Kepa Uharte, un traductor fascinado con Praga
Luego de trabajar en una completa antología de relatos sobre Praga, el experimentado traductor Kepa Uharte repasa en esta entrevista su carrera, cuenta cómo logró aprender checo y por qué es tan difícil conocer del todo la ciudad de las cien torres.
Con el título Praga, ciudad de cien rostros (Huso editorial) acaba de aparecer una antología de veinticinco relatos sobre la capital checa que ofrece un amplio panorama no solo temporal sino también geográfico: además de los sitios más famosos como el Puente de Carlos y Malá Strana, aparecen también lugares menos conocidos como el hospital psiquiátrico de Bohnice.
La selección de Radim Kopáč y Jakub Šofar incluye autores de habla alemana que también marcaron profundamente la identidad cultural de la ciudad. Jorge Seca Gil tuvo a cargo la traducción de esos relatos en alemán mientras que Kepa Uharte, uno de los traductores más prolíficos del checo al español, fue el encargado de trabajar la mayoría de esos cuentos que varían tanto en épocas como estilos.
“El problema era que con cada texto empezaba de cero en todo, y algunos son textos bastante complicados, entonces cada cuento no me servía para el siguiente. Es interesante la visión histórica desde el siglo XIX y que hubiera bastantes mujeres, cosa que antes no era habitual, pero fue complicado porque cada cuento era un universo distinto, una época distinta y un idioma distinto”.
Recuerda Uharte que el más difícil de traducir fue el relato de Josef Kajetán Tyl, creador del texto del himno nacional. Sobre todo, por los dobles sentidos y las múltiples referencias históricas. También le llevó mucho trabajo el de František Hrubín, que escribió mucha poesía, y el de Václav Kahuda, que tiene algo del estilo de Hrabal. Kepa Uharte asegura que traducir esta antología le permitió ver los distintos procesos que atravesó la ciudad de Praga, pero también la evolución de la lengua checa en los últimos 150 años.
“El país es diferente con cada generación: el idioma ha cambiado, las preocupaciones han cambiado, la estética ha cambiado, y fue muy curioso verlo, porque lo que se mantiene es la lengua, aunque también es distinto lo que se hablaba en el siglo XIX de lo que se habla ahora. Es el mismo idioma y, a la vez, no lo es. Me gustó observar eso de manera tan clara porque, en general, siempre se traducen obras de un mismo período, pero en este caso eran muchos períodos y, si bien algunos cuentos enlazan entre sí, en cada generación se pierde algo inevitablemente”.
La antología incluye, además, autores contemporáneos como Miloš Urban, Emil Hakl y Hana Pachtová pero también clásicos que resulta interesante redescubrir como es el caso, por ejemplo, de Egon Erwin Kisch y Milena Jesenská, que en las últimas décadas empezó a ganar cada vez más relevancia, aunque durante mucho tiempo se la relegó a su rol de novia de Franz Kafka y destinataria de su correspondencia.
“Apenas sabía nada de ella hasta que, hace dos años, cuando estuve en Praga, vi que en mi habitación tenía un librote con todos sus artículos y textos. Me sorprendió mucho conocer a Milena, alguien tan implicada políticamente y tan despierta. El artículo es interesante y me la descubrió a ella como una analista del presente muy potente”.
Kepa Uharte afirma que trabajó en tantas traducciones (alrededor de cuatro decenas) que ya perdió la cuenta exacta. En efecto, recuerda que la última vez que entró a una librería en Praga se asombró de la cantidad de novelas checas que había traducido. Afirma que se terminó de recibir de traductor cuando en 2014 tradujo el libro de Ota Pavel Carpas para la Wehrmacht y, más o menos por la misma época, cumplió su sueño de llevar al español a Hrabal con el libro Tierno bárbaro. Pero el origen de su pasión por la literatura checa se lo debe, en gran parte, a un profesor.
“Yo estaba estudiando Filología Eslava en la Universidad de Barcelona, sabía que quería ser traductor pero aún no tenía claro cómo, era un proyecto muy hacia futuro y tenía un profesor de literaturas eslavas que era húngaro y estaba enamorado de la literatura checa y se le notaba especialmente. Yo quedé muy impresionado con una clase que dio sobre Mayo de Karel Hynek Mácha. Me dejó palpitando y, al final de la clase, le pregunté si ya estaba traducido y me dijo que sí al español pero no al catalán. Creo que ahí se decidió todo”.
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Recuerda Uharte que, justo en ese momento, tenía a su lado a una compañera checa y le propuso traducir juntos el poema al catalán. Ella aceptó y aún conserva ese texto inédito que trabajaron por pura pasión y, al cabo de unos meses, conoció a la escritora y traductora checa Monika Zgustová, que fue muy importante en su carrera. Desde entonces, Uharte cuenta que se obsesionó por aprender checo para poder identificar los distintos registros en los que alguien habla. Sin embargo, el camino no fue fácil y empezó en 2001, cuando decidió vivir en Praga.
“Ya en Barcelona había traducido algo, había practicado mucho la “ř” checa y ya estudiaba, pero llegué a Praga con lo puesto y sin poder comunicarme con nadie. Mi objetivo era fundirme con el idioma: la primera conversación medianamente digna la tuve cuando llevaba nueve meses, esa fue la primera vez que sentí que había podido más o menos llevar una conversación en checo”.
Kepa Uharte recuerda que, en esa época, se iba a dormir por la noche y se torturaba al pensar que, al día siguiente, se despertaría sin saber checo. A pesar de su esfuerzo no conseguía atrapar el idioma. Incluso revela que se negaba a hablar nada que no fuera checo: hacía listas de palabras, leía novelas, veía la tele, iba al cine y al teatro, leía todas las revistas que podía y aun así reconoce que el proceso fue muy lento, al menos en relación a su nivel de exigencia. Uharte llegó a vivir en Praga cinco años con el objetivo bien concreto de impregnarse no solo del idioma sino también de la ciudad.
“Además del checo quería conocer bien Praga y es algo que no se acaba nunca. Como barcelonés, conoces una ciudad bien compacta con su arriba y abajo, derecha e izquierda, y todo queda muy claro, y llegas a Praga y… tenía una amiga que usaba el término ‘vaca despatarrada’: es como que se va para todos los lados, y tiene montañas y valles y acueductos y carreteras, y tiene un bosque con un pueblo adentro del bosque entonces cuesta mucho ver a Praga como un concepto porque, al final, son muchas pequeñas Praga y acaba resultando muy laberíntica. Al final, en cualquier punto donde esté, Praga me fascina por igual”.
Esa fascinación la resume Kepa Uharte diciendo que todo el tiempo aparecen en la capital checa lugares extraños como un área de edificios abandonados o, de repente, una iglesia de madera. Así como se esforzó tanto en estudiar el idioma y finalmente lo logró, reconoce que caminó mucho la ciudad con el objetivo de aprenderla de memoria pero, al contrario de lo que ocurrió con su dominio del checo, nunca lo pudo conseguir.