Una epidemia de tifus complicó en Terezín el fin de la guerra
Una epidemia mortal y una cuarentena estricta marcaron el fin de la Segunda Guerra Mundial en el antiguo gueto de Terezín donde se hallaban los judíos supervivientes del Holocausto.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis convirtieron la antigua fortaleza de Terezín en un gueto donde concentraban a miles de judíos para transportarlos posteriormente a los campos de exterminio. Hasta el final de la guerra, más de 150 000 judíos sufrieron bajo las duras condiciones de Terezín y más de 35 000 de ellos no llegaron a sobrevivirlas. Muchos prisioneros fueron víctimas de la llamada “solución final” de los nazis.
El 8 de mayo de 1945, Terezín fue liberado del control alemán, pero la muerte permanecía entre sus paredes. Muchas personas fallecieron a causa de la epidemia del tifus exantemático, una grave enfermedad infecciosa que se transmite por medio de los piojos. El vicedirector del Monumento de Terezín, Vojtěch Blodig, explicó a Radio Praga Internacional las causas de la aparición de esta infección mortal.“Desde el 20 de abril de 1945 llegaban a los centros represivos de Terezín y de sus alrededores los llamados transportes de evacuación con los prisioneros que se hallaban antes en los campos de concentración. No obstante, estos campos fueron evacuados cuando se acercaban los soldados de los diferentes Frentes. A Terezín llegaban también las personas de las llamadas marchas de la muerte. Los prisioneros se encontraban en un estado horrible. Algunos trenes llevaban semanas en camino y las personas viajaron en vagones abiertos y sin ningún tipo de condiciones de higiene. Muchas personas fallecieron durante el viaje en los vagones y a Terezín llegaron muchos cuerpos sin vida y personas en agonía”.
Vojtěch Blodig: "Hasta el último momento, los nazis querían tener todo bajo control y borrar las huellas de sus crímenes".
Estas terribles condiciones provocaron el brote de varias enfermedades infecciosas, como el tifus abdominal, la disentería o el tifus exantemático que fue el más peligroso y se empezó a extender inmediatamente entre los prisioneros de Terezín. Los últimos días de la guerra y los primeros tras la liberación fallecían en Terezín más personas que durante las semanas anteriores. A pesar de muchas advertencias que recibía de los epidemiólogos, el jefe de la prisión nazi, Heinrich Jöckel, se negó a solucionar estos problemas, aislar a los enfermos y permitir la entrada de más personal sanitario hasta los últimos días de la guerra, apunta Blodig.
“Hasta el último momento, los nazis querían tener todo bajo control y borrar las huellas de sus crímenes. El epidemiólogo checo Karel Raška llegó a la Fortaleza Pequeña de Terezín hasta el 4 de mayo. El día siguiente se marcharon todos los nazis, incluido el asesino y sadista Jöckel. Desde entonces el equipo sanitario y los voluntarios de la iniciativa llamada Acción Auxiliar Checa pudieron desarrollar su actividad enteramente y seguir ayudando durante muchas semanas más después del fin de la guerra”.
“Estábamos bien desinfectados"
Entre el personal sanitario estaba también Marie Bernáthová. Así recordó en 2015 para Radio Praga Internacional su misión voluntaria.“Mi trabajo era cuidar de ellos, cambiarles la ropa y lavarlos. Las condiciones eran muy limitadas. No había escupideras, así que se utilizaban vasos de compotas, no teníamos trapos para limpiar, fue una situación desesperada”. Marie Bernáthová recordó cómo se protegían ante una epidemia altamente contagiosa.
“Nos dieron dos sacos de aproximadamente dos kilogramos de polvo blanco, pero sin ninguna etiqueta. Nos dijeron que en un saco había DDT para desinfectar y en el otro había polvo de jabón para lavarnos. Como los sacos no estaban etiquetados, agarré el otro para lavarme y me enojaba porque no hacía ninguna espuma. Así que estábamos bien desinfectados”.
