El familiar de Antonio Machado que nunca regresó del exilio: “Mis padres me decían que volveríamos en dos años”
La comunidad española que llegó a Checoslovaquia huyendo de la dictadura franquista siempre tuvo la esperanza de regresar a casa. No obstante, algunos nunca lo hicieron.
Antonio Casado Machado es ahora un hombre de unos ochenta años que reside en una casa de campo a las afueras de Praga. Llegó a la entonces Checoslovaquia comunista con sus padres después de huir de la guerra civil española. Nieto segundo del poeta con el mismo nombre, Antonio recuerda que su familia siempre le inculcó que volverían a España en unos pocos años; algo que nunca sucedió.
Franco estuvo en el poder hasta que murió, en 1975, pero en aquel entonces nadie se imaginaba que la dictadura iba a durar décadas. Según explica a Radio Praga Internacional, la gente fue adaptándose a la situación a pesar de conservar la esperanza de volver algún día.
“Ellos vinieron a la fuerza. No creo que nadie viniera con la idea de que se iba a quedar. Todo el mundo tenía en mente que iba a volver a España. Pero claro, con el tiempo, el régimen de Franco no lo permitía. Ponía tantas pegas que mucha gente se lo pensaba. Ya un poco desistieron”.
A pesar de esto, Antonio considera que sus padres y los otros miembros de la comunidad no se sentían abandonados. Tal y como recuerda, había una célula del Partido Comunista Español (PCE) bastante fuerte en el país. Llegó a ser el segundo grupo más grande de exiliados españoles en Europa después del de Moscú.
Al hablar sobre su vida en los primeros años del exilio, Antonio cuenta que tenían un club en el que los adultos se reunían para hablar de política mientras los niños jugaban. A pesar de que estuvo en contacto con otros jóvenes exiliados, la mayoría de sus amigos eran checos. Y es que en el caso de su familia, fueron destinados al poco tiempo a otra ciudad alejada de Praga, en el noroeste del país: Ústí nad Labem.
“Prácticamente eran dos grupos. Uno más grande, que estaba aquí en Praga, y otro más pequeño, en el que estaba yo, en Ústí nad Labem. Cuando había gente que no seguía la línea [del partido], como en una especie de castigo se le mandaba allí. Y mi padre, como era muy ordenado, cumplía las órdenes, estaba acostumbrado a la disciplina porque era militar, nos fuimos allí. Ahí viví casi toda mi juventud”.
Los checos tenían mucha consideración con su situación de exiliados, ya que hubo unos cuantos que lucharon en las brigadas internacionales de la guerra civil. No obstante, la adaptación fue dura, especialmente para sus padres y los otros adultos. Y es que la vida y las costumbres son distintas, apunta Antonio, y hay que convivir con un clima duro y un invierno que se eterniza hasta abril o mayo.
Precisamente por ello, uno de los instrumentos para mantener a la comunidad cohesionada fue Radio Praga en español. El propio Antonio trabajó en la redacción durante unos años, aunque, según explica, la emisora que era popular en aquel entonces entre los republicanos españoles era Radio Pirenaica. Todo el mundo la situaba en Praga, pero resultó que emitía desde Rumanía, probablemente Bucarest.
Esta iniciativa ayudaba a la gente a mantener la esperanza viva, igual que la narrativa idealizada de España durante la II República.
“Quizás sí que había idealización, si ya llevabas aquí bastante tiempo... Porque todo el mundo pensaba que volverían pronto, quizás dos o tres años. Y luego resulta que no se pudo, porque Franco estuvo mucho tiempo en el poder. Y la gente fue perdiendo la idealización y fueron adaptándose a lo que había”.
En el caso de su familia, adaptarse significó aprender checo. La madre de Antonio trabajó muchos años en un policlínico en el que, según cuenta, era muy querida. Eulalia Machado, así se llamaba, estudió enfermería en la Unión Soviética, donde huyó en un primer momento al terminar la guerra.
¿Español o checo? La doble identidad
Para Antonio, su identidad está a medio camino entre la española y la checa. Aunque tenga familiares en Madrid, ha vivido y crecido en el país. Sus primeros recuerdos de España fueron en los años 60, cuando él y su madre estuvieron allí de vacaciones. Su padre, debido a su militancia en el PCE, tenía prohibido entrar, y se jugaba la vida en ello.
