La macabra historia de la guillotina que los nazis trajeron a Praga
El Tribunal Especial durante la ocupación de Checoslovaquia condenaba a morir guillotinados a los miembros de la resistencia, pero como en todo el Protectorado de Bohemia y Moravia no había ninguna, trajeron una desde Alemania. En solo dos años, ejecutaron así a más de mil presos políticos. Ese tétrico espacio de la cárcel de Pankrác de Praga se conserva exactamente igual que cuando lo abandonaron los nazis, a pesar de que intentaron destruir la guillotina en su huida.
Por alguna especie de instinto animal, solo entrar en esa terrible sala oscura cerrada, con las ventanas tapadas, eriza el vello de todo el cuerpo, provoca escalofríos. Uno puede contar de antemano con la conocida estampa de la guillotina, con su gran cuchilla suspendida en alto a la espera de que la dejen caer, el hueco para fijar el cuello del reo… Pero vista de cerca, uno arruga ya toda la cara al ver el cesto metálico preparado para que caiga la cabeza tras ese tajo seco e instantáneo.
“Quienes murieron aquí fueron personas valientes que superaron ese miedo”.
La inclinación del suelo hacia un gran desagüe con una rejilla y las mangueras enrolladas en las paredes, provocan visiones de pesadilla, terroríficas, inimaginables.
No tanta gente lo sabe ni en la propia República Checa a día de hoy, pero en Praga, los nazis ejecutaban con una guillotina a los miembros de la resistencia. Por su trabajo, Aleš Kýr, jefe del Gabinete de Documentación e Historia de los Servicios Penitenciarios de la República Checa, está mucho más acostumbrado a esa habitación terrible, y es capaz de pensar más allá de esa conmoción de quien la visita por primera vez, según contó a Radio Praga Internacional.
“Cuando me encuentro en este lugar, sobre todo, admiro la valentía de aquellas personas que, a pesar de la amenaza de pena de muerte, se enfrentaron al nazismo, ya sea como individuos o como parte de algún grupo de la resistencia. Y no tuvieron miedo a la muerte, aunque fuera una muerte terrible. El miedo a esa venganza de los nazis seguro que desanimó a muchos, pero estas que murieron aquí fueron personas valientes que superaron ese miedo”.
La guillotina es un método, claro está, muy asociado a la Revolución Francesa. Menos conocido es el hecho de que se extendió a otros países. Entre ellos nunca estuvo Checoslovaquia o el Reino de Bohemia durante el Imperio austrohúngaro, pero sí Alemania. Durante el periodo nazi, estas vajaron con ellos a sus territorios ocupados, explica Aleš Kýr.
“La ejecución con la guillotina era un método arraigado en Alemania, que ya lo utilizaba en su territorio antes de la Segunda Guerra Mundial. Durante la existencia del Tercer Reich funcionaban 22 guillotinas, 17 directamente en el territorio del Reich y el resto en países ocupados, ya fuera Polonia, Austria o el Protectorado de Bohemia y Moravia”.
El corredor de la muerte nazi
Tanto era el apego de los nazi a la guillotina, que para uno de sus tribunales no existía otra pena de muerte posible. Y como al principio de la ocupación no había guillotina en el Protectorado, transportaban a los reos al Reich para poder ejecutar la pena, explica el historiador.
“El Tribunal Especial alemán, el Sondergericht, juzgaba los casos, tanto individuales como grupales, de actos de los miembros de la resistencia contra los alemanes o los nazis y dictaba sentencias de muerte únicamente con la guillotina, no contemplaba otra pena de muerte distinta. Por eso, al principio, tras la ocupación de Bohemia y Moravia, los condenados eran llevados a Dresde para cumplir la pena capital. Allí fueron ejecutados unos 500. Ya en 1943 se instaló aquí una guillotina en Praga y esto abarató la operación, no se generaban gastos de escolta a los presos y, además, aceleraba todo el proceso”.
“Al principio, tras la ocupación de Bohemia y Moravia, los condenados eran llevados a Dresde para cumplir la pena capital”.
Fue el 5 de abril de 1943 cuando comenzó a funcionar la guillotina que trasladaron desde Alemania a Praga los nazis. El Museo de la cárcel de Pankrác no solo conserva la propia sala de ejecuciones como en la época de actividad de la guillotina, sino otros espacios adyacentes a esta, también horribles.
La primera, es una sala igualmente oscura y rodeada de gruesas cortinas negras opacas con un estrado no muy alto y una austera mesa en un lado preparado para un tribunal.
A esa sala de actos eran conducidos los reos justo antes de enfrentarse a su ejecución. Aunque ese proceso comenzaba unas horas antes, ese mismo día temprano por la mañana, relata Aleš Kýr.
“En primer lugar, el mismo día de la ejecución, visitaba el pasillo de los sentenciados a muerte un fiscal del Estado alemán, que tenía un intérprete y, según una lista, citaba a la oficina del director a quienes iban a ser ejecutados”.
“En nombre del Führer y del protector del Reich, se le comunica que su petición de clemencia ha sido rechazada y que la condena será ejecutada hoy después de las 15 horas”, era lo que escuchaba el reo en esa comunicación.
