Hay miradores que no ofrecen vistas bonitas pero sí tienen su encanto
“El hombre, por su naturaleza, siempre ha deseado mirar hacia lejos, más allá del horizonte”, dice Luboš Němeček del Club de Turistas Checo. En este Radioviajes visitaremos tres miradores de Praga, que a pesar de no ser tan altos ni tan conocidos como otros, poseen una belleza extraordinaria.
Pregúntenle a un praguense cuántos miradores tiene la capital checa y les contestará sin vacilar que dos: el de Petřín y el de Žižkov. Ambos ya hemos tratado con detalle en las ediciones anteriores de este espacio. Sin embargo, Praga esconde más construcciones de este tipo, menos famosas pero igual de interesantes.
Situado en un parque natural en el barrio de Košíře, se halla el mirador más antiguo de Praga. Se llama Cibulka, cebollita en español, y antiguamente formaba parte de un complejo palacial del mismo nombre.
Éste surgió en el lejano siglo XIV. Sin embargo, su mayor esplendor lo alcanzó a principios del siglo XIX cuando fue adquirido por el conde Leopold Thun-Hohenstein, de Baviera, según cuenta Luboš Němeček del Club de Turistas Checo.
“Thun-Hohenstein sometió el palacio a una compleja reconstrucción y en sus alrededores creó un enorme parque inglés. Parte de él formaba también una ruina artificial con una torre-mirador, hoy conocida como Cibulka,” señala Němeček.
La torre-mirador tiene 13 metros de altura y para subirla hay que superar una escalera exterior de 68 peldaños. Desgraciadamente, la vista que ofrece está limitada por los árboles del parque.
A pesar de ello, vale la pena ir a verla. Es uno de los rincones más románticos de Praga, especialmente en otoño cuando las hojas caídas forman una espesa alfombra multicolor.
Una vez que estén allí, fíjense bien en la estatuilla situada en un arco de piedra delante del mirador, advierte Luboš Němeček.
“Es Cronos, uno de los dioses de la mitología griega. En la mano izquierda sujeta a una estatuilla. Debido a ello, los ciudadanos de Praga le pusieron el nombre de ‘estrangulador’,” dice Němeček.
Y desde Košíře nos trasladamos hacia Průhonice. Este pueblo se encuentra a unos 15 kilómetros al sudeste de Praga. La aldea como tal no tiene nada de especial. Su principal atractivo consiste en un amplio jardín botánico.Originalmente se hallaba en el lugar un pequeño castillo, posteriormente convertido en palacio, que a lo largo de los siglos fue cambiando de propietarios y de aspecto.
Para nosotros es importante el año 1885, cuando la entonces propietaria del palacio de Průhonice, Maria Antonia Nostic-Rieneck se casó con el conde austriaco Arnošt Emmanuel Silva-Tarouca.
Este apasionado amante de la naturaleza y de la caza se dedicó durante toda la vida a crear en los alrededores del palacio un enorme parque natural, que hoy en día alcanza una superficie de 240 hectáreas.
Escondido en el jardín, se halla también el objetivo de nuestro interés: el Gloriet de Průhonice. Esta torre-mirador, de ocho metros de altura, debe su existencia precisamente al conde Silva-Tarouca, quien la mandó construir para poder observar desde ella el palacio y sus jardines, según afirma Ivan Staña, administrador del Parque.“Al principio el mirador se erguía en una roca pelada y permitía observar tanto el palacio como todos los terrenos del parque. Posteriormente, la roca fue plantada con árboles y hoy no se ve prácticamente nada,” sostiene Staña.
Durante muchos años, el Gloriet permanecía abandonado en el jardín hasta que se convirtió en ruina y fue cerrado al público. Este año, la administración del Parque comenzó los trabajos de reconstrucción, destaca Ivan Staña.
“El mirador se encontraba en muy mal estado. Primero tuvimos que realizar la estabilización estática del edificio y después procedimos a su reconstrucción. Tenemos planeado abrirlo antes de que se inicie la nueva temporada en abril o mayo del próximo año,” señala Staña.
Y desde Průhonice regresamos otra vez a Praga para visitar las Terrazas de Barrandov (Barrandovské terasy), uno de los ejemplos más importantes de la arquitectura funcionalista de la capital checa.
El edificio, que se alza sobre la ciudad desde las abruptas Rocas de Barrandov, fue construido en 1929 gracias a la iniciativa del empresario Václav Havel, padre del ex presidente de la República Checa, recuerda Luboš Němeček del Club de Turistas Checo.
“Las Terrazas de Barrandov fueron construidas por deseo de Václav Havel que se inspiró en el famoso edificio Cliff House durante su viaje a San Francisco en 1924. El proyecto era obra del arquitecto Max Urban que también es autor del diseño de los estudios de cine de Barrandov,” recalca Němeček.
En menos de un año creció en 54 hectáreas un barrio funcionalista. Su edificio dominante era una torre-mirador, de 15 metros de altura, que ofrecía una bella vista al valle del río Moldava.
La popularidad de las Terrazas de Barrandov creció considerablemente en 1931, con la apertura de una piscina en las cercanías del edificio. En verano, los praguenses solían pasar allí las tardes tomando el sol, bañándose y bailando al son de la música interpretada por la famosa orquesta R. A. Dvorský.
En 1939, la popularidad de este sitio fue tan enorme que tuvieron que establecer una nueva línea de autobuses, afirma Luboš Němeček.
“Existía una línea especial de autobuses que partía de la Plaza Wenceslao y llegaba a las Terrazas de Barrandov sin hacer parada ninguna. Era la llamada línea-Q,” sostiene Němeček.
La época de oro de las Terrazas de Barrandov se terminó en 1948 cuando fueron confiscadas por el Estado checoslovaco. Su popularidad iba disminuyendo, entre otros motivos, porque no se invertía en su mantenimiento.
En los años 80, la piscina fue destruida por un desprendimiento de rocas. En 1993 el complejo fue cerrado definitivamente al público y hasta el presente no se ha reconstruido.