Los hijos de la Revolución de Terciopelo
En el trigésimo primer aniversario del hecho político que puso fin al comunismo, en Radio Praga Internacional invitamos a dos investigadores checos a expresar sus acuerdos y también diferencias sobre ese 17 de noviembre crucial que modificó su vida aun cuando, por ese entonces, uno de ellos solo tenía cuatro años y el otro ni siquiera había nacido.
Si el año pasado el aniversario redondo dio lugar a una serie de manifestaciones, muestras y festejos por los treinta años de la Revolución de Terciopelo, esta vez el contexto de la pandemia parece motivar, sobre todo, la reflexión. Con ese objetivo, en Radio Praga Internacional hablamos con dos ensayistas checos que nos ofrecen su mirada sobre un hecho tan histórico como vigente.
El evento más importante
Historiador y especialista en los vínculos entre América Latina y Checoslovaquia, Michal Zourek (1985) realizó largas estancias de investigación en Chile, Uruguay y Argentina. Y no tiene dudas de que la Revolución de Terciopelo fue el hecho político más trascendente que vivió su país.
“Bueno, simplemente se trató del cambio de régimen: cayó el régimen comunista y la Revolución de Terciopelo tuvo una influencia decisiva para el desarrollo de la nación, y creo que en mis treinta y cinco años de vida ningún evento tuvo tanta importancia y el ingreso a la OTAN y a la Unión Europea fueron resultado de estos acontecimientos que tuvieron lugar en 1989”.
Desde su lugar de historiador, Zourek manifiesta que existen varios interrogantes sobre el papel que jugó la Unión Soviética en la Revolución de Terciopelo porque, hasta el día de hoy, es muy difícil acceder a los archivos rusos. Una de las sospechas, según postula, es que el proceso democrático quizás se vio favorecido por el hecho de que en Moscú no apoyaron tanto al Partido Comunista checoslovaco. Entre otras razones, por la pertenencia forzada de muchos de sus miembros.
“En los años sesenta la gente en Checoslovaquia tenía esperanzas en el comunismo, sin embargo ya en los ochenta muchas personas entraron al Partido Comunista checoslovaco por razones pragmáticas, ya era muy poca la gente que creía en los ideales, y esa gente después de la caída del régimen se pudo reorientar rápido en el nuevo sistema político y así surgieron nuevas élites económicas y políticas”.
Pero más allá de que los miembros del aparato comunista y los servicios secretos supieron aprovechar el cambio para invertir y volverse ricos, asegura Zourek que la Revolución de Terciopelo trajo muchos más aspectos positivos que negativos. Como, por ejemplo, liberarse de la imposibilidad de viajar que su propia madre padeció durante muchos años al no poder visitar a su hermana que había emigrado a Australia en 1968. Entre los aspectos negativos que legó la Revolución de Terciopelo, Zourek menciona la división de Checoslovaquia aunque también destaca que, al menos, se trató de un proceso totalmente pacífico.
“El surgimiento del nacionalismo eslovaco en aquella época no fue un tema prioritario para los checos: la transformación económica y política, la integración a las estructuras europeas jugó un papel mucho más importante que la cuestión eslovaca, no hubo ningún plebiscito, fue una decisión de las élites y, según varias encuestas, hoy muchos están en contra de la separación que no fue muy bien pensada y creo que afectó la posición de República Checa en el exterior, por ejemplo en América Latina es evidente que Checoslovaquia fue una marca conocida”.
Zourek considera que, luego de la separación, el país fue cediendo ese lugar de influencia para Latinoamérica a otros países como Francia, Alemania o China. Reconoce que investigar los vínculos con esa región lo ayudó a entender algunas cuestiones de estos procesos que a veces no se tienen muy en cuenta desde Europa donde, según dice, a partir de la caída del comunismo quizás mucha gente se mostró muy entusiasta de Estados Unidos. Lo que descubrió Zourek es que, en muchos países de Latinoamérica, la lógica funciona un poco al revés, ya que ahí sufrieron los efectos del sistema capitalista, como si se tratara de otro imperialismo igual de perjudicial aunque de signo opuesto.
En todo caso, Zourek afirma que las grandes deudas luego de la Revolución de Terciopelo son de tipo económico, especialmente en lo que hace a los problemas de vivienda.
“El nivel de vida de la gente incuestionablemente mejoró pero, por otro lado, en el comunismo era más fácil conseguir casa propia, el régimen comunista construyó muchos monoblocks y edificios, y quería eliminar las diferencias de clase. Los precios de las casas han subido dramáticamente y hoy en día para la clase media poder comprar un departamento en Praga es casi inalcanzable”.
Aunque piensa que durante el comunismo era más fácil acceder a una vivienda, Zourek reconoce que el régimen también estatizó muchos inmuebles que eran propiedad de las personas. De hecho, cuenta que sus propios padres fueron obligados a alojar gente en su casa durante el comunismo. Por otro lado, rescata que en la actualidad los sueldos son mejores y hoy es mucho más fácil adquirir cualquier producto vinculado con la tecnología que durante el comunismo.
Pero aun así entiende que, a nivel económico, el gran horizonte que prometía la Revolución de Terciopelo nunca terminó de alcanzarse.
“Creo que hay muchas esperanzas incumplidas en lo económico ante todo: después de la caída del comunismo se hablaba de alcanzar el nivel de Alemania o Austria en veinticinco años pero las diferencias económicas siguen siendo grandes y por eso mucha gente se desilusionó con los sistemas occidentales y la Unión Europea, y muchos checos creen que esta situación conviene a los alemanes que nos mantienen económicamente como su colonia”.