La sorprendente compasión de los judíos con los alemanes
Tras el fin de la guerra, varios alemanes que habían sido expulsados del territorio checo fueron trasladados forzosamente a Terezín para realizar trabajos de sanación del gueto y de sus vertedores. Marie Bernáthová recuerda que a pesar de todas las injusticias cometidas por los alemanes, la actitud de los pacientes judíos hacia ellos era impresionante.
“En aquel entonces había muy poca comida para todos, pero los pacientes necesitaban comer regularmente. La comida que habían obtenido la compartían con los alemanes que habían sido enviados a Terezín para limpiar. Cuando les preguntamos sorprendidos por qué compartían la comida con ellos, nos contestaban: “Nosotros vivimos el hambre y sabemos cómo es. Si trabajan, que al menos coman”. Pensé que tenían que haber vivido unos momentos horribles si les daban pena hasta los alemanes que les servían en el hospital”.
Una cuarentena y la prohibición del movimiento libre
Después del 10 de mayo llegaron a Terezín los integrantes del servicio sanitario del Ejército Rojo quienes establecieron varios hospitales de campaña y estaciones de higiene. Desde entonces se empezaron a tomar medidas estrictas contra la epidemia, comenta Vojtěch Blodek.“Como la epidemia se extendió tanto, existía el peligro de que los prisioneros liberados pudieran contagiar a los habitantes de Terezín, pero también de sus alrededores e incluso a los de Praga. Por este motivo, se declaró una estricta cuarentena de 15 días. Terezín estuvo cerrado y se prohibió cualquier movimiento. Gracias a estas medidas se logró detectar y parar la epidemia. No obstante, los últimos días de la guerra y las primeras semanas tras la liberación, la gente estaba falleciendo”.
Las víctimas de la primera línea
A las víctimas del Holocausto se sumaron otras más de 1 600 víctimas de la epidemia. Tras el fin de la cuarentena, se inició el proceso de repatriación de los prisioneros a diferentes partes del mundo, ya que en los trenes de evacuación llegaron a Terezín personas de más de 30 nacionalidades. A Terezín fueron enviadas más de 15 500 personas, indica Blodek.
“Fue una gran prueba para el personal sanitario y para el funcionamiento del gueto, porque hasta entonces se encontraban en Terezín 17 000 personas encarceladas. Los números hablan por sí mismos de cómo estaba la situación. Para comparar, antes de la guerra vivían en Terezín 3 500 habitantes, así que a finales de la guerra el número de los prisioneros superó diez veces a la población original. Nos podemos imaginar la superpoblación y lo difícil que era superar la epidemia. Cabe señalar, y hoy cuando luchamos contra una pandemia lo entendemos más que nunca, que las personas en la primera línea pagaron con sus vidas”.Del personal sanitario judío fallecieron 34 personas, otras cuatro víctimas eran de las filas de la Acción Auxiliar Checa. La enfermedad se cobró también las vidas del personal sanitario soviético, pero siendo un asunto militar, los detalles se ocultaban y hasta la actualidad se desconoce el número de fallecidos, señala Vojtěch Blodek.
“Lo considero absurdo porque eran personas que honraríamos. Su esfuerzo desde el punto de vista moral fue único. El proceso de la lucha con la epidemia y la repatriación se prolongó durante mucho tiempo y se acabó con la salida de los enfermos el 21 de agosto de 1945. Se nota que fue un proceso largo y difícil ya que duró aproximadamente desde el 10 de mayo”.
Algunas de las víctimas de la epidemia del tifus exantemático se encuentran enterradas en el Cementerio Nacional en Terezín junto con las víctimas del Holocausto. En total se trata de más de 10 000 personas enterradas. Cada año el tercer domingo de mayo se rinde un homenaje a los que perdieron la vida en Terezín y a otras víctimas de la Segunda Guerra Mundial. A causa de la epidemia del coronavirus, este año por primera vez no se celebrará este homenaje en la fecha habitual. De momento, el evento ha sido trasladado para el mes de octubre de 2020.