Jáchym Topol, el gran escritor checo que no pierde la alegría
Fue una de las personalidades más jóvenes en firmar la célebre Carta 77 y padeció el totalitarismo incluso desde la cárcel. Pero a pesar de las dificultades logró convertirse en uno de los escritores fundamentales de su país. En esta entrevista con Radio Praga Internacional, sin dejar de reírse de sí mismo, Jáchym Topol repasa su carrera y habla del valor que tuvieron los libros en cada una de las etapas que le tocó vivir.
A pesar de que es uno de los escritores fundamentales de la literatura checa de los últimos años entrevistar a Jachym Topol es como encontrarse con un amigo que no para de hacer bromas: cuando muestra, por ejemplo, que acaba de ser incluido en la prestigiosa colección “Biblioteca Checa” como el único autor vivo, junto a figuras rutilantes como Jan Hus, Karel Hýnek Macha y Bohumil Hrabal, enseguida aclara que él no es nadie: apenas polvo, apenas cenizas.
“Mi amigo Jiři Gruntorád fue llevado a la cárcel por tipear y editar samizdat con la poesía de Jaroslav Seifert y, al año siguiente, Seifert ganó el Premio Nobel de literatura, eran tiempos muy locos”.
Incluso pone en duda si fue realmente la persona más joven en firmar la célebre Carta 77, el primer gesto de protesta organizada contra el régimen, aunque sí reconoce que estuvo involucrado con el movimiento casi desde que tenía uso de razón.
“La primera vez que estuve en prisión fue por poco tiempo, 48 horas, cuando tenía 17 años, por lo que desde muy temprano supe lo que era estar en el movimiento disidente. Firmar la carta era un gran riesgo para la gente a la que aún no conocía la policía”.
Cuenta que celebró emocionado los treinta años de la Revolución de Terciopelo y también de una forma especial porque cerca de esa fecha mantuvo tres reuniones con disidentes en Moscú para hablar de su experiencia. Además viajó acompañado por su hija de veintitrés años que nació en democracia y, aunque no había vivido nada de eso, se interesó mucho al visitar lugares emblemáticos como, por ejemplo, el Museo de la Historia del Gulag en Moscú.
A Topol le llamó la atención ese interés porque considera que no es fácil explicar lo que se sentía en épocas de totalitarismo.
“Mi amigo Jiři Gruntorád fue llevado a la cárcel por tipear y editar samizdat con la poesía de Jaroslav Seifert y, al año siguiente, Seifert ganó el Premio Nobel de literatura, eran tiempos muy locos”.Sin embargo, Topol decide no sumarse a esa especie de lamento de quienes aseguran que en el pasado, cuando no existía la libertad de expresión, los libros eran más importantes que en la actualidad. Explica que es cierto que los libros hoy tienen otra función y que ya nadie se juega la vida por escribirlos ni leerlos pero que hoy están destinados solo a la gente realmente interesada en ellos, y ya no están subordinados a la política. En otras palabras, resume, es cierto que en tiempos sin libertad los libros tenían más valor que hoy pero en esos momentos incluso una cuchara podía llegar a ser mucho más importante.
“Hoy parece que éramos personas terriblemente pobres, pero salir a comer comida china y beber Coca Cola era para nosotros una señal de libertad. Hoy es algo estúpido e ingenuo, pero así era en ese entonces. Incluso algo tan banal como usar jeans era también un signo de libertad”.
En la actualidad Topol aprovecha esa experiencia que significó atravesar los años de totalitarismo para realizar su trabajo en la Biblioteca Václav Havel, que consiste en hacer programas para contener a escritores y políticos disidentes de países como China, Rusia, Ucrania o Bielorrusia que hayan sufrido algún tipo de censura.
Por presencia o por omisión, los extranjeros siempre llamaron la atención de Topol. Recuerda, por ejemplo, que recién a los 25 años de edad conoció a un ciudadano estadounidense y no puede olvidarse de que a la gente de ese país los mostraban como verdaderos monstruos o enemigos.Por el contrario, había fraternidad con la gente del bloque oriental: un polaco, un búlgaro o un eslovaco se sentían como parientes. Pero lo que a Topol le parece aun más sorprendente es que, durante mucho tiempo, casi no estuvo en contacto con ninguna persona de habla hispana, con lo cual ese mundo para él sigue teniendo un gran exotismo.