Zourek aclara que expresar esas críticas no significa en lo más mínimo negar las atrocidades del régimen comunista. De hecho, recuerda como si fuera hoy la gran experiencia que significó para él y su familia conocer en 1990 Alemania occidental, un país capitalista hasta ese momento inalcanzable que todos querían visitar aunque hubiera que esperar cuatro horas en la frontera. Zourek describe el enorme asombro que sintieron junto a su familia al ver la enorme oferta de productos en las tiendas y los llamativos colores de la ropa, en una época en que los checos empezaban a viajar con agencias de turismo porque no hablaban idiomas y no sabían cómo manejarse en un país extranjero.
La oportunidad de ser libres
El periodista Matouš Hartman (1992), especialista en temas de Latinoamérica como redactor de CNN Prima News, asegura que la Revolución de Terciopelo significa, sobre todo, libertad. Y si bien ni siquiera había nacido cuando se produjo, Hartman se siente muy conectado con ese acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia de su país. Entre otras cosas porque es uno de los cuatro autores del libro Ese día 17 de noviembre de 1989 (editorial Kalich) que, editado por Aleš Palán, reúne alrededor de doscientos testimonios de personas que participaron de la emblemática manifestación.
“Yo estoy súper orgulloso del libro, no solo por el texto sino porque hay fotos que nunca antes habían sido publicadas, y también sacamos fotos de cosas que las personas nos dieron: uno nos dijo que tenía unos documentos y luego empezamos a preguntar y nos llegaron información sobre abrigos, zapatos y guantes que habían usado ese mismo día y aun guardaban, y sacamos fotos valiosas de esas cosas”.
Entre esos objetos, pudieron tomar imágenes de algunas de las pancartas que se vieron ese día. Pero también de pinturas inspiradas en ese hecho y hasta accedieron a una carta que, por ese entonces, una niña de once años le escribió a su padre expresando lo que había vivido en esa manifestación a la que asistieron juntos. Por supuesto, la experiencia de Hartman como coautor del libro junto a Alžběta Ambrožová, Michal Beck y Anna Palánová le dio una nueva perspectiva respecto a ese hecho histórico que había estudiado en el colegio.
“En las escuelas nos enseñan que la Revolución de Terciopelo fue una revolución estudiantil, y no es verdad. La manifestación fue organizada por varias organizaciones estudiantiles, pero luego llegaron muchas otras personas. Claro, la mayoría eran estudiantes de universidades y escuelas secundarias pero también hubo niños, mujeres embarazadas y obreros”.
Hartman enfatiza que en esa manifestación participaron personas que normalmente no lo hacían porque no era un evento clandestino sino un un acto autorizado por el Estado. De hecho, el objetivo inicial era conmemorar aquel 17 de noviembre de 1939, cuando como resultado de la resistencia estudiantil a las tropas nazis, Hitler ordenó cerrar las universidades del país y nueve líderes de la Unión de estudiantes fueron fusilados.
El cambio surgió luego de que circulara el falso rumor de que la represión policial se había cobrado una muerte. Por lo tanto, concluye Hartman, gracias a lo que hoy llamaríamos una fake news, el país accedió a la libertad. La reacción de los manifestantes se debió a que la policía ya no estaba atacando a disidentes sino a estudiantes y mujeres. De hecho, Hartman recuerda el caso de una embarazada que terminó internada por los golpes de un policía que, después de la revolución, recibió una condena.
“Fue una manifestación que cambió durante el proceso: al principio fue un encuentro de estudiantes para conmemorar el 17/11/1939 pero llegaron personas con pancartas contra el régimen y muchos se unieron durante la marcha. Por ejemplo, recuerdo una mujer que fue a hacer compras por la Avenida Nacional y, al salir de la tienda, vio a un amigo en la marcha y se sumó. Estuvo todo el tiempo con tres botellas de vino que sobrevivieron tanto a la marcha como después a la masacre”.
Por otro lado, como el libro se encargó de recoger testimonios basados en recuerdos, reconoce Hartman que muchas veces existían diferentes versiones de un hecho. Por ejemplo, algunos decían que la idea de hacer sonar las llaves nació ese mismo día y otros aseguran que surgió en manifestaciones posteriores. En todo caso, Hartman está convencido de que gracias a ese día histórico hoy existe la posibilidad de hacer intercambios en universidades extranjeras y opinar libremente sobre el gobierno, algo imposible antes de 1989 más allá de cualquier problema económico que pueda haber.
“Yo creo que el comunismo quizás te daba casas para vivir pero te quitaba las oportunidades, y yo prefiero un alquiler más caro y tener más oportunidades que una casa en las afueras de Praga mal construida”.
Es decir que, aun siendo consciente de que la economía checa se encuentra en una situación no tan fuerte en comparación con países vecinos, Hartman considera que ahora hay muchas más posibilidades de alcanzarlos que antes de 1989.
“Lo que me molesta un poco que a veces se dice que, después de la revolución llegó la libertad pero también los problemas económicos porque el Estado no cuida tanto a sus ciudadanos. Claro, pero eso mismo es la libertad y creo que en República Checa tenemos unas oportunidades muy buenas”.
Matouš Hartman, uno de los hijos de la Revolución de Terciopelo, ofrece una analogía entre la libertad y la adultez: afirma que de niños todos queremos ser adultos pero, al crecer, nos damos cuenta de que la adultez no era lo que habíamos imaginado. Por lo tanto, tenemos que intentar ver la libertad no como una garantía o promesa sino más bien como una oportunidad.