Ondřej Kobza, el bohemio que reinventó Praga
Estudiante de teología y amante del mundo antiguo, Ondřej Kobza es todo un personaje de la capital checa. Bohemio, dandi y activista artístico, pobló las calles praguenses de pianos, tableros de ajedrez y unos curiosos dispositivos poéticos al mismo tiempo que volvió a abrir al público la terraza de la famosa galería Lucerna.
Un piano a disposición del público en las estaciones de trenes, juegos de ajedrez en la calle o una cerveza en la terraza de Lucerna para disfrutar del atardecer de Praga. Cualquiera de los miles de visitantes de la capital checa seguramente se haya cruzado con algunas de las intervenciones urbanas de Ondřej Kobza, un activista cultural que, con sus ideas a contracorriente, busca integrar a los habitantes de Praga. Y si bien con el tiempo se fue convirtiendo en una especie de ‘influencer urbano’ en el corazón de una de las sociedades más ateas del mundo, este dandi bohemio empezó a estudiar teología por influencia de su abuela católica.
“Aparte de lo que heredé de mi abuela, también me gusta percibir el aliento de otro siglo, como lo que nos llega a través del canto gregoriano, las catedrales, el incienso y los textos antiguos. Es una pasión personal y a todos nos gusta algo diferente, a mí me gusta el mundo antiguo y hasta la ortodoxia y sus íconos, como los de Andréi Rubliov en la película de Tarkovsky, de algún modo disfruto de esas cosas”
“Yo no necesito definirme como artista pero sí intento que las personas logren experimentar algún tipo de éxtasis, aunque sea durante cinco, diez segundos o un minuto”.
Ondřej Kobza
Kobza alterna su domicilio entre el último piso de la galería Lucerna y el castillo de Pirkenštejn que, desde 2015, le alquila a la iglesia católica. Cuenta que uno de sus propósitos es encontrar algo de magia en las situaciones más cotidianas y, en sintonía con el concepto de ‘aura’ del filósofo alemán Walter Benjamin, intenta teñir con encanto antiguo la vida actual. No reclama ni reniega de que se lo llame artista aunque sí aclara que no haberse formado en esa disciplina le ofrece tanto ventajas como desventajas.
“Eso puede llegar a molestar porque a veces la gente está acostumbrada al hecho de que si alguien está en un campo, debe estudiar y dedicarse solo a eso, como si solo se pudiera ser artista o actor y molesta que alguien ajeno intente ingresar a ese campo. Aquí en la República Checa está Kateřina Šedá, que sí estudió y hace cosas similares. Yo no necesito definirme como artista pero sí intento que las personas logren experimentar algún tipo de éxtasis, aunque sea durante cinco, diez segundos o un minuto... y quizás eso es algo que los artistas y yo tenemos en común”.
De todos los proyectos urbanos de Kobza, tal vez el que más se acerque a esa búsqueda que él mismo describe sea el ‘Poesiomat’, un curioso artefacto con forma cilíndrica distribuido en varios puntos de la ciudad que, con solo hacer girar su manija, ofrece varios poemas leídos por alguna personalidad destacada de la cultura checa. En la actualidad, la ciudad de Praga cuenta con cinco ‘Poesiomat’, uno de los cuales puede encontrarse en el cementerio Malvazinky, donde está enterrado Karel Gott.
“Ese invento se me ocurrió luego de instalar los pianos, al plantearme qué más podría poner en el espacio público, qué otra cosa podría hacer interactuar a la gente, así que pensé esa idea y estuvimos mucho tiempo desarrollándolo técnicamente porque debía ser duradero. Se trata de un tubo que parece el periscopio de un submarino, por lo que incluso su forma estimula la imaginación: ¿es un submarino? ¿Tiene algo de Julio Verne? ¿Es una especie de OVNI? Es un tubo parlante que también atrae a los niños. Giras la manija y generas la electricidad necesaria para escuchar hasta veinte textos, funciona como una rockola vinculada a los sonidos de cada lugar”.
