Antonín Dvořák entre amigos y personas cercanas

Antonín Dvořák

La singularidad de Antonín Dvořák como compositor la demuestra su obra. Su magnitud como personaje la ponen en evidencia sus amigos. 

Antonín Dvořák conquistó el mundo en el año 1878 cuando el compositor berlinés Fritz Simrock publicó sus Duetos moravos gracias a la recomendación de Johannes Brahms. Tras conseguir éxito con esta obra, pronto siguieron las primeras de sus Danzas eslavas. El compositor alemán Brahms, con domicilio en Viena, entabló una estrecha amistad con el checo.

Antonín Dvořák | Foto: Atelier Jan Langhans

A Dvořák lo ayudó no solo promocionándolo al hablar con Simrock. En Viena impuso, además, que el compositor recibiera una beca estatal anual para artistas jóvenes talentosos. Brahms pasó a ser para Dvořák un mentor ejemplar y consejero, un hombre vinculado a él tanto por la amistad como por el reconocimiento y el respeto. Estas sensaciones habían sido mutuas, según lo confirmó Brahms: “Me gustaría si se me ocurriera como una idea principal lo que a Dvořák se le ocurre sin darse cuenta”.

A Dvořák le abundaban las ideas musicales. “Tengo ahora en la cabeza sólo grandes ideas”, escribió en el año 1889 al compositor Simrock. Entonces ya tenía en la cabeza su Sinfonía número 8. Josef Suk, su yerno, lo seguía de cerca: “¡Su incesable inquietud artística! Veo la mano del maestro que sin cesar, a veces incluso durante una pausa al hablar, toca el abrigo como si fuera un piano. Parecía como si pensara sólo por medio de la música”.

Su hijo Otakar conmemoraba cómo componía la ópera Rusalka. “Sobre la finalización de la ópera nos enteramos un día durante el almuerzo. Nos sentamos a la mesa y tras una pausa silenciosa, papá de repente soltó: ʽPues, ya ha muertoʼ. Todos nos asustamos y preguntábamos a gritos quién había muerto ʽPues el príncipeʼ, contestó papá. ʽElla le dio un beso y el pobrecito por eso tuvo que morirʼ, nos explicó”.

Existe un montón de recuerdos de renombrados personajes que describen el carácter de Dvořák. Cuando el escritor Vrchlický decía que el compositor era como un niño de edad adulta, quería decir que además de su énfasis artística tenía un carácter espontáneo e ingenuo.

Fritz Simrock  (1871) | Foto: Brahms institut

Pero hubo excepciones en las que Dvořák tuvo que seguir estrictamente el protócolo. Cuando, después de Alemania, cosechó ovaciones también en Inglaterra, Dvořák componía piezas para el público local y muchas veces viajaba a presentarlas en persona.

En Londres acudieron a uno de los conciertos también miembros de la familia real. A Dvořák lo invitaron con su esposa durante una pausa al palco real y tras las ceremonias necesarias uno de los dignatarios le preguntó a su mujer a solas qué es lo que le gustaba al compositor, que quería saberlo la reina Victoria. La mujer contestó que le encantaba la cría de palomas. Tras regresar de Londres a casa recibieron un envío real que incluía seis parejas de palomas. Dvořák se alegró mucho y le dijo a su mujer: “Menos mal que no le dijiste que me gustaban las locomotoras”.

Compositor capaz de abrir el cielo

Mucho se escribió sobre cómo Dvořák descansaba y componía Rusalka en su mansión predilecta en Vysoká, cerca de la ciudad de Příbram, en Bohemia Central. Pero Dvořák pasó la parte más importante de su vida en la Ciudad Nueva de Praga. Allí lo visitó un sinnúmero de personajes renombrados.

Palacete de Vysoká | Foto: Radio Prague International

Entre los más importantes figuraban Johannes Brahms, Leoš Janáček y Piotr Ilich Chaikovski. Incluso se conservó una nota en el diario del compositor ruso sobre una de las visitas en la casa de Dvořák que data de febrero de 1888: “El almuerzo en la casa de Dvořák. Su esposa es una mujer sincera y simpática que cuida perfectamente del hogar“.

Leoš Janáček incluso vivió durante cierto tiempo en la casa de Dvořák en verano de 1883, cuando el matrimonio estaba de vacaciones en Vysoká y le prestaron su hogar. Un invitado común en su casa fue el editor musical Fritz Simrock, que publicó la mayor parte de la obra de Dvořák. A su casa lo iba a ver también una de las mujeres más cultas de la Praga de entonces, la libretista Marie Červinková Riegrová, que escribió el libreto para su ópera El Jacobino, entre otros. En su diario apuntó las siguientes palabras: “A mí me gusta Dvořák. Es muy bondadoso y natural. No es presumido, la fama mundial no se le subió a la cabeza, permaneció tan natural como era antes“.

Eva Urbanová | Foto: Šárka Ševčíková,  Český rozhlas

Su casa la visitaba también el poeta Julius Zeyer y vivía ahí también el escultor Josef Mařatka, que más tarde creó el busto del Dvořák situado en el vestíbulo del Teatro Nacional. El compositor se reunía también con el arquitecto Josef Hlávka, que lo tenía claro: “Para mí lo que dice Dvořák es sagrado“, afirmaba. Uno de los alumnos de Dvořák, Vítězslav Novák, lo resumió: “Él adoraba a Beethoven, admiraba a Wagner, Berlioz y Brahms, amaba a Schubert. El maestro conocía todo lo hermoso y original que había sido creado en la música”.

Su casa la visitaría ahora seguramente también la diva Eva Urbanová que dijo: “Dvořák es mi autor favorito. Fue un compositor capaz de abrir el cielo“.

Autor: Roman Casado
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