El halo de luz que deja Jiří Menzel
La cultura checa guarda luto por la pérdida de uno de los creadores que mayor huella ha dejado en el alma de la sociedad. Pero la estela de Jiří Menzel trascendió las fronteras de su país, aportando una mirada única e irrepetible dentro de la historia del cine.
El pasado 5 de septiembre expiró a los 82 años el autor de ‘Trenes rigurosamente vigilados’, ‘Alondras en el alambre’ o ‘Tijeretazos’, entre otras muchas cintas que no necesitan ninguna presentación en la República Checa. El cine de Menzel marca uno de los hitos de la cultura del país como puedan ser las óperas de Smetana, la pintura de Mucha o las propias novelas de Bohumil Hrabal, a las que tan unida estuvo la cinematografía del director. La Nueva Ola checoslovaca, edad de oro del cine nacional, lo fue en buena parte gracias a su obra, innovadora y honesta.
El director español Diego Fandos, profesor de la Prague Film School, es muy claro refiriéndose a la aportación de Menzel a la historia del cine del país.
“¿Qué ha aportado Menzel a la cinematografía checa? Yo creo que Menzel es la cinematografía checa. Para mí, como extranjero, Menzel es realmente el alma. Es un director muy poco pretencioso, pero sus películas no son en absoluto superficiales, tienen mucha profundidad, son muy divertidas. A su manera, humilde y poco pretenciosa, ha logrado erigirse en uno de los grandes directores mundiales”.
En 1967, Jiří Menzel consiguió el Oscar a mejor película extranjera con su primer largometraje, ‘Trenes rigurosamente vigilados’. En ella se pueden apreciar los rasgos que marcaron toda su obra. Diego Fandos señala la que considera característica fundamental del cine de Menzel.
“La humanidad. Trata a sus personajes de una forma muy, digamos, amable. Notas que quiere a sus personajes. Con un colega de Menzel, Miloš Forman, siempre tengo la sensación de que mira a sus personajes por encima del hombro, un poco se ríe de ellos. Sin embargo, las películas de Menzel rezuman humanidad”.
En la misma dirección que Fandos apunta Rafael Sánchez Casademont, crítico que dedicó sus trabajos de fin de carrera y de máster al cine checoslovaco de los 60 y que en la actualidad escribe para las importantes revistas españolas Fotogramas y Esquire.
“Menzel, para mí, en lo que más ha destacado era que tenía una visión muy particular que ha tenido muy poca gente, que era capaz de hacer cine de contenido ácido, dramático, incluso trágico, desde un punto de vista muy vitalista, muy humanista. Yo lo comparo un poco con lo que conseguía Charles Chaplin, Jean Renoir o, en España, Berlanga. Son muy pocas las mentes capaces de crear esa especie de tragicomedias tan efectivas como hacía él. ‘Alondras en el alambre’ o ‘Trenes rigurosamente vigilados’ consiguen crear comedia, encanto, costumbrismo, desde un punto de vista que, en otras mentes diferentes, hubiese sido mucho más árido, algo casi imposible de crear. Creo que, sobre todo, tiene esa visión de ser un vitalista, de ser alguien que se lo pasaba bien y que lo miraba todo con un halo de luz que daba mucho gusto ver y que no es habitual en el cine checo ni en ningún cine”.
Un genio modesto
Uno de los últimos viajes que realizó Menzel fue a Madrid con motivo de la completa retrospectiva que le organizaron la Filmoteca Española y el Centro Checo en 2017. Ante un cine Doré completamente lleno, el ganador de un Oscar, un Oso de Oro de la Berlinale o un Globo de Cristal del Festival de Karlovy Vary, aseguraba sentirse sorprendido por semejante cantidad de público reunido para escucharle. Si le preguntaban por su Oscar, decía que no lo hubiera conseguido sin “el insospechado lustre que le dieron al cine checo” sus compañeros de generación Miloš Forman, Věra Chytilová o Ivan Passer. Si se alababan sus películas, él descargaba su responsabilidad en las novelas de Hrabal en las que estaban basadas. Casademont tuvo entonces la oportunidad de entrevistar, en aquella ocasión para la Revista Magnolia, a su admirado director. También a él le sorprendió esa actitud de Menzel ante su propia obra.
