Múnich 1938: paz para Europa al precio de la deshonra
”No creía posible que sus aliados me fueran a entregar Checoslovaquia en bandeja”, comentó Adolf Hitler después de que Francia y Gran Bretaña le dieran su visto bueno, en la Conferencia de Múnich, para que ocupase las regiones fronterizas de Checoslovaquia, los Sudetes. Antes de la cumbre de Múnich, celebrada el 29 de septiembre de 1938, Hitler pregonó que la anexión al Reich de las regiones checoslovacas, habitadas por los sudetoalemanes, sería su última pretensión territorial en Europa y que después reinaría en el continente una paz duradera. El primer ministro francés, Édouard Daladier, y su homólogo británico, Neville Chamberlain, tragaron el anzuelo.
”Todo depende de nosotros”, alentaban a los checos Jiří Voskovec y Jan Werich en la última pieza del Teatro Liberado, escenificada en 1938. El destino de Checoslovaquia estaba, sin embargo, en manos de las potencias europeas. Para gran asombro del gobierno checoslovaco, el primer ministro británico, Neville Chamberlain, viajó el 15 de septiembre de 1938 al “Nido de águilas”, sede de Adolf Hitler en los Alpes.
El Führer le habló en tono desabrido y cortante. Exigió que Checoslovaquia cediera al Tercer Reich aquellos territorios en que residía una población de más del 50 por ciento de alemanes.
Chamberlain aceptó la propuesta de Hitler porque le parecía una solución a la crisis en Europa Central. Convenció de su supuesta utilidad también a los políticos franceses.
El 20 de septiembre el gobierno checoslovaco rechazó la exigencia conjunta franco-británica de ceder los territorios. Ambas potencias recrudecieron la presión. Sus embajadores despertaron al presidente de la República, Edvard Beneš, en medio de la noche.
El diplomático británico le advirtió, a las dos de la madrugada del 21 de septiembre, que si Praga no aceptaba la incorporación de las regiones fronterizas a Alemania, las tropas nazis invadirían de inmediato Checoslovaquia. En ese caso Gran Bretaña no podría asumir ninguna responsabilidad.El embajador francés anunció que su gobierno compartía la postura británica, añadiendo:” Si el gobierno checoslovaco no acepta de inmediato la propuesta franco-británica y si ello da origen a un conflicto bélico, la responsabilidad recaerá sobre Checoslovaquia y Francia no se sumará a esa guerra”.
Los franceses denunciaron, de hecho, el tratado de alianza que habían concluido con Checoslovaquia en 1924.
La postura de Francia fue un terrible golpe para los políticos checoslovacos. Todos los planes de defensa ante el expansionismo de la Alemania nazi contaban con ayuda militar francesa.
Los altos mandos militares checoslovacos se mostraron escépticos:
”En estas condiciones podemos defendernos sólo durante un corto período y con grandes pérdidas. No se debe olvidar que los alemanes atacarían también desde Austria, y en la frontera checo- austríaca no tenemos fortificaciones. Además, hay que contar con la hostilidad de Hungría y Polonia”.Checoslovaquia estaba sola porque también el embajador soviético, Serguéi Alexandrovski, dio al presidente Beneš una respuesta evasiva sobre la ayuda del Ejército Rojo.
Abandonada por sus aliados, Checoslovaquia acabó por ceder a la presión franco-británica, comprometiéndose a entregar bajo ciertas condiciones sus regiones fronterizas a la Alemania nazi.
En el ámbito internacional, sólo el diputado inglés Winston Churchill denunció la política de apaciguamiento con Hitler:
”El desmembramiento de Checoslovaquia bajo la presión de Inglaterra y Francia equivale a una total capitulación de las democracias occidentales ante la amenaza nazi de recurrir a la fuerza. No corre peligro sólo Checoslovaquia, sino también la libertad y la democracia de todos los Estados. La convicción de que se puede lograr la seguridad entregando a un pequeño país a los lobos, es un error”.
