografía. Me fascinaba como esa especie de hambre se satisfacía en los quioscos”.
El surgimiento de un nuevo mercado editorial
Editores y libreros ven aquellos primeros años de la década del 90 como un periodo floreciente y experimental, en el que todo valía. Cualquiera con un baúl y una silla podía sentarse en la calle a vender libros y hacer negocio. El caos y la ausencia de computadores llevaba a anécdotas curiosas, como la venta de los derechos de autor de una novela a tres editoriales distintas sin que estas se dieran cuenta.
La ingente demanda garantizaba beneficios incluso para las iniciativas empresariales más humildes. Ventas de 2.000 ejemplares, actualmente un resultado envidiable, era entonces el mínimo para una edición modesta. En el escenario se daban pues anomalías como la casi ausencia de publicidad de libros, recuerda el editor Joachim Dvořák.“Tenía que buscar dinero para mi revista Labyrint. Me puse en contacto con varios editores para que pusieran publicidad de sus libros. Pero aseguraban que los buenos libros se vendían solos. No se les pasaba por la cabeza que fuera importante darlos a conocer. Al final todos esos editores que en los años 1992 y 1993 habían empezado con fuerza ya hace tiempo que no existen, pero entonces se negaban en redondo a hacer publicidad”.
Antes de 1989 se editaban unos 6.000 títulos en checo. De esto pronto se pasó a 10.000 y para 2008 se alcanzaban los 18.000 títulos anuales. El desarrollo del mercado benefició sobre todo a las nuevas iniciativas empresariales, y de las editoriales que hasta entonces eran estatales sobrevivieron a los nuevos tiempos tan solo dos: Mladá Fronta y Albatros.
Si fue una época de oro para las editoriales, también lo fue para los comercios de libros. Los numerosos establecimientos privados o recién privatizados se beneficiaron además del desmantelamiento de los centros de distribución del régimen. Las más de 2.000 millones de unidades de los almacenes estatales fueron vendidas a precio de saldo, lo que otorgó stock a negocios como el de Jan Kanzelsberg, fundador de la cadena de librerías del mismo nombre.“Entonces estuve negociando con varias ramas de la Empresa Nacional del Libro, ya que era regional, cada región tenía una, y con algunas acordé la compra de reservas al por mayor. Almacenaban la mayor parte de las reservas de libros en espacios especialmente grandes. En Neratovice por ejemplo había un refugio nuclear en el que guardaban su stock, y no solo allí, también en un cine de Veleslavín”.
La generación prohibida oculta a la nueva
El redescubrimiento su propia literatura por parte de los lectores checos dio lugar a un fenómeno negativo, y es a la ausencia de una generación de nuevos escritores durante esos años. El único escritor checo propio de los años 90 que alcanzó repercusión en aquella época fue Michal Viewegh, que sigue siendo un superventas hasta la actualidad, y el resto consiguió una presencial discreta en el mejor de los casos.
Pero poco a poco el mercado editorial se fue estabilizando y llegando a la normalidad que conocemos hoy en día. A partir de 1997 los editores ya hablan de mayor concurrencia y rasgos habituales en un espacio competitivo. La abundancia de títulos y el descenso de ventas condujeron a la aparición de cada vez más espacios de reseñas en periódicos y revistas, así como de publicidad destinada a los lectores.Emergió una generación de autores checos sin el aroma de lo perseguido pero con voz propia como Jachym Topol, Jan Balabán, Emil Hakl o Martin Ryšavý. Los libros subieron de precio y comenzaron a ser concebidos más como un negocio que es necesario planear, y menos como una aventura.