Hijas de presos políticos checos de los años 50 cuentan (I): El príncipe azul no llegó

Las minas de uranio de Jáchymov (Foto: CTK)

Las experiencias son intransmisibles. Quizá los adultos, al igual que los niños pequeños, tengan también para decirlo de algún modo que tocar una estufa candente para entender que quema. Con el comunismo pasa como con la estufa, opina una de las hijas de los presos políticos del régimen comunista checoslovaco de los años 50 del siglo pasado. Por ello o a pesar de ello, desea contar su historia a todos los que estén interesados en escucharla. Para no olvidar. Para recordar: Cómo es crecer sin padres a los que te han robado. Cómo es vivir con la señal de ser hija de un "Enemigo del Estado", como solía llamarse a los adversarios del régimen. Hoy les ofrecemos la primera historia. Habla Eva Langrová, de Ostrava, Moravia del Norte.

Se acercaba la Navidad de 1949. La familia de Eva Langrová se preparaba para la llegada de las fiestas más esperadas del año. También la pequeña Eva, de cinco años de edad, como tantos otros niños de Checoslovaquia, esperaba con ilusión para ver qué regalos le iba a traer el Niño Jesús.

Del "regalo navideño" que recibió aquel año no se olvidará nunca. Llegó antes de tiempo sacudiendo las entrañas de su vida. El 15 de diciembre de 1949 la policía política de la Checoslovaquia comunista de entonces detuvo al padre de Eva Langrová.

"Recuerdo como mi mamá y yo pasamos las Navidades bajo la vigilancia de la policía. Nos vigilaban día y noche. Siempre que oscurecía o íbamos a acostarnos interrumpían en casa para efectuar un registro, igual que la Gestapo. Mi madre sufría un fuerte estrés, pero trataba de ocultarlo cuando yo estaba presente. Luego ya no tuvo fuerza para resistir, sólo lloraba. Mis padres todavía no se daban cuenta de lo que eran en realidad los comunistas, de que el juicio no se celebraría bajo condiciones regulares, así que mi madre trató de conseguir una caución para sacar a mi padre de la cárcel".

El padre de Eva Langrová fue condenado el 13 de julio de 1950 junto con otros 17 acusados "por traición a la patria" según el artículo 231 a 22 años de prisión.

Después del proceso la madre de Eva Langrová enfermó que falleció en el año 1951 y la niña se fue a vivir con su abuela.

"La gente mayor no podía entender que encarcelaran a personas sin motivo alguno y además por tantos años. Eran condenas que se imponían, según ellos, sólo en caso de crímenes muy graves, por un asesinato, por ejemplo. Nosotros hoy nos podemos imaginar que personas en Cuba sean condenadas a penas tan altas sólo por decir algo o por tener en casa un libro prohibido. Cuando vinieron a detener a mi padre e hicieron el primer registro domiciliario, lo primero que confiscaron fue la máquina de escribir. Eran personas que a diferencia de mi padre no sabían utilizarla. Cuando confeccionaron el protocolo lo hicieron con faltas".

Para la abuela el padre era el causante de todos los males. Le echaba la culpa por la destrucción de la familia y por la muerte de su hija amada, relata Eva Langrová.

"Mi abuela decía que era un insensato y descuidado, que si no se hubiera metido en política no hubiese pasado nada. Me comparaba a menudo con mi padre, pero yo no pensaba que era malo, porque yo tampoco le convenía a mi abuela. Mis padres eran tolerantes y me educaban razonando, mientras que la abuela daba órdenes, ya que procedía de la antigua región prusiana de Hlucín. Escuchaba de ella con frecuencia: Tus padres te mimaron, y yo ahora, con mis años, tengo que cuidar de esta pícara. Me imaginaba que con el retorno de mi padre cambiaría mi vida, que él llegaría como el príncipe azul del cuento de hadas y me salvaría".

Las minas de uranio de Jáchymov  (Foto: CTK)
El padre de Eva Langrová fue puesto en libertad en el año 1960 en base a una amnistía después de permanecer 11 años en las minas de uranio de Jáchymov. Se trataba de una puesta en libertad condicionada. Los excarcelados tuvieron que firmar el compromiso que no dirían a nadie lo que habían vivido. En caso de no obedecer el régimen tendría un motivo para volver a encarcelarlos.