“El ‘Poesiomat’ funciona como una rockola vinculada a los sonidos de cada lugar”.
Ondřej Kobza
La idea, por lo tanto, es que los textos remitan temáticamente a cada sitio y, a la vez, potencien la percepción del usuario en ese instante. El por ahora último ‘Poesiomat’ se instaló en el parque Folimanka, cerca de Vyšehrad, y explica Kobza que él también lo piensa como una estatua que, en lugar de ser de bronce o piedra, está compuesta de sonidos. Agrega que el dispositivo remite un poco a la idea de inconsciente colectivo con esa tubería que parece ir desde abajo hacia arriba, como si el subconsciente de cada sitio en particular emergiera para hablarle al oído al oyente. Por supuesto, esta idea puntual está especialmente dirigida al público local, aunque Kobza no excluye a nadie porque es conciente de que a Praga la hacen también los residentes extranjeros e incluso los turistas ocasionales.
“Creo que es así porque tenemos, por ejemplo, un piano en la terminal del aeropuerto, en la Estación Central y en la Estación Masaryk. Son centros neurálgicos donde va mucha gente, también tenemos varios tableros de ajedrez alrededor de la ciudad y, por supuesto, los ‘Poesiomat’... Creo que la visibilidad de estos proyectos es grande y espero que aún siga creciendo”.
Kobza es consciente de que, debido al clima, la utilización del espacio público en Praga es más limitada que en sitios como Bangkok, que se destaca por sus ferias de comida callejera, Barcelona o Madrid con sus bares de tapas y, por supuesto, las ciudades italianas que cuentan con una infinidad de sitios para tomar café al aire libre. En ese sentido, advierte que no sería adecuado para Praga competir con ciudades que tienen mar y mucho sol, sino aceptar que se trata de un escenario muy singular que cuenta con otros atractivos y el plus de su notable belleza. De todos modos, Kobza reconoce que él siente especial atracción por otra célebre ciudad ubicada en Oriente Medio.
“Me gusta la energía de Jerusalén, con el mercado árabe que huele a especias y los niños pequeños correteando a los gritos o jugando al fútbol... Incluso los turistas también se dirigen a esos sitios. Me gusta la organicidad, el caos, ese tipo de espacio público que parece no haber cambiado en cinco mil años, desde que Jesús anduvo por allí, como si en aquel entonces los mismos niños pequeños ya corrieran por Jerusalén, que a su vez está a salvo de ser un museo al aire libre como sí puede ser Venecia...”.
Más allá de que las ideas de Kobza suelen tener muy buena aceptación por parte de la mayoría de los praguenses, como cualquier personalidad pública no está exento de algunas críticas, como las que recibió, por ejemplo, luego de organizar una recordada cena en pleno Puente de Carlos durante una de las pocas treguas que permitió la pandemia del Covid.
“La verdad que fue un hermoso evento que se hizo por muchas razones, y surgió por el hecho de que casi no había turistas y, como es un sitio en el que suele haber muchísima gente, se trataba de una oportunidad única que no volverá a ocurrir. Por otro lado, estaba lo simbólico de que la gente pudiera encontrarse allí y así lo describimos, y, a la vez, tenía que ver con esa instancia del coronavirus: uno sabía en ese momento que la pandemia de algún modo continuaría, pero en ese momento se podía hacer y, por supuesto, todo se puede malinterpretar en los medios”.
En concreto, dice Kobza que se trató de una reunión inédita con múltiples objetivos y no, como le recriminaron después, una mera celebración apresurada del fin de la pandemia. De todas formas, asegura que ese tipo de malentendidos son un poco inevitables y siempre que se siente algo estresado puede relajarse dando un paseo por Petřín, donde, aun sin pianos ni rockolas poéticas, sigue encontrando, en su opinión, uno de los sitios más hermosos, inspiradores y tranquilos de Praga.