Furor por la gastronomía latina en el festival de comida callejera más multitudinario de Praga
En una nueva edición del Festival de las Embajadas, el evento de comida callejera más grande de Praga, el público checo se dejó cautivar por la variada oferta gastronómica de más de 50 países, entre los que se destacaron los latinoamericanos.
Filas, filas y más filas. Todo sea por un tamal mexicano, una empanada de pino chilena o un choripán con chimichurri. El Festival de las Embajadas es una oportunidad de oro para la gastronomía del mundo que quiere abrirse paso en Praga: con entre 15.000 y 20.000 visitantes cada año, el evento es el más convocante de comida al paso, o callejera, en el país.
América Latina, España y Portugal se sienten en su salsa a la hora de deleitar al público con su variada oferta de platos, aunque no les falte competencia: más de 50 países participan de la iniciativa, que, a través del paladar, hacen viajar a los checos por todo el mundo.
Jony, con más de tres décadas viviendo en República Checa y oriundo de Perú, comenta que el festival es una fiesta gastronómica sin igual. Tras haber participado de este y otros eventos similares, asegura que los productos latinoamericanos tienen un encanto especial para los locales.
“A la gente le gusta todo lo latino. Es algo llamativo, exótico para ellos y les atrae”.
El interés está a la vista: los stands de México, Argentina, Perú, Chile y Colombia no tienen respiro. Un cliente detrás de otro hacen su pedido, mientras los que ya han abonado esperan impacientes por probar un bocado de América Latina. El calor se hace sentir en el barrio de Dejvice. El clima también tiene un condimento latino.
Algunos locales participan por primera vez en el festival, como es el caso de, que se cubre del sol en una de las múltiples carpas que apostó México en el predio. Sin embargo, su tarea no es tan fácil como vender un taco o un burrito a los checos, acostumbrados a estos platos típicos mexicanos. Su reto es presentarle a la comunidad checa los deliciosos -pero poco conocidos- tamales mexicanos.
“La gente se ha acercado a decirme ‘he comido mucha comida mexicana, pero nunca probé estos productos’. Creo que hay muchos festivales, eventos, mariachi; la gente está muy acostumbrada a todo lo mexicano. Hay muchísimos restaurantes mexicanos. Y con mi producto les da mucha curiosidad. Y aquellos que se animan a probar, te garantizo que regresan a decirme que les encantó”.
La curiosidad tiene recompensa en este festival, pero siempre es mejor dejarse aconsejar por los cocineros de cada puesto cuando se prueba algo nuevo. En el caso de los tamales, una pequeña advertencia: la hoja no se come.
“Nos tocaron varios casos de gente que intentaban comerse la hoja del tamal. La comida mexicana es muy popular en República Checa, pero los tamales, no. Yo les explico que son como los knedlíky mexicanos”.
Los checos saben lo que buscan
A escasos metros de las carpas mexicanas, el humo de una parrilla argentina inunda el ambiente con el aroma típico de un domingo rioplatense. Eso solo puede significar una cosa: más filas.
LEA TAMBIÉN
Mientras se asan chorizos y cortes de res, Roberto saca empanadas del horno en el stand de La Paisanita. A pesar de que los clientes no le dan recreo, entre bandejas y alfajores de maicena, llega a comentar que las empanadas ya no necesitan tanta presentación para el público checo.
“No preguntan mucho. Se entiende; van directo a saber si tienen carne, pollo o si son vegetarianas”.
La Paisanita ha estado dando a conocer este producto desde hace años en el país y el trabajo parece haber dado resultado. Además, Roberto explica que cuando se trata de productos argentinos, los checos no se demoran en mostrar interés.
“Cuando ven que el stand es de Argentina, les da curiosidad y se acercan a preguntar. De todos modos, tenemos todo traducido al checo, así que el público entiende rápido de qué se trata y compra”.
Pero no son solo los puestos de América Latina los que llaman la atención. España y Portugal también tienen sus fanáticos, que no dejan pasar la oportunidad para probar una de las tantas delicias que han nacido en estos países.
En el stand ibérico, Víctor Blanco y Germán Palomino hacen un monumento a la tradicional paella y, además de ofrecer porciones bien sazonadas, relatan la historia e importancia del plato en España.
“Básicamente, lo que vendemos aquí es cultura, forma de vivir. La paella es cultura. En cada casa, los domingos, es como el plato nacional. Vas a casa de tu madre, y se come paella. Es un plato para reunir a la familia. La paella se come sin platos. La paella, que es una sartén sin mango, se pone en el centro de la mesa, y de allí se come directamente”.
Víctor aclara que la versión que ellos ofrecen está lejos de ser una adaptación moderna.
“Esta es la auténtica, de carne con verdura. Es la comida que era de antaño de los que cultivaban, de los agricultores. Por eso lleva conejo, lleva verdura; lleva lo que encontraban. La dejaban al fuego y luego todos la comían con una cuchara. Esa fue la tradición. Ahora se ha hecho de marisco; hay muchas paellas”.
Una sana tradición
En el puesto de Croacia, mujeres cantan a capela y ofrecen un dulce típico del país costero. El gyros de pollo ya se agotó en la carpa de Grecia y el stand de Corea del Sur exhibe sus carteles tachados: ya no queda casi nada para ofrecer al público, pasado el mediodía. El furor por la comida del mundo es total en este predio, en donde los latinos montan una fiesta del sabor, evidentemente muy lucrativa.
Entre las filas de comensales se encuentra Martin, nacido en Eslovaquia, pero que habla casi tantos idiomas como países participan en este evento.
“Vengo aquí cada año, es la tercera vez que vengo. Es perfecto: lleno de gente y lleno de embajadas. Hoy ya he probado la comida de Mongolia, algo que no conocía y ha estado muy bien, muy sabroso”.
Aunque aún no ha pasado por los locales latinos, Martin sabe que en los stands del mundo iberoamericano siempre hay una oferta destacada.
“El año pasado me gustó mucho lo de Portugal, porque servían tremoços. Es algo para picar, con cerveza, y eso me encantó”.
En el centro del predio, se suceden conciertos y bailes típicos de países diversos. Las filas no cesan, porque los checos saben que tendrá que pasar un año para volver a vivir esta fiesta. La espera, está comprobado, vale la pena.