“Cuando tuve el gusto de entrevistarlo lo que me llamó mucho la atención era que, aunque se trataba de un cineasta muy aclamado y tenía una carrera muy larga y exitosa, se negaba a aceptar ningún mérito por su trabajo, que era todo de los libros en los que se basaba, y que él no buscaba ningún rédito, ninguna interpretación, ningún efecto, ni nada. Y, sin embargo, cuando le preguntaba por qué se quedó tras la Primavera de Praga en vez de ir a buscar el éxito a Hollywood, como hizo Miloš Forman, me respondió que sabía que iba a ser mucho más útil si se quedaba en casa. Que es una contradicción, ¿verdad? Por un lado te dice que su cine no era nada, solo un medio para vivir, y por otro sí que tenía ese pensamiento consciente o inconsciente de que estaba haciendo algo importante y que su cine valía la pena”.
Mientras Miloš Forman se ahorró bastantes problemas derivados de la reacción del régimen comunista a su película ‘¡Al fuego, bomberos!’ marchándose a Estados Unidos, Menzel se quedó en Checoslovaquia, aun cuando la mucho más explícita ‘Alondras en el alambre’ le aseguró un lugar en la lista negra y no pudo volver a rodar durante varios años. Esa película no pudo ser estrenada hasta una vez reinstaurada la democracia en 1989, y con gran valor simbólico, se alzó con el mayor premio del Festival de Cine de Berlín meses después.
Para Diego Fandos, esa forma de encarar la adversidad, incluso la injusticia, con humor y la ligereza que reina, por ejemplo, entre los presos de la propia ‘Alondras en el alambre’, y, por lo visto, aplicable a la propia biografía de Menzel, es una seña de identidad checa.
“Los checos tienen esa tendencia a contar historias serias a través de la comedia. Un libro, que fundamenta un poco el “chequismo” moderno, yo creo, ‘Las aventuras del buen soldado Švejk’, que es producto de la psicología checa pero al mismo tiempo ha influido en esa psicología, también habla de temas muy serios, pero a través de la comedia”.
El matrimonio perfecto entre Menzel y Hrabal
Menzel colaboró con un guionista fundamental del cine checo como es Zdeněk Svěrák, que dio dos películas inolvidables como ‘Solitario en la linde del bosque’ y ‘Mi dulce pueblecito’, que llegó a ser nominada a los Oscar. Pero mucho más trascendente fue la pareja creativa que formó Menzel con el escritor Bohumil Hrabal, del que no solo se adaptaban sus novelas, sino que era también guionista de las películas. El entendimiento entre ambos supone para el cine checo una colección de largometrajes y cortometrajes que marcan una época. Una simbiosis perfecta, opina Sánchez Casademont.
“Es verdad que siempre decía que esto lo había escrito Hrabal o que aquello ya estaba en el libro, pero trasladar eso a imágenes es muy difícil. Hemos visto cantidad de adaptaciones que no consiguen trasladar ese espíritu. Lo importante no era trasladar los hechos de la historia exactamente o lo que ahí estaba escrito, sino el espíritu. Yo creo que justo coincidieron dos almas con una forma de ver las cosas muy parecida y formaron esta pareja artística, no ya solo adaptando libros, sino creando entre los dos guiones originales y sacando las películas antes incluso de que se acabase el libro, porque coincidían en mucho, y eso fue una gran suerte, creo que para los dos”.
A nivel técnico, Menzel aseguraba que prefería el blanco y negro, a pesar de que casi todas las películas estaban hechas en color. En su tono habitual, decía que eso era cosa de su director de fotografía, Jaromír Šofr. Pero Sánchez Casademont reivindica los rasgos distintivos de la cámara de Menzel.
“Ciertamente no es un director al que se le reconozca en un solo plano, que ya con un plano sepas que es una película suya. Pero sí que, por ejemplo, hacía muchos juegos con el montaje. Solo hay que ver el principio de ‘Trenes rigurosamente vigilados’, para ver la cantidad de cosas que te cuenta solo con el montaje o la forma de construir la secuencia. Eso, y la forma que tenía de jugar con el erotismo en torno a las mujeres y cómo bordeaba la censura tanto política como sexual en las imágenes, era una cosa bastante bien pensada y que demostraba un talento visual”.
Con la desaparición de Jiří Menzel, se va también el último de los grandes nombres de la Nueva Ola del cine checoslovaco. Que el cine checo vuelva a atravesar fronteras de la forma que lo hicieron sus películas, puede que dependa en gran medida de la capacidad de los creadores actuales y futuros de seguir la estela de este cineasta que, dice Sánchez Casademont, daba luz a todo lo que tocaba.