Tal vez por todo eso los personajes extranjeros aparecen en casi todas las novelas de Topol. Ya en “Sestra”, su celebrado primer libro, había extranjeros provenientes del continente asiático, sobre todo de China y Vietnam.
“Y los extranjeros en mi literatura son muy necesarios porque simbolizan el fin del comunismo, muestran que finalmente la tierra se ha abierto, y empiezan a venir a nosotros también muchos extranjeros de Occidente. Éramos la provincia de Europa oriental de la Unión Soviética”.
Aunque hoy considera que su primera novela era un experimento bastante loco y ególatra está muy contento de que veinticinco años después de su publicación aun sea leído por muchos lectores jóvenes cuando, en general, después de un año o dos, la mayoría de los libros desaparecen.
“Y los extranjeros en mi literatura son muy necesarios porque simbolizan el fin del comunismo, muestran que finalmente la tierra se ha abierto”.
Pero los extranjeros están también en “Por el país del frío”, una de sus novelas más importantes que cuenta la historia de un grupo de checos y extranjeros de familia checa que, contra todos los obstáculos, deciden preservar la memoria en el campo de concentración de Terezín. También hay extranjeros en “Gárgaras con alquitrán”, una interesantísima novela situada en un orfanato en el interior de Checoslovaquia.
La mayoría de los niños que llegan a ese hogar son hijos de extranjeros, huérfanos de la guerra.
“Esto está basado en la realidad: había un orfanato como ese en algún lugar de Bohemia después de la guerra y era para niños cuyos padres habían sido asesinados durante la Segunda Guerra. Y esos chicos que estaban en la casa eran forzados a hablar checo. Es fantástico porque encontré lo mismo en un libro sobre indios estadounidenses, los niños de los indios de Dakota eran enviados a escuelas donde se les prohibía hablar su lengua y, como castigo, eran forzados a hablar inglés”.
“Citlivy člověk”, la última novela de Topol, muestra en cierta forma lo inverso: luego de pasar varias décadas en el extranjero, un actor y su esposa deciden volver a su hogar en Chequia. Y luego de ser demorados por error en medio de la guerra entre Rusia y Ucrania, cuando regresa a su tierra, lo acusan de haber asesinado a su suegro.
Cuando se publicó en 2017 ese libro muchos periodistas y críticos literarios hicieron hincapié en el largo lapso que había pasado desde la publicación de su anterior novela en 2009. Sin embargo, Topol asegura que, en ningún momento, eso significó para él una preocupación.
“No quiero convertirme en una especie de fábrica, muchos autores escriben libros, por ejemplo, cada año o dos años para luego volver a presentarse ante el público, como una fábrica, y yo no quiero convertirme en eso”.A Topol le gusta respetar los tiempos de cada novela en particular, por más que escribirlo le lleve un año o siete. Tampoco le interesa acumular una gran cantidad de libros: en lugar de tener veinte obras publicadas prefiere contar en su bibliografía con cuatro libros buenos.
Lo cierto es que hoy considera esa última novela como su libro más importante, tal vez porque siempre se había dedicado a escribir sobre el pasado (sobre el comunismo y la ocupación soviética) y esta obra, en cambio, es sobre el presente, sobre todo el presente de Europa.
Topol revela que al escribir esa nueva obra se dio cuenta de que hablar del presente es algo bastante novedoso.
“Las librerías de Alemania, Polonia y República Checa siempre están llenas de libros de historia, sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre el Holocausto, sobre el estalinismo y eso es muy aburrido, sé que es necesario pero incluso la gente muy joven escribe sobre el Holocausto”.
Esa misma búsqueda del presente la lleva Jáchym Topol también al plano de las influencias literarias. Es que este novelista que también escribió algunas canciones para Psí vojáci, la banda de rock que lideraba su hermano Filip, admira a los grandes escritores checos como Bohumil Hrabal o Milan Kundera pero considera que ya son verdaderos clásicos.
Por eso prefiere dedicarse a los escritores checos actuales, dentro de los cuales prefiere a sus amigos Emil Hakl y Petr Plácak. Buenos escritores a los que elige, en realidad, no tanto por lo que escriben sino por las miles de cervezas que suelen tomarse juntos.