Jaroslav Seifert es uno de los poetas más destacados y populares del país. A pesar de haber explorado una gran variedad de estilos y estéticas, su poesía estuvo siempre ligada a la franqueza. Y es probable que esa búsqueda incansable de la verdad haya sido una de las claves que lo convirtieron en el primer y único ganador checo del Premio Nobel de Literatura.
Jaroslav Seifert nació en el barrio de trabajadores de Žižkov, el 23 de septiembre de 1901. Es decir, casi junto a ese mismo siglo en el que se involucró de manera muy directa, no solo con su literatura sino también mediante sus distintas intervenciones en política y en la prensa, donde empezó a trabajar sin terminar sus estudios. Y es, sobre todo, ese profundo vínculo con el siglo pasado lo que destaca el argentino Martín Torrada, profesor de literatura y autor de algunos libros de cuentos y ensayos que, bajo el seudónimo de Karel Poborský, dirige una página especializada en la difusión de la literatura checa.
“Me parece que la principal importancia de la poesía de Seifert para la literatura checa, más allá de su calidad poética y de toda la exploración y su tratamiento del lenguaje, es la consolidación de su obra que acompaña todo el siglo XX, algo que lo transforma en una suerte de testigo poético, hondo y reflexivo, de todos esos años”.
En Seifert esa condición de testigo privilegiado fue también una posición muchas veces incómoda, teniendo en cuenta los vaivenes políticos y la hostilidad por parte de un régimen que intentó relegarlo a la clandestinidad. En 1929 lo expulsaron por firmar un discurso contra la nueva dirección del Partido Comunista. Más tarde, a partir de la invasión de 1968, muchas de sus obras fueron publicadas en samizdat o desde el extranjero, aunque Seifert, aquejado también por algunos problemas de salud, siempre se las ingenió para resistir desde adentro.
“Seifert nunca fue un poeta que se haya quedado al margen de la vida política del país: en su juventud él comienza siendo comunista, después a partir de un viaje y la intransigencia del partido empieza a alejarse hasta que es expulsado, en los años de la primavera de Praga se involucra como presidente de la Unión de escritores desde donde impulsa políticas a favor de los escritores que estaban prohibidos y también va a ser uno de los firmantes del manifiesto Dos mil palabras y de Carta 77. Por eso su figura crece tanto y es tan querido”.
La ciudad en lágrimas (1921), su primera obra, puede ser leída como una expresión de deseo algo ingenua en busca de la paz, la justicia y la felicidad de los trabajadores. Sin embargo, en ese primer volumen pueden advertirse algunos de los rasgos que convertirían su aporte en un verdadero hallazgo poético: el sentido de lo genuino, la emotividad como estandarte y una ternura no carente de lucidez. A partir de entonces, Seifert fue desplegando una variedad notable de formas, estilos y temas. Desde esa primera poesía de intencionalidad política, inspirada por su experiencia en el emblemático barrio obrero de Žižkov, hasta la búsqueda de un clasicismo ligado con el habla cotidiana que adquirió luego de pasar por el poetismo, influyente movimiento literario checo que tuvo algunos puntos en común con el surrealismo francés.
“Y va en su producción haciendo un desplazamiento desde los tempranos poemas proletarios propios de Devětsil y luego de los poetas vanguardistas del poetismo, dos movimientos que lo tienen a él mismo como base fundante junto a los otros grandes poetas de la época”.
Torrada reconoce que algo de ese itinerario poético le hace acordar al de Jorge Luis Borges quien, además de haber nacido apenas dos años antes que Seifert, también atravesó algunas etapas similares: sobre todo una época temprana de vanguardia (en el caso de Borges explorando el ultraísmo) para terminar inclinándose por una estética más clásica y sutil. Pero, según Torrada, junto a esas exploraciones de Seifert respecto a la rima, el verso libre y hasta los juegos de palabras, puede advertirse a lo largo de su obra una fuerte continuidad que no tiene que ver tanto con determinado recurso formal sino más bien con una poderosa búsqueda.
“El tono que más me queda de su poesía es uno a través del cual cada poema todo el tiempo se esfuerza por llegar a la verdad de las cosas y así comprenderlas de alguna forma y arroparlas, es una voz del yo hacia el mundo siempre consciente de su pequeñez”.
La paradoja es que esa misma conciencia de pequeñez es precisamente lo que contribuyó a agigantar la obra de este poeta que, ante el desconcierto y los resquemores del régimen, en 1984 se transformó en en el primer y, hasta ahora, único ganador checo del Premio Nobel de Literatura. Un galardón que, según Martín Torrada, puede leerse también como un reconocimiento a la literatura de su país.
“Por supuesto que la obtención del Premio Nobel siempre adquiere una magnitud que se extiende más allá de la personalidad en cuestión, para convertirse un poco en un premio a toda una literatura o, al menos, a las potencialidades de toda una literatura. En este sentido la entrega del Nobel a Seifert significó un gran impulso para toda la literatura checa, fundamentalmente en torno a las miradas del mundo sobre ella y a la profusión de sus traducciones”.
De hecho, Martín Torrada señala que, poco antes de fallecer, Karel Čapek había sido un firme candidato a llevarse un premio que muy probablemente hubiera ganado de no morir tan joven.
En la obra de Seifert hay una recuperación importante de la tradición cultural de su país, como es el caso del homenaje a Babička de Božena Němcová en su Canción a Viktorka o las múltiples referencias a la ciudad de Praga, tanto en algunos de sus poemas como en las memorias. En ese notable libro que fue publicado en español bajo el título de Toda la belleza del mundo, Seifert le dedica, por ejemplo, un capítulo tan extraordinario como fantasmagórico al célebre callejón dorado del castillo donde, al igual que Franz Kafka, vivió una temporada.
“La posibilidad de trascendencia y de dar a conocer a través de la palabra no solo la experiencia del mundo sino también la experiencia propia y particular es seguramente la influencia y el aporte más grande que nos deja la obra de Seifert no solo a la literatura checa sino a la literatura en general”.
En definitiva, lo que vuelve a Seifert un autor tan relevante es que así como el prestigio de su obra llevó a la literatura checa a las primeras planas del mundo, su aporte a la literatura trascendió las fronteras para alcanzar relevancia universal. Y ese logro inconmensurable Seifert lo consiguió nada menos que con la poesía, uno de los géneros literarios más relegados que existen.