David Černý, el gran divulgador de Praga que no pierde la capacidad de asombro
Proveniente de una antigua familia de panaderos praguenses, el periodista David Černý es el creador de Miluju Prahu (Amo Praga), un proyecto en el que fotógrafos amateurs de todo el mundo celebran la belleza de Praga desde múltiples puntos de vista. Autor de tres libros de misterios sobre la capital checa, en esta entrevista intenta explicarnos qué es lo que vuelve tan especial a una ciudad que, en su opinión, nunca deja de provocar milagros.
Quienes hayan estado alguna vez en Praga saben que recorrerla sin al menos un celular en mano para sacar fotos puede llegar a ser un suplicio, por lo intensas que pueden ser las ganas de compartir su belleza. Eso es un poco lo que pensó el periodista, historiador y fotógrafo David Černý (no confundir con el escultor del mismo nombre), al crear, en el año 2011, el proyecto Miluju Prahu, que reúne cada uno de los resultados de esa gran inspiración que genera Praga en miles de fotógrafos amateurs de todo el mundo.
“Esto se dio en parte porque trabajé toda mi vida en distintas revistas y periódicos más como editor de fotos que como fotógrafo, y luego, hace unos diez años, fundé ese perfil de Facebook llamado Miluju Prahu que tiene unos 130 000 seguidores. La gente envía allí sus fotos”.
Muchas de esas colaboraciones forman parte de exposiciones que se realizan cada año en la emblemática torre Jindřišská, cuyas ganancias utilizan para colaborar con distintas causas solidarias. Algunas fotos también aparecen en la serie de libros que David Černý viene publicando sobre los misterios de Praga, una ciudad inagotable que, sin embargo, él conoce a la perfección: nació y vivió siempre en el centro histórico, además de provenir de una tradicional familia de panaderos praguenses.
“Lo lindo es que allí vivieron varias generaciones de la familia Cerný pero también varias generaciones de erizos que ellos criaban porque comen gusanos de la harina y siempre han sido animales útiles para los panaderos, así que convivieron durante varias generaciones aunque con más recambio en el caso de los erizos, porque solo viven unos cinco años. La familia tuvo la panadería hasta 1951, luego llegaron los comunistas y se la quedaron, porque en Checoslovaquia especialmente se quedaban todo, así que la panadería siguió horneando unos nueve años bajo la dirección comunista, luego cerró y después demolieron esa casa que ya no existe, quebrándose así la tradición panadera”.
Nada se pierde, todo se transforma
Explica Černý que, en la actualidad, ya nadie en su familia se dedica a ese rubro y el último que podía llegar a hacerlo, su tío abuelo Miloš, no quiso porque, al menos en esa época, se trataba de un oficio muy duro que solo ofrecía un día libre al año: el 25 de diciembre. Sin embargo, tal como él mismo afirma, en Praga nada desaparece del todo. Sin ir más lejos, cuenta que, en los alrededores del Puente de Carlos, aún pueden verse algunas antiguas rocas que pertenecían a su antecesor, el puente de Judith, que era bastante más bajo y no ocupaba exactamente el lugar que hoy tiene el puente más famoso de Praga y uno de los más célebres del mundo.
“Praga es una gran ciudad porque es como si lograra sobrevivir a todo, incluso al comunismo, que fue terrible, pero no más que el nazismo, aunque duró mucho más tiempo, ya que fueron cuarenta años. Y la ciudad ha estado sufriendo porque todo empezaba a caerse y parecía triste, pero Praga tiene tanta fuerza y sigue siendo capaz... Praga tiene una cualidad extraordinaria: una ciudad milenaria que parece absorberlo todo. Aquí están todos los estilos de construcción habidos y por haber: una iglesia barroca junto a una gótica, pero la ciudad también te ofrece sin problemas un edificio moderno”.
Černý sabe muy bien que la belleza de Praga no se limita al centro histórico. Sin tener una gran extensión, la ciudad condensa innumerables atractivos, empezando por las iglesias que se construyeron en la Ciudad Nueva, según el proyecto de Carlos IV para hacer de Praga una nueva Jerusalén. Cuenta que cada una de esas iglesias tenía alguna relación con la personalidad más descollante de esta ciudad, aunque reconoce que siente predilección por la de la Asunción de la Virgen y San Carlos el Grande (Kostel Nanebevzetí Panny Marie a sv. Karla Velikého), justo al lado del Museo de la Policía, donde antiguamente terminaba la ciudad.
