Miró experimentó con el grabado en el taller de Joan Barbarà
"Cada hogar debe tener su obra de arte", decía Joan Miró. Sus palabras han encontrado un ambiente más que propicio en el taller de Joan Barbarà, de Barcelona, que desde hace 50 años acoge a diferentes artistas para que puedan experimentar con una técnica nueva para ellos - el grabado. Obras de los artistas que pasaron por el taller de grabado Joan Barbarà se exponen desde este miércoles en el Instituto Cervantes de Praga.
La exposición presenta treinta obras de treinta artistas diferentes, tanto pintores como escultores que se merecen el título de grabador por la gran cantidad de grabados que realizaron y por su innovadora aportación al mundo del grabado, según nos explicó el comisario de la muestra, Tristán Barbarà. Les une el hecho de haber venido a trabajar en el taller que fundó su padre, Joan Barbarà, que antes que nada también era un artista.
"Él montó el taller para él mismo, pero el azar hizo que sus amigos, jóvenes como él, con veinte años, fuesen allá a hablar del grabado y del arte en su casa, en su taller. De aquí surgieron grabadores que hoy ya son famosos. Hablamos de Tàpies, de Cuixart ... En aquel momento eran jóvenes que tenían puramente ganas de grabar".
Al desarrollo del taller de Joan Barbarà contribuyeron la confianza y el apoyo que le prestaron Pablo Picasso y Joan Miró, a los que conoció durante sus estudios en París. Miró creó en el taller Joan Barbarà, entre otras, la obra que tituló "Gossos" - "Perros".
"Empezó a trabajar con el azúcar. Ese azúcar se tuvo que dejar descansar y reposar en el suelo para que se secase un poco para poder seguir trabajando luego. En esto que vino, lo que a él le encantó, un perro que tenemos en el jardín a lamer el azúcar, porque, claro, el azúcar es muy apetitoso para los animales, ¿no?, y para los humanos también. Y luego también vinieron las hormigas. Pues, fue invadido por la naturaleza. A Miró todo lo que tiene relación con la naturaleza, con los animales, con las plantas, le llena, porque él siempre se consideraba un elemento más de la naturaleza. Nada de una cosa especial, ni un Dios, sino un elemento más de la naturaleza junto con los animales, con los árboles que son de gran sabiduría, con el sol, con el fuego. Esa relación con la naturaleza lo enriquecía. Entonces, este grabado que es un personaje surrealista, muy típico de Miró con sus colores transparentes y tal, se llama ´Perros´, simplemente como homenaje a esos animales que grabaron con él, ya que están sus huellas".
Tristán Barbarà se encargó del taller tras la muerte de Joan Miró, la cual fue muy impactante para la familia y cambió su vida. Joan Barbarà decidió dedicarse exclusivamente a su obra y su hijo se hizo editor para continuar la tradición y para escoger a nuevos artistas, a los de su generación.
"La base era la forma de trabajar en el taller, que es que los artistas no tienen por qué conocer realmente la técnica del grabado, simplemente ser artistas, venir allá y directamente trabajar en la plancha. Detrás estamos los técnicos y los estampadores. Es decir, que ellos se encuentren respaldados por todo un equipo, que está allí para ellos, los artistas. Para ellos es un placer tener todo un equipo a su alrededor y dejar por una vez la soledad de sus talleres. Eso es muy importante. Luego el hecho de que ellos no conozcan de la ´a´ a la ´zeta´ la tradición del grabado, que la redescubran a partir de su obra. Eso les permite hacer la obra libremente y dedicarse más a la creatividad y menos a la técnica. Eso es importantísimo para la creatividad. Por eso este taller fue criticado, porque hacía cosas que no eran aprobadas por los ortodoxos. Pero yo diría, los ortodoxos ya no están, y nosotros continuamos".
La exposición de los 50 años del taller de grabado de Joan Barbarà, que alberga obras, tanto de clásicos como Salvador Dalí, Eduardo Chillida, Joseph Beuys y Victor Vasarely, como de artistas contemporáneos como José Pedro Croft, Susana Solano y Corinne Véret, viaja por todo el mundo. Desde Europa se trasladará a países árabes y luego a América. En el Instituto Cervantes de Praga permanecerá hasta el 20 de enero de 2006.