En 1933 empezó el cerco nazi a Checoslovaquia

Jiří Voskovec y Jan Werich

”Pondremos fin a la eterna peregrinación de los germanos al sur y al oeste de Europa y volveremos nuestra mirada hacia los países en el este”, escribió Adolf Hitler en su panfleto “Mein Kampf”, de principios de los años veinte del siglo pasado. Cuando el 30 de enero de 1933 asumió el cargo de canciller alemán, pudo empezar a implementar el proyecto de la expansión hacia el este. Sus primeras víctimas fueron en 1938 y 1939 Austria, Checoslovaquia y Polonia.

En octubre de 1933 se estrenó en el Teatro Liberado de Praga la pieza “El asno y su sombra”. Los autores de la escenificación, Jiří Voskovec y Jan Werich, la llenaron de alusiones a los recientes acontecimientos en la vecina Alemania: la llegada de los nazis al poder, el incendio del Reichstag y el proceso contra Jorge Dimitrov, acusado de ser uno de los pirómanos y organizadores de la presunta conspiración bolchevique contra el pueblo alemán.

El tribunal de Leipzig absolvió a Dimitrov porque los nazis todavía no habían logrado controlar plenamente al poder judicial.

La representación del Teatro Liberado provocó una airada reacción de la Embajada alemana. Para aquilatar el impacto del espectáculo en las tensas relaciones con la Alemania nazi, asistió a una de sus reposiciones incluso el ministro checoslovaco de RR EE, Edvard Beneš.

Después de su visita la pieza permaneció en el repertorio, aunque con ligeras modificaciones. Del texto fueron eliminados los nombres de personajes concretos. Así, Hitler pasó a llamarse Untalseñor.

En “El asno y su sombra” Jiří Voskovec y Jan Werich denunciaron lo peligrosa que podía ser una muchedumbre fanatizada por demagogos. O un país fanatizado por un demagogo y farsante como Adolf Hitler.

Jiří Voskovec y Jan Werich lo tenían claro. No así los estadistas de las potencias occidentales que ni siquiera esbozaron una protesta contra la creciente agresividad de la Alemania nazi.

Un ejemplo flagrante fue el rearme febril al que se lanzó el Tercer Reich. El tratado de paz de Versalles, que Alemania había firmado después de su derrota en la Primera Guerra Mundial, le prohibía formar unidades de tanques y poseer aviones de combate y buques de guerra. El régimen nazi hizo caso omiso de lo estipulado, pero Francia y Reino Unido no decretaron contra él sanción alguna.

Los alemanes consideraban injusto el tratado de Versalles desde principio porque también había impuesto a su país el pago de colosales reparaciones a los países victoriosos, lo que provocó en Alemania en los años veinte un desastre económico.

La revisión del Tratado de Versalles fue uno de los principales puntos del programa del partido nazi y contribuyó a que Hitler ganase los comicios de 1933.

Adolf Hitler,  Castillo de Praga | Foto: Wikimedia Commons,  public domain
Hitler pudo ocupar el puesto de canciller también gracias a los votos de los desempleados, golpeados por la crisis económica que entre 1929 y 1933 afectó al mundo con una virulencia jamás conocida. Durante la campaña electoral les había prometido pleno empleo.

El Führer cumplió su palabra. Acabó con la crisis impulsando la industria bélica.

Debido a la aguda crisis económica el discurso de Hitler se hizo atractivo también para los sudetoalemanes, residentes en Checoslovaquia. En el Tercer Reich, las ruedas de la industria empezaron a girar. En la región fronteriza de los Sudetes ocurría lo contrario.

En 1933 había en Checoslovaquia un millón de desempleados. La crisis provocó el hundimiento de la industria ligera que dependía de las exportaciones. El mundo, sumido en la crisis, dejó de comprar instrumentos musicales, juguetes, bisutería, porcelanas y textiles, fabricados en Checoslovaquia.

En las regiones fronterizas del país, habitadas por los sudetoalemanes, casi todas las fábricas cerraron. El gobierno checoslovaco no tuvo la necesaria previsión como para ayudar a tiempo a los desempleados de la minoría alemana.

Praga,  1939
Entre los sudetoalemanes volvió a aflorar la hostilidad hacia los checos, incentivada por la propaganda nazi. Sus líderes más radicales proponían romper con Checoslovaquia e incorporar los Sudetes al Tercer Reich.

”Quiero atacar a los rusos y a los checos”, confió Hitler a principios de 1935 a sus colaboradores más allegados.

Según el Führer, “el deber de intervenir contra Checoslovaquia es todavía más imperioso que contra Rusia porque en la República Checoslovaca los alemanes viven continua y diariamente y cada hora bajo una creciente opresión espiritual y material…”

Para justificar la planeada agresión a Checoslovaquia, Hitler echó mano de uno de los habituales pretextos de los agresores:la supuesta protección de una minoría étnica o política. En caso de Checoslovaquia eran los tres millones de sudetoalemanes.

Desde el triunfo de los nazis en los comicios de 1933 Checoslovaquia fue preparándose para afrontar una agresión alemana. El ministro de RR EE, Edvard Beneš, impulsó enérgicamente el proyecto de edificación de un cinturón de fortificaciones a lo largo de las fronteras con Alemania, a semejanza de la Línea Maginot, construida después de la Primera Guerra Mundial por Francia.

El Estado Mayor checoslovaco dio la orden de iniciar las obras en junio de 1934. Francia prestó una importante ayuda enviando a Checoslovaquia a sus expertos. El primer búnker fue terminado muy pronto, en diciembre de 1935.

La peligrosa frontera con la Alemania nazi medía dos mil kilómetros. Sus constructores habrían necesitado diez años para cubrirla toda con fortificaciones.

No dispondrían de tanto tiempo. En otoño de 1938 el Tratado de Múnich posibilitaría a Hitler incorporar al Tercer Reich las regiones fronterizas checoslovacas con todas sus fortificaciones sin un solo disparo.

Cuando se estaban construyendo los búnkers fronterizos nadie pensaba todavía en un desenlace tan trágico. Checoslovaquia estaba dispuesta a defenderse. Esperaba que los aliados acudieran en su ayuda en caso de ser agredida por Hitler. Desde 1924 tenía un tratado de amistad con Francia. En mayo de 1935 suscribió otro tratado de alianza con la Unión Soviética.

Ésta se comprometía a venir en auxilio de Checoslovaquia en caso de que simultáneamente ayudase a los checoslovacos Francia. Sin la ayuda francesa no habría ayuda soviética.

Los políticos checos no tenían un plan B para el caso de que los aliados faltasen a sus compromisos. Pronto comprobarían que los tratados de alianza eran mero papel mojado.

En la próxima edición de Legados del pasado- testimonios del presente les contaremos cómo Hitler siguió jugando con la carta sudetoalemana en la que los aliados occidentales de Checoslovaquia encontraron una coartada para no intervenir a favor de este país y eludir sus responsabilidades.

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