Chequia dice “No” al Euro: porqué y hasta cuándo
El Gobierno entrante se desmarca de promover una integración inmediata en la moneda común europea. Chequia lleva 17 años como uno de los ocho países miembros de la UE que quedan fuera de la zona Euro.
El futuro gobierno checo promete traer vientos de cambio en diversos frentes. No así en política monetaria. Varias voces de la coalición vencedora en las pasadas elecciones ya han anunciado que no entra en sus planes inmediatos promover la integración de Chequia en la eurozona y adoptar la moneda única europea. Este proceso lleva generando un agitado debate en la opinión pública desde que Chequia entrase en la UE en 2004.
Varias razones explican que Chequia no se vea cautivada por la zona monetaria europea. En primer lugar los sucesivos gobiernos al frente del país han mostrado una cierta pasividad a la hora de promover la transición. Esta se acrecentó, de hecho, fruto de las posturas euroescépticas de algunos de sus líderes, como los exprimeros ministros Václav Klaus y Petr Nečas. El ejemplo más reciente lo encontramos en el aún primer ministro, Andrej Babiš. Este ha mostrado una actitud ambigua al respecto. “Yo no quiero el euro (…) ¿Qué naciones han ganado y cuáles no con el euro?” publicaba años atrás en sus redes sociales, para afirmar más adelante que “Chequia está lista para entrar en la eurozona. Pero en esta situación, (…) elegimos esperar”.
También existe un creciente clima social contrario a la integración. Las cifras hablan de que casi el 60% de los checos prefieren continuar operando en coronas. Quizás desde Praga se siga teniendo en mente el caso de Grecia. El país heleno fue sometido a condiciones y exigencias durísimas tanto en su rescate como para poder continuar en la eurozona y puso de manifiesto los riesgos del euro. Los euroescépticos defienden las ventajas de la divisa propia por su libertad y dinamismo, ya que esta les permite devaluarla o revalorizarla según el contexto sin depender de Europa.
Otro punto importante son las estrictas condiciones que exige Europa para dar acceso a este selecto club: inflación, tasas de interés y déficit público controlados, estabilidad de la divisa propia y un banco central totalmente independiente entre otras. Chequia, por ejemplo, aún tendría cuentas pendientes a este respecto.
Quizás fue el primer ministro Babiš quién dio con la clave de todo este asunto al afirmar que la UE enfrentaba desafíos que podrían poner en peligro su estabilidad. “Las tensiones entre los prósperos miembros del norte y los del sur fueron claramente visibles durante las negociaciones del paquete de recuperación. Y aunque los 19 estados de la eurozona tienen una moneda común, aún tienen diferentes enfoques económicos y diferentes estrategias presupuestarias” afirmó en 2020.
Resulta difícil pronosticar la fecha de la integración. Lo único cierto es que, frente a Chequia, otros países se han mostrado mucho más precoces en este proceso. Eslovaquia tan solo tardó 5 años. A la Unión Europea accedió de la mano de Chequia en 2004 y para 2009 ya operaba en euros. Eslovenia tardó menos, 3 años, Estonia 7, Letonia 10 y Lituania, la última en incorporarse, 11.
En definitiva, tanto la clase política como el pueblo checo parecen mirar aún con fuerte recelo la posibilidad de la integración. Esta realidad también se extiende a otros países del entorno como Polonia o Hungría para los que aún se percibe la sensación de que adoptar el euro es un asunto más político que económico y que haría a los estados perder independencia y soberanía para entregarla a Bruselas o Berlín.