“Esta iglesia en Karlov, que también es de 1350, es gótica octogonal, algo que no se encuentra por ningún lado aquí, una iglesia octogonal que funciona como réplica de la iglesia que está en Aquisgrán, en Alemania, donde estuvo Carlos IV para recibir su coronación imperial. Y esa iglesia de Carlos es pues más pequeña que la de Aquisgrán, y además tiene cosas extraordinarias como la Santa Escalinata y la Capilla del Pesebre. Hay muchos sitios así en Praga, siempre digo que si esta iglesia estuviera en cualquier otra ciudad, sería una atracción de primera clase, y aquí casi nadie la conoce, ni siquiera los praguenses”.
Un milagro cada día
Como si se tratara de una Praga en miniatura, Černý explica que esta iglesia gótica tiene una decoración barroca, pero también exhibe algunos toques de clasicismo y hasta de Art nouveau. Se trata de una diversidad armónica que, en su opinión, es una de las características que hacen tan particular a la capital checa. También, su condición de ciudad mágica, algo que, según Černý, no se limita al pasado sino que persiste aún en la actualidad.
“Praga tiene muchas leyendas y mitos, pero yo siento que aquí esos milagros siguen sucediendo incluso ahora, porque ese tipo de milagros suelen suceder en algún momento del pasado, pero yo supe de primera fuente, por ejemplo, la historia del llamado Balcón de la pintura de la Virgen María, que está pegado al Puente de Carlos. Por algún motivo, esa pintura apareció flotando en el río Moldava durante las inundaciones de 1784 y el por entonces propietario de esa casa arriesgó su vida para sacarla del agua y ponerla en el balcón donde aún sigue estando”.
Agrega Černý que, en ese mismo balcón, solo había una lámpara porque las dos restantes se habían perdido en 1961, cuando para darle la bienvenida a Nikita Jrushchov, las sacaron para poner banderas rojas. Desde entonces, estaban perdidas sin que nadie se diera cuenta. Černý revela que el actual propietario le contó que uno de sus vecinos conoció, en un mercado de pulgas, a un vendedor que le ofreció su tarjeta personal con una dirección en el pequeño pueblo de Bradlecká Lhota. Aunque pensó que nunca iría, el vecino guardó la tarjeta. Y, dos semanas después, viajando en auto, de repente vio el cartel de Bradlecká Lhota. Llamó al hombre, fue a su casa y una de las primeras cosas que vio fue una lámpara que le llamó la atención. El vendedor le contó que, en 1961, lo mandaron a sacar las lámparas de ese balcón pegado al Puente de Carlos y, cuando el vecino le contó dónde vivía, el hombre se la regaló. La otra lámpara apareció en el ático de la casa por lo que, desde 2017, luego de tanto tiempo, las tres lámparas volvieron a estar juntas. Ese tipo de historias son las que inspiran los libros de Černý sobre la capital checa. El más reciente se llama Misterios ocultos de Praga y le dedica un espacio importante a algunos antiguos árboles de la ciudad.
“Hay, por ejemplo, un árbol grande y terriblemente interesante, un tejo que está en el monasterio franciscano, cerca de la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves. Es un árbol que fue plantado tal vez en 1601 o 1602, porque los franciscanos estuvieron renovando el jardín en esos años y, luego, alrededor de 1611 o 1612, hubo un gran pogromo contra los franciscanos: la logia de Praga invadió el monasterio y mató a 14 personas allí que pronto van a ser beatificadas. Y aquel árbol, que por ese momento tenía unos diez años y era un arbusto pequeño, fue el único testigo de ese horror”.
A pesar de que aún quedan varios meses, el proyecto Miluju Prahu ya tiene listos sus calendarios de 2023 que, con distintos diseños, incluyen desde pinturas antiguas de Praga hasta las fotos más actuales de la capital checa sacadas por colaboradores de todo el mundo. Černý dice que no suele haber diferencias entre las fotos de los extranjeros y las de los praguenses. Y aunque él conoce el centro de Praga como la palma de su mano siempre encuentra en esas fotos algo nuevo, una perspectiva distinta, algún efecto interesante del sol. Lo cierto es que con tantos años de experiencia sí cree saber cuál es la mejor vista de la ciudad.
“Para mí, la mejor vista de Praga es la de la Torre del Puente de la Ciudad Vieja, donde sorprendentemente no va tanta gente, lo cual es extraño, porque diez mil, cien mil turistas pasan por ahí todos los días, y no sé por qué no suben ahí. Yo subo a esa torre tal vez cinco veces al año y siempre me sorprende, me sigue pareciendo increíble, hermoso... Y aunque ya he sacado unas mil veces la misma foto del Castillo, cada vez que subo vuelvo a hacerlo, no puedo evitarlo”.
A pesar de que nació y vivió toda la vida en la capital checa, uno de los grandes talentos de David Černý, ese gran enamorado y divulgador de la ciudad de las cien torres, es mantener intacta su capacidad de asombro, casi como la de cualquier extranjero que llega por primera vez a Praga.