“Después de informarles, los esposaban y los llevaban a una de las celdas que estaban justo frente a la entrada de la sala de actos. De estas celdas los sacaban para ser ejecutados pasadas las 15 horas. Sólo los llevaban guardias alemanes, no había guardias checos. En la sala de actos, el fiscal nazi verificaba su identidad en presencia del director de la prisión, de un funcionario del Partido Nazi para tener una supervisión política, un responsable adjunto, y el médico de la prisión, que firmaba los certificados de defunción”.
Tras esa rápida verificación, el preso, esposado con las manos en la espalda, quedaba en manos de los cuatro ayudantes del verdugo, que le daban media vuelta para conducirlo. Entonces se corría la cortina y ahí el reo veía, a solo unos metros, la guillotina en la que iban a acabar sus días apenas unos momentos después. Los cuatro ayudantes lo llevaban sin demora y lo tumbaban boca abajo con una venda en los ojos.
“Todo sucedía muy rápidamente. El verdugo, Alois Weiss, era un verdugo profesional de Múnich. Tenía un asistente alemán y luego, lamentablemente, tres ayudantes checos, que colaboraron de esa forma con el nazismo. Dos de ellos fueron arrestados después de la guerra, condenados por un Tribunal Popular Extraordinario, y ejecutados aquí en Pankrác”.
El ruido de la hoja de la guillotina al caer lo escuchaban aterrorizados muchos presos desde sus celdas. Después, ya con el cuerpo por un lado y la cabeza por otro, pasaban los restos a la tercera sala, en la que aguardaban apilados unos humildes ataúdes de madera. Todo el proceso duraba entre uno y dos minutos. La hoja de la guillotina se se limpiaba de un manguerazo y volvía a su lugar para que pasara el siguiente. En un día normal podía ejecutarse a cinco o seis personas. Sin embargo, el 4 de agosto de 1944, el verdugo Weiss anotó en el libro de ejecuciones 29 entradas, como siempre, todas con el minuto exacto y la identidad del finado.
En esa sala de ataúdes adjunta, se dejaban un rato en el suelo los cuerpos para que escurriera la sangre. Una de las más macabras visiones de la visita, son los canalillos que se hicieron en la piedra del suelo y que convergen en el desagüe.
La heroicidad discreta de František Suchý y su hijo
Por mucho que se dejaran escurrir esos pobres cuerpos descabezados, el antiguo director del crematorio de Strašnice, František Suchý, recordaba que sabían cuando el camión que llegaba era el de los ejecutados en la guillotina de Pankrác, porque la sangre seguía chorreando de los ataúdes cerrados.
František Suchý es muy recordado por habérselas ingeniado para conservar todas las cenizas de aquellos luchadores antifascistas que llegaban sin cabeza y sin identificación. Mientras las órdenes que tenía de los supervisores de la Gestapo eran que hiciera desaparecer las cenizas para que no se supiera nunca qué había pasado con ellos, jugándose la vida junto a su hijo, llamado también František Suchý, estuvieron acumulándolas en un determinado lugar pensando precisamente en que los familiares querrían qué había sido de su ser querido y dónde reposan sus restos.
Gracias a ello, hoy se puede visitar en un lugar destacado del cementerio de Strašnice un monumento a la memoria de aquellos que dieron su vida luchando contra la barbarie nazi bajo el que se encuentran todas esas cenizas, además de las urnas individuales de otros caídos en el campo de concentración de Hradištko, a unos kilómetros de Praga, tras ser fusilados. En total, más de dos mil miembros de la resistencia contra los nazis se encuentran en ese lugar de homenaje gracias al heroísmo de František Suchý y su hijo.
En total fueron 1075 las personas decapitadas por la guillotina de Pankrác, de las que 155 eran mujeres. Pero no todos eran el típico miembro de la resistencia que podemos imaginar arma en mano o preparando sabotajes, explica Aleš Kýr.
“Por un lado, estaban los opositores al nazismo, para que definamos lo que eran los presos políticos. Pero por otro, también había condenas por otros delitos considerados económicos, que estaban relacionados con la producción y distribución de alimentos. Durante la guerra había hambre, por lo que se traían clandestinamente alimentos desde fuera de la ciudad. Hubo castigos muy duros por eso, y cuando se trataba de grandes cantidades de alimentos, terminaron en la guillotina. Por supuesto, no se trataba de crímenes estrictamente políticos, pero había hambre, y de estos alimentos traídos así también se abastecían las familias de los opositores al nazismo arrestados. Por eso también a ellos los consideramos víctimas”.
“Ejecutaban por esconder armas, por escuchar una radio extranjera, esconder a personas de origen judío o buscadas por la Gestapo o por delitos económicos”.
No se considera víctimas del nazismo a los criminales condenados por otros delitos, aunque también terminaran en la misma sala de ejecuciones, seguramente en la horca, dice el doctor Kýr.