La decisión del gobierno checoslovaco de ceder a la presión de Francia y Gran Bretaña y entregar a la Alemania nazi las regiones fronterizas provocó un tempestuoso rechazo popular. En Praga y otras grandes urbes checas se celebraron multitudinarios mitines donde los manifestantes expresaron su determinación de luchar contra Hitler.El 23 de septiembre de 1938 el gobierno checoslovaco decretó la movilización general. Cuatro días después el país tenía en armas un millón y medio de hombres.
La determinación y la rapidez con que Checoslovaquia había llevado a cabo la movilización general causó impresión en la opinión pública extranjera. París y Londres tuvieron que reaccionar y tomar algunas medidas militares contra Alemania.
Francia decretó la movilización parcial y el almirantazgo británico ordenó la movilización de la armada. El estallido de la guerra en Europa parecía inminente.
El 27 de septiembre Hitler dio la orden de poner en marcha el Plan Verde de la agresión militar a Checoslovaquia. Dos días después los soldados alemanes debían traspasar las fronteras checoslovacas.A punto de estallar el polvorín centroeuropeo, el primer ministro británico, Neville Chamberlain, buscó un arreglo con Hitler. El Duce Benito Mussolini sirvió de mediador.
Adolf Hitler, su aliado Benito Mussolini, el primer ministro británico Neville Chamberlain y su homólogo francés Édouard Daladier se dieron cita en Múnich el 29 de septiembre de 1938. Joseph Goebbels comentó el transcurso de la cumbre cuadripartita en su diario en estos términos:
”El Führer concebió muy hábilmente esta conferencia como un diálogo entre las grandes potencias mundiales. De este modo los checos quedaron relegados al segundo plano. Nadie negoció con ellos, sencillamente tuvieron que tragárselo”.
Hitler afirmó en su intervención en Múnich:”La existencia de Checoslovaquia en su configuración actual amenaza la paz en Europa”.
Sus interlocutores aceptaron esta visión del Führer de la situación en Europa Central. Daladier y Chamberlain estamparon sus firmas al pie del Tratado de Múnich que entregaba a Hitler las regiones fronterizas de Checoslovaquia.
Ya que también Hungría y Polonia querían arrancar una tajada en el desmontaje de Checoslovaquia, este país perdería tras la Conferencia de Múnich un 30 por ciento de su territorio.
El 30 de septiembre de 1938 el presidente Edvard Beneš y el gobierno checoslovaco, agobiados por la traición de los aliados franceses y británicos, aceptaron el Tratado de Múnich.
El primer ministro checoslovaco, general Jan Syrový, explicó la decisión a los ciudadanos:
”Estamos en cierto sentido en una situación de fortaleza asediada por fuerzas que son mucho más poderosas que las nuestras. Profundamente conmocionados, vuestros dirigentes junto con el Ejército y el Presidente de la República ponderaron todas las posibilidades que nos restaban. Concluyeron que ante la necesidad de elegir entre la disminución del territorio nacional y la muerte de la nación es nuestro sagrado deber preservar las vidas de nuestro pueblo para no salir debilitados de esta terrible prueba y no perder la esperanza de que nuestro pueblo vuelva a resucitar como ya tantas veces en el pasado”.
La rendición ante Hitler sin una resistencia armada se convirtió en un trauma para varias generaciones de checos.Al regresar de Múnich, los primeros ministros británico y francés fueron saludados en sus países como artífices de la paz europea. El enviado de la BBC en Praga, John Griffin, fue uno de los pocos analistas que criticó al gobierno británico:
”En este momento Uds. tienen la paz, pero la han obtenido sólo por un instante, de manera barata, a expensas de otros. En este momento no han dado nada importante por ella, a excepción de una terrible responsabilidad de la que quizás algunos de Uds. sean conscientes. Más tarde descubrirán que también han hipotecado la seguridad de Gran Bretaña y su rango de potencia al permitir que se violen los compromisos sagrados, se pisoteen el derecho internacional y la moral, y Europa sea arrastrada a una anarquía, la cual hará que la paz sea precaria y breve”.
Lo fue. Con la agresión de Hitler a Polonia, el 1 de septiembre de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial.