Una defensa a la libertad del arte contra los excesos de la corrección política
La escritora y crítica argentina Elsa Drucaroff fue una de las invitadas internacionales de la Feria del Libro de Praga. En esta entrevista, revela la truculenta historia que la une a Karlovy Vary y su convicción de que la literatura no debería ceder a ninguna bajada de línea.
La escritora argentina Elsa Drucaroff, una de las visitas internacionales a la Feria del Libro de Praga, es reconocida por leer, en modo sistemático, la literatura escrita por las generaciones más jóvenes de su país. El resultado de ese trabajo lo plasmó en el libro Los prisioneros de la torre que publicó hace exactamente diez años. Pero gracias a su propia novela El infierno prometido, sobre la red de trata de personas Zwi Migdal, pudo viajar en 2007 a Polonia, donde participó del Festival de Cultura Judía de Cracovia. Del mismo modo, su contacto con República Checa surgiría a partir de un proyecto de novela de terror sobre Julia Pastrana, una mujer barbuda del siglo XIX que se convirtió en atracción de feria al ser explotada por su marido, el empresario estadounidense Theodore Lent, quien además tuvo directa responsabilidad en su muerte y hasta realizó un show exhibiendo su cadáver.
“La cosa es que el marido de Julia Pastrana, su explotador, cuando se queda sin ella, termina comprando otra mujer deforme, peluda, una Julia Pastrana dos, digamos, en Karlovy Vary, entonces yo tenía la obsesión como quería escribir esa novela, proyecto al que todavía no renuncié, de ir a Karlovy Vary. En realidad, quería pasar por todos los lugares por los que esta segunda Pastrana había pasado que no eran Cracovia sino Praga y Karlovy Vary, y así fue que me vine a Praga”.
Cuenta Drucaroff que los padres de Marie Bartel, esa segunda mujer cuyo síndrome se consideraba algo monstruoso, la tenían encerrada y el viudo de Julia Pastrana decidió comprarla. Lo interesante es que, a diferencia de lo que había sucedido antes, esta segunda mujer logró rebelarse y sobrevivir a ese inescrupuloso empresario que terminó volviéndose loco y muriendo en Rusia. Pero la historia, según cuenta Drucaroff, también tiene como escenario la gran ciudad balnearia checa.
“Es interesantísimo el asunto porque Karlovy Vary era un centro de veraneo y relax de la nobleza europea y de gente de muchísimo dinero y de la aristocracia, y era un lugar donde ser un deforme no era lo mejor que te podía pasar”.
Motivada entonces por ese clima tan enrarecido y truculento, tras visitar Cracovia, Drucaroff pudo avanzar en su investigación en Karlovy Vary, aunque por supuesto también estuvo algunos días en Praga, lo cual significó para ella una especie de viaje en el tiempo.
“Tuve la sensación de estar en los libros de cuentos que yo leía cuando era niña, esos cuentos medievales del zapatero que se queda dormido y vienen los duendes y le hacen los zapatos mientras él duerme, había ilustraciones de callecitas así, con casitas así, tuve la sensación de estar adentro de un cuento de hadas”.
Sin embargo, el de los cuentos infantiles no era el único recuerdo de niña que la unía a Praga, ya que también había visto el tradicional teatro negro en una de sus giras por Argentina. Más adelante, una película de 1963 vinculada también a esa misma estética, y filmada en la ciudad de Telč, marcaría su adolescencia: Un día, un gato (Až přijde kocour) de Vojtěch Jasný, sobre un gato con lentes que, cuando se los saca y mira a las personas, desnuda su esencia a partir de los colores que aparecen. Ese film, que cuenta con la actuación estelar de Jan Werich y ella considera absolutamente mágico, comienza con la imagen de un hombre barbudo en medio de un gran reloj.
“Un hombre grande que, con mucha picardía, dice: ‘¿sucedió o no sucedió?’ Y empieza la historia, y es la historia de un gato mágico, en realidad es una alegoría contra la burocracia soviética, una alegoría contra la mediocridad de la vida y del estado totalitario”.
Drucaroff regresó a Chequia en 2010 como turista, y otra vez visitó Karlovy Vary, una ciudad en su opinión muy romántica e ideal para hacer excursiones. Más de diez años después vino a Praga para dar una charla junto a la hispanista Carla Mizzau titulada “La irresistible tentación de la censura”, sobre los intentos cada vez más frecuentes por restringir la libertad literaria. Drucaroff expresa que fue muy interesante abordar ese tema en el contexto de la guerra, aunque entiende que algunas de esas censuras sucedieron en Europa, justamente a raíz de la invasión a Ucrania, contra clásicos rusos como Dostoievski. También cuenta que hasta hubo intentos de prohibir Harry Potter por la angustia que puede generar en los niños y luego están las censuras de lo que ella llama un “realismo feminista”, aunque enseguida deja en claro que ella misma se considera feminista.
“No estoy hablando desde una crítica al feminismo, pero sí estoy hablando desde una crítica a perder de vista la libertad de imaginar del arte y a juzgar a las obras de arte por su mensaje explícito cuando una obra de arte siempre es mucho más que su mensaje explícito”.
Drucaroff entiende que no se puede juzgar un libro por lo que piensan sus personajes ni tampoco imponer lo que deben decir, ya que eso atenta contra una de las características más básicas del arte: su naturaleza desestabilizadora contra cualquier tipo de certeza religiosa, política o de género. La tentación tan actual de cancelar obras de arte proviene, según Drucaroff, de que existen relaciones muy contradictorias entre el arte y la sociedad.
“Ahora parece que cualquier tipo de obra de arte donde haya cosificación de las mujeres, violencia o abusos sexuales... se identifica inmediatamente a la obra con una especie de manual de instrucciones para la vida, o imaginate si empezamos a prohibir obras antisemitas, prohibimos El mercader de Venecia que es antisemita, pero es una obra genial. Además, cuando una obra es genial de alguna manera hasta cuestiona incluso lo que está diciendo”.
Autora de ensayos, novelas y cuentos (su libro de relatos Checkpoint fue publicado por la editorial Páginas de Espuma), Elsa Drucaroff advierte, en definitiva, contra el exceso de corrección política que, en su opinión, surge del miedo a sacudir certezas, cuando, en realidad, esa misma agitación que posibilita la coartada de la ficción implica nada menos que la posiblidad de pensar.
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