“Por supuesto, aquí también se ejecutó a criminales por algún tipo de violencia sin motivación política, a quienes no tenemos en la lista de víctimas, pero sí que hemos documentado a fondo. De igual manera, entre las víctimas, sabemos por qué fue condenada y ejecutada cada una de ellas, por ejemplo, si fue por esconder armas, por escuchar una radio extranjera, esconder a personas de origen judío o buscadas por la Gestapo, y los que fueron ejecutados por los delitos económicos que decíamos”.
La guillotina y el Puente de Carlos
Claro está que había otras formas distintas de ejecución a la guillotina para la justicia nazi en el Protectorado, especifica el responsable del archivo e historiador de los Servicios Penitenciarios checos.
“Durante el Protectorado de Bohemia y Moravia, las ejecuciones se llevaron a cabo de tres formas. Durante el conocido como período de la ley marcial, a finales de 1941, cuando llegó Reinhard Heydrich a gobernar el Protectorado, y luego en 1942, tras el exitoso atentado contra Heydrich, en el marco de las persecuciones desatadas por el secretario de Estado nazi Karl Hermann Frank, se llevaban a cabo las ejecuciones por fusilamiento. La sentencia la establecía el Consejo de Guerra alemán, el Standgericht, y se ejecutaba en el cuartel de Ruzyně o en el campo de tiro de Kobylisy”.
La tercera forma de ejecución era la horca. En la propia sala de ejecuciones de la guillotina en Pankrác, también se llevaba a cabo esa modalidad, de la que no existe una documentación tan detallada. De hecho, no se sabe ni cuántas personas corrieron tal suerte. Se sabe que incluso, hacia finales de la guerra y con el avance de las tropas aliadas, se desviaron transportes de judíos hacia Praga para que se realizara con la horca en el mismo siniestro lugar de Pankrác parte de la solución final nazi, cuando ya sabían que perdían la guerra y se les acababa el tiempo para cumplir su vergonzoso objetivo.
Justo en ese periodo, los alemanes empezaron también a planificar el futuro como derrotados y criminales de guerra, por lo que empezó la destrucción de pruebas. Una de ellas fue la propia guillotina de Pankrác poco después de la última ejecución el 26 de abril de 1945.
“En ese mes de abril de 1945, los nazis comenzaron a borrar sus huellas, es decir, liquidaron documentos. Con una gran probabilidad quemaron los archivos en la sala de calderas de la prisión de Pankrác. Y luego, por supuesto, también sacaron de la sala la guillotina. Esto sucedió la noche del 29 al 30 de abril de 1945, cuando la desmantelaron y la llevaron al Puente de Carlos y la tiraron al río en algún punto cerca del cuarto pilar, tanto las partes pequeñas como las grandes se fueron al fondo del Moldava. Esto no lo sabía nadie, pero después del éxito del Levantamiento de Praga, cuando fueron arrestados los guardias alemanes de Pankrác, una de las guardias lo reveló. Se organizó una búsqueda y un buzo, junto con policías y bomberos, sacaron las piezas, que fueron transportadas a Pankrác y la guillotina fue nuevamente ensamblada”.
Se montó la guillotina de Praga, pero ya no con la intención de que volviera a servir como un instrumento de muerte, sino de recuerdo y advertencia de los horrores del nazismo, explica el historiador Aleš Kýr.
“Se montó de nuevo para que este lugar de memoria, de homenaje, se complementara con el instrumento de ejecución y acercar de alguna manera la monstruosidad del nazismo alemán a la gente. Este memorial, la parte histórica, se creó con fines educativos sobre el ámbito de la justicia y las prisiones. Doy charlas aquí para los trabajadores de la justicia y los servicios penitenciarios y, por supuesto, esta antigua sala de ejecuciones con guillotina forma parte de ello. Pero no se puede abrir al público como un museo normal, ya que este espacio histórico no se encuentra en un museo normal, sino en una prisión en funcionamiento y la apertura diaria no sería técnicamente manejable. Por eso, el director de la prisión permite al menos dos veces al año visitar este lugar de homenaje. Y si se trata de estudiantes, por ejemplo, se les facilita el acceso durante todo el año. A menudo doy charlas aquí a estudiantes universitarios de pedagogía, psicología, derecho e historia, aquellos con los que, de alguna manera, su formación guarda relación”.
Popel
František Suchý padre e hijo, por su cuenta y, sobre todo, riesgo, también pensaron antes que nadie en la necesidad de la memoria y el homenaje de las víctimas del nazismo. Sobre su actividad, tan temeraria como humanitaria de conservar las cenizas de miles de víctimas del nazismo para que no se esfumaran en el olvido, se estrenará en Praga el próximo 15 de abril el documental Popel, (‘ceniza’ en checo) una coproducción del canal del País Vasco ETB, Televisión Española (TVE), la Televisión Checa (ČT) y el canal franco-alemán Arte. Dirigido por el realizador Oier Plaza, cuenta también la historia de siete luchadores contra el fascismo españoles fusilados en el campo de concentración checo de Hradištko en abril de 1945 y cómo sus familias tardaron casi 80 años en saber el destino que habían corrido y que todo este tiempo habían estado descansado en un lugar de homenaje en Praga gracias a la valentía del director del crematorio de Strašnice y su hijo.
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