La Casa Museo Trude Sojka, un puente entre Chequia y Ecuador
Gabriela Steinitz, artista ecuatoriana de orígenes checo-judíos y codirectora de la Casa Museo Trude Sojka de Quito, pertenece a la tercera generación de sobrevivientes del holocausto. Actualmente de visita en Chequia, compartió su historia familiar con Radio Praga Internacional.
Entre la red de museos de la ciudad de Quito resuena un nombre que, a primera vista, no pertenece al mundo hispanohablante: Trude Sojka. En él se combinan el nombre alemán Gertrud y el apellido checo Sojka, que caracteriza perfectamente a su poseedora, una artista nacida en Berlín en una familia checa de origen judío.
Trude Sojka estudió en la Universidad de las Artes de Berlín y se graduó como escultora. En 1938 se casó y en los años posteriores vivió la persecución nazi, pasando, por ejemplo, por los campos de concentración de Sereď, Auschwitz y Klein-Schönau, donde dio a luz a una niña que murió poco después de la liberación. Trude Sojka perdió en el holocausto a toda su familia menos a su hermano, que se había refugiado en Ecuador, según cuenta la nieta de Trude, Gabriela Steinitz, sentada en el Museo Judío de Praga, a pocos pasos del edificio de la calle Maiselova 8, en el que su abuela creció.
“Trude regresó a Praga para ver si encontraba familia y lo único que pudo encontrar fue una nota de su hermano, que se había refugiado en un país muy lejano totalmente desconocido. En 1946 llegó a mi país, donde nací yo, Ecuador”.
En Ecuador Trude volvió a casarse con otro sobreviviente del holocausto, Hans Steinitz, y tuvo tres hijas. Según cuenta su nieta, consiguió reconstruir su vida y lo que le ayudó a superar los traumas de la guerra fue el arte. Murió con 97 años y nunca regresó a Checoslovaquia.
“Dejó un legado enorme. Dejó más de 400 esculturas y pinturas. Después de que mi abuela murió, mi mamá decidió convertirlo en museo. Está expuesta la obra de Trude Sojka, mostramos también el estudio donde ella trabajó, su jardín, hay un memorial del holocausto en una sala en un sótano que ella y su esposo habían construido para esconderse ahí en el caso de que volviera a haber alguna persecución, antisemitismo, o por las dictaduras que estaban rodeando a toda Latinoamérica”.
Gabriela cuenta que su abuela nunca quiso compartir lo que vivió durante la Segunda Guerra Mundial y expresaba su sufrimiento a través del arte. A veces se le notaba un comportamiento extraordinario y fue la madre, quién se responsabilizó de transmitirle a Gabriela la historia familiar desde pequeña.
“Cuando tenía ocho años, mi mamá me trajo aquí, a Praga, y a Terezín también. Entonces, para mí tuvo un gran impacto saber que era tangible esta historia. Tal vez mi mamá me habló un poquito del holocausto cuando era niña, porque mi abuela tenía ciertas secuelas, por ejemplo, tenía miedo al fuego, y yo no entendía por qué. Entonces, mi mamá me explicaba que ella había sufrido mucho. Y cuando vine a República Checa, ahí se me prendió el foco y entendí un poco más las cosas. Creo que ahí empezó a despertarme la curiosidad”.
Igual que sus antepasados, Gabriela estudió arte en Francia y también en Chequia, concretamente en la ciudad de Brno, con una beca. Todos sus trabajos estudiantiles se vinculaban con el tema del holocausto. En su obra actual trata el tema de las raíces familiares, de sus orígenes.
“Yo diría que mi arte es más bien conceptual, tiene mucho que ver con la historia, con la historia de mi abuela y de su familia. La obra que estoy exponiendo ahora trata sobre mis raíces, mi identidad y mi búsqueda de esas raíces en República Checa. Cuando vine aquí a estudiar, eso me inspiró mucho a sacar obras sobre las raíces literalmente, con tierras de los diferentes lugares. Me gusta mucho trabajar con elementos naturales”.
Los trabajos de Gabriela se exponen junto a las obras de su abuela en la Casa Museo Trude Sojka. Sin embargo, no se trata solo de una galería de arte. De acuerdo con Gabriela, es un centro de educación y, hasta cierto punto, de prevención frente al racismo, el antisemitismo y las distintas formas de discriminación, al que acuden estudiantes y público ecuatorianos para profundizar en la historia europea de la que, según explicó Gabriela, no había suficiente conciencia en Ecuador.
“Tenemos pequeñas salas, una dedicada a los genocidios, a la violencia. Nos interesa mucho enseñar a las personas en Ecuador que nosotros no solamente estamos interesados en recordar el holocausto, sino más allá de eso promover la paz, y esto se hace teniendo conciencia de lo que es la discriminación, las violencias en el mundo”.
Otra dimensión de la Casa Museo Trude Sojka es promover la cultura y la historia checas entre los ciudadanos ecuatorianos y servir como punto de referencia y encuentro para la comunidad checa y checo-judía en Ecuador. Como Gabriela opina, historias como la de su abuela son muy poco conocidas tanto en Ecuador como en Chequia, a pesar de las huellas positivas que los checos dejaron en Ecuador. Su tío abuelo Walter Sojka, por ejemplo, daba clases en la Universidad de Cuenca y estableció una de las primeras fábricas de artesanía ecuatoriana: Akios (Soika escrito al revés).
“También estamos haciendo actividades checas y queremos reactivar un poco la cultura checa, hacer un pequeño club checo. Tenemos, a veces, proyecciones de films, tenemos un Café Praga, tenemos varias actividades para recordar, por ejemplo, la Revolución de Terciopelo, la invasión de los nazis… Programas que tienen mucho que ver con la cultura checa”.
Como Gabriela confesó a Radio Praga Internacional, siente que en el mundo actual perdura mucho odio y xenofobia. Por eso dedica todas sus fuerzas y energía a la Casa Museo Trude Sojka, donde puede educar a las futuras generaciones. Sin embargo, también es muy importante para ella transmitir no solo los acontecimientos malos y tristes, no quiere hablar solo de la muerte, sino también de lo positivo que surgió después. “¿Qué pasó con los sobrevivientes? La mayoría de ellos tuvieron familias, pudieron vivir incluso hasta muy viejos. Nos dejaron un legado. Hay muchos escritores famosos, artistas. Eso también es una manera con la que podemos hacerles un homenaje y darles el valor que se merecen”, concluye.