“Me vino bien lo de conocer España a esta edad, quieras o no había mucha pobreza. Aquí se rehicieron bastante temprano de la guerra, a partir del 55 empezaron a mejorar. Había ciertas ventajas, ciertos adelantos, en los temas sociales. En España, en aquel entonces, no. La pobreza se notaba. Ibas por los barrios de las afueras de Madrid y veías que la cosa no era... Esto me chocaba en aquel entonces”.
Por ello, aun después de la muerte de Franco, Antonio decidió quedarse en el país. Cuenta que hacia los años setenta la mayoría de personas que conformaban la comunidad volvieron a España. También su madre, que consiguió convencerlo para volver, pero solo duró dos años.
“Estuve dos años, pero no se me daba muy bien. Porque en aquel entonces había mucho estigma, cuando decías del país del que venías. Había ciertos recelos, venía de un país comunista. Con el trabajo era problemático, pero unos amigos me consiguieron uno y trabajé en Correos, repartiendo telegramas”.
Pero Antonio tenía su vida en Praga, y una pareja con la que iba a casarse. En ese momento, él tenía 25 o 26 años.
El periplo hasta Checoslovaquia
El padre de Antonio fue destinado a Yugoslavia en los años 40, pero su madre se quedó en Moscú, donde vivía y donde dio a luz. En 1947 se mudaron allí, siendo Antonio tan solo un bebé. Dos años más tarde, y por la ruptura de Tito con Stalin, tuvieron que irse.
“Tenía tres años cuando mis padres se fueron de Yugoslavia, en el 49, y fueron enviados por el partido a Checoslovaquia. Estuvimos primero en Praga y luego nos destinaron a Ústí nad Labem, a unos 100km al norte. Allí estuve toda mi juventud, hasta 16 o 17 años, que luego nos mudamos a Cuba”.
En Cuba estuvieron cinco años, y allí fue donde murió su padre. Según Antonio, fue una consecuencia de las guerras en las que había luchado, como la guerra civil o el conflicto de Crimea. Tuvo cáncer, y después de fallecer, él y su madre volvieron a Praga en mayo de 1968. Pocos meses después, en agosto, entraría el Ejército Rojo a la ciudad.
“Fue una gran sorpresa, nadie se lo esperaba. Todo el mundo pensaba que iban a terminar bien [las reformas]. Yo no diría que a mí me afectó mucho. A los checos sí, pero a nosotros como españoles, como extranjeros... No lo sentí tanto. Al trabajar en la radio, eso fue distinto. Al principio se podía escribir libremente, se podía hablar, comentar. Pero luego, ya con la nueva jefatura del partido checo, se fue recortando la libertad, y había que atenerse a lo que decidían ellos. Una era mi opinión, pero luego tenía que ajustarme a lo que era la línea”.
Según Antonio, muchos miembros de la colonia española vieron esto como un problema, y se dieron cuenta de que las cosas no iban bien.
Una reparación que nunca llegó
Después de la muerte de Franco, en 1975, no se aprobó ninguna ley de memoria histórica hasta el 2007. En 2020 se aprobó la Ley de Memoria Democrática, pero no ha habido ningún acto oficial de reparación respecto a las personas exiliadas, especialmente con esos que nunca regresaron.
Según Antonio, los pasos que se están haciendo ahora llegan tarde, porque no queda casi nadie vivo en Praga. Aparte de él mismo, solo hay cinco o seis personas más, que son los hijos de los adultos que conformaban la comunidad histórica. De esos, la última murió en 2015, y era Benita Gil Serrano, una profesora y sindicalista.
“Creo que ha mejorado mucho, la memoria histórica. Ahora se reconocen cosas que antes se tenían calladas, no se podía hablar de ellas. Creo que hay voluntad. Si se lleva a cabo o no y quién la lleva a cabo... La voluntad la hay, porque hay mucha gente que conoce la historia, los crímenes que se cometieron entonces. La tendencia es que se van a reconocer, porque esa es la historia, y la historia no se puede cambiar. Se puede desviar, pero luego vuelves a los cauces. Eso no hay quién lo calle”.
Y es que, según destaca, los pasos son positivos, aunque en unos quince o veinte años ya no va a quedar nadie vivo. Antonio Casado Machado es uno de los últimos testimonios de esa comunidad española en el exilio en la que entonces era Checoslovaquia.