“No me hice enfermera para estar cerrando bolsas negras”
Impotencia y la sensación de que no vale para nada su esfuerzo es lo que dice sentir el personal médico que se ocupa de tratar a los pacientes con COVID en esta nueva ola. En algunos hospitales están al borde de su capacidad, y no solo los enfermos, sino también los médicos y enfermeras están pasando por momentos difíciles.
En Vsetín, en Moravia del Sur, el número de pacientes hospitalizados por coronavirus ha alcanzado un nuevo máximo en lo que va de la pandemia. La gran mayoría no está vacunada. El personal en la unidad de anestesiología y resucitación está intentando sobrellevar una carga que afecta cada vez sus capacidades físicas y mentales. La mitad de los pacientes que terminan necesitando ventilación pulmonar no sobreviven.
El jefe de la unidad, Marek Proksa, apunta que todos los fallecidos eran personas relativamente sanas que, de no haberse contagiado, nunca habrían terminado en el hospital.
“No es que hayan muerto con COVID, como algunos dicen. Todas las personas que estaban aquí y murieron, murieron porque se contagiaron de la infección. Eran personas que funcionaban de manera normal aunque tenían alguna enfermedad. Eran perfectamente autosuficientes, capaces de preparar la leña para el invierno, andar en bici, salir de paseo o de compras. Y murieron por causa del COVID y no con COVID. Y no se vacunan”.
En toda el área de anestesiología y resucitación cuentan con solo un paciente vacunado, una mujer que completó el ciclo inicial en verano, pero ya no se aplicó la dosis de refuerzo, que le otorgaría mayor protección. Además, recibió la vacuna de Johnson & Johnson, cuya protección disminuye más rápido, de acuerdo con expertos. También en las habitaciones de cuidados estándar se encuentran ingresadas personas mayores que no acudieron a la dosis de refuerzo.
En la unidad de cuidados intensivos del departamento de medicina interna de Vsetín tratan a diez pacientes, la mitad de ellos necesita un ventilador pulmonar. El ambiente es silencioso, interrumpido solo por el leve zumbido del aire acondicionado y el bip regular de las máquinas.
La enfermera jefe, Zdeňka Gajdošová, describe lo frustrante que considera la situación actual.
“Es muy difícil para las chicas aquí. Cuando leo los comentarios en redes sociales de que hacer esto es nuestra profesión, me enfada. Mi profesión es salvar vidas humanas y la calidad de vida de las personas que salen del hospital, y no lo que estamos viendo ahora. No me hice enfermera para estar cerrando bolsas negras. Es difícil”.
En el momento de la entrevista, Gajdošová se está ocupando de un paciente de cuarenta años que está luchando por su vida, conectado a un ventilador pulmonar.
“La idea de ser joven, tener un buen sistema inmunitario y ser capaz de luchar con la infección, ese es un prejuicio que en este momento ya no vale”.
La experimentada enfermera afirma que en los hospitales siempre han muerto personas, pero que nunca habían sido tantas. Destaca asimismo lo difícil que es para su equipo toparse con la muerte cada día y lo rápido que es el transcurso de la enfermedad una vez que los pacientes llegan a su unidad.
“Las personas están conscientes durante algún tiempo y las enfermeras escuchan sus historias y acompañan a los pacientes durante todo el proceso, pasa una semana desde la admisión hasta la muerte. Comunican con ellos y les dicen “le ayudaremos a respirar, le pondremos un tubo”, pero uno sabe que es el fin”.
No hablar del trabajo o la vacunación para protegerse
Por si la propia carga física no fuera suficiente, en el país se registra un cambio de clima en cuanto a la relación de una parte de la sociedad hacia el personal sanitario. La pandemia tiene la misma fuerza que el año pasado, o incluso mayor, pero cada vez menos personas agradecen el esfuerzo de los médicos, enfermeras y otros trabajadores del sector, más bien todo lo contrario.
Muchos son atacados por defender su profesión o por promover la vacunación. En muchos casos, los profesionales prefieren no mencionar que trabajan en las unidades de COVID, según confirma también Jiří Vyhnal, jefe de la unidad de anestesiología y resucitación de otro hospital del sur de Moravia, el de la ciudad de Kyjov.
“Durante la primera ola nos traían comida, aplaudían desde los balcones y cantaban. Hoy uno tiene miedo de ir a la tienda con mascarilla para que no le peguen. Cuando uno admite que es trabajador sanitario, teme que otros lo linchen por ser el malo que está a favor de la vacunación”.
Además de la adversidad, muchos siguen sin confiar en la información que ofrecen las autoridades y los medios de comunicación, según apunta Ivana, que acaba de reincorporarse tras la baja de maternidad.
“La gente en mi alrededor me pregunta todo el tiempo si es cierto lo que dicen que está sucediendo en el hospital, si de verdad la situación es tan mala. Pero no me creen, simplemente no lo creen. Sé que es una utopía y que no se puede, pero deberían venir a ver lo difícil que es para los jóvenes recuperarse como para respirar sin la ayuda de máquinas”.
Mientras, Chequia reporta un dramático deterioro de la situación epidémica. La semana pasada fueron confirmados más de 128 000 nuevos contagios de coronavirus, unos 21 000 más que la semana anterior. Los hospitalizados son más de 5800, de acuerdo con los últimos datos del Ministerio de Salud, casi 950 están siendo tratados por síntomas graves.
Para hacer frente a la nueva ola de la pandemia, el Gobierno saliente debatirá la opción de imponer la vacunación obligatoria para los mayores de 60 años, al igual que algunas profesiones como los trabajadores en los sectores de salud y servicios sociales, los policías, soldados y bomberos.
No obstante, aunque sea aprobada, puede que la medida no tenga larga duración, dado que el candidato para el puesto de ministro de Salud en el nuevo Gobierno, Vlastimil Válek, se declara partidario de la vacunación voluntaria.