Cuando arrestaron a su padre, Eva Langrová tenía cinco años. Cuando el padre volvió, cumplía los 16. Para el padre fue una conmoción. No era capaz de ir de compras ni de comunicarse con su familia. En la cárcel tenía amigos de los que sabía todo, puesto en libertad tuvo que aprender muchas cosas de nuevo. La realidad de la vida cambió, y también había cambiado su hija.

"Ya no era una niña pequeña, era adolescente. Durante todo aquel tiempo veía a mi padre una vez al año durante los diez minutos de la visita permitida. ¿Qué pasaba? Siempre me preguntaba como andaba en la escuela, qué notas tenía, como máximo me reprochaba que debía mejorar los resultados. No podíamos hablar. Volvió pero ¿cómo debía comportarme con él? Era como una persona ajena. Mi abuela no me dio la oportunidad de conocer a mi padre. Dijo enseguida que no lo quería en su casa. A mis 16 años tuve que decidirme si quería ir con mi padre que de hecho no conocía en absoluto o quedarme con la abuela que no me quería mucho, pero que también era mi familia".

El padre se fue a vivir con su hermana, la hija se quedó con su abuela.

"La mayor tragedia la veo en la destrucción de familias unidas. Nuestros padres eran personas inteligentes y educadas. Los lazos se rompieron por completo. Lo confirmaron muchos ex presos políticos. No es que las mujeres dejaran de querer a sus esposos, pero ya no estaban acostumbrados uno al otro".

La marca de ser hija de un preso político ha acompañado a Eva Langrová durante toda su vida.

"Empecé a frecuentar la escuela en la pequeña ciudad de Jeseník, allí se sabía de mi familia, porque mi padre era una persona bastante activa en el municipio. Allí me sentía como una excomulgada ya entre los niños de la primera clase. Cuando me trasladé a la casa de mi abuela en Ludgerovice, cerca de Ostrava, la situación cambió. Mi maestra fue antigua compañera de colegio de mi madre. Se comportaba conmigo como con la hija de su amiga. Más tarde me contó lo incomprensible que le resultaba el destino de mi familia. Desgraciadamente tuvo que abandonar la escuela porque era creyente, y los comunistas no lo toleraban".

La época más cruel para Eva Langrová llegó al decidirse dónde iba a proseguir su formación. Acabó la escuela primaria con resultados sobresalientes, pero no pudo seguir estudiando. Los comunistas determinaron que se hiciera tornera.

"La familia quería que fuera por lo menos vendedora, y me mandaron a un gran almacén. Allí choqué con la funcionaria de la sección de personal que, obviamente, trataba de deshacerse de mí como de un elemento no deseado. En cada cita con ella se inventaba otra cosa, me preguntaba, por ejemplo: ¿Cómo murió su madre? ¿Se suicidó? Yo como niña no tenía ni idea de qué había muerto mi madre. ¿De qué partido fue miembro su padre? Eso tampoco lo sabía, no me lo había dicho nadie. Siempre volvía a casa llorando. Al fin, la abuela se enfadó, se fue al comercio en cuestión, armó una bronca y me admitieron. En el centro de formación profesional continuó la tragedia. Los alumnos aprendían a multiplicar y el profesor estaba sorprendido de que yo ya supiera hacerlo. Mis condiscípulos me miraban como algo exótico, porque conocía la geometría y las fórmulas matemáticas".

Transcurrieron más de 55 años desde el momento que trastornó la vida de Eva Langrová. El pasado no se borra, y a veces se hace recordar con mayor fuerza. La señora Langrová concluye su narración con la anécdota que le ocurrió al viajar con dos amigas al encuentro de las hijas de los presos políticos de los años 50 efectuado en Praga.

"Las tres somos muy habladoras. En el tren de Ostrava a Praga hablamos de todo, desde los nietos hasta la política. En nuestro compartimento estaba un señor mayor. Me daba pena que estuviera solo e intenté incorporarlo a la conversación preguntándole si también iba a Praga. Se notaba que era un comunista de la vieja guardia porque empezó: Todos son unos ladrones ... El negativismo irradiaba de él. Le preguntamos: ¿Y antes no se robaba? A nosotras nos robaron la infancia y a nuestros padres. Al escuchar que nuestros padres habían sido encarcelados, salió del compartimento y durante todo el viaje hasta Praga permaneció de pie en el pasillo".