Gastón Solnicki, el director argentino y la tradición
En su segunda participación en el Festival de Cine de Karlovy Vary, Gastón Solnicki habló de las particularidades de sus películas sin guion y con títulos en idiomas ajenos. De raíces judías y viajero constante, el realizador se incluye, además, en una tradición argentina que consiste en abordar temas universales.
Argentino y de familia judía, terminó de formarse en Nueva York. Y, desde hace algún tiempo, sus películas están teniendo más repercusión en festivales internacionales que en su propio país. De hecho, Gastón Solnicki acaba de presentar en Karlovy Vary su quinto largometraje, una película que apunta a mostrar los ecos del pasado en plena cotidianeidad. Narrada por el destacado escritor mexicano Mario Bellatin, A little love package es también un homenaje, que surgió cuando Viena adoptó, en el año 2019, la ley que prohíbe fumar en bares y restaurantes.
“Sentí que era algo de cierta relevancia, yo que ni siquiera fumo entendí que dentro de la cultura de cafés de Viena y de cierto paradigma de estilo de vida trazaba una línea en un contexto que para mí es notablemente de fin de era, de fin de época y una sensación de ocaso”.
Solnicki recuerda que filmaron la película en el peor momento de la pandemia, con todas las dificultades que implica, aunque a la vez eso les posibilitó trabajar en condiciones extraordinarias con las que no hubieran podido contar de otro modo, como es el hecho de tener a su disposición una Viena casi vacía. Por distintas circunstancias tanto personales como laborales, Solnicki estableció un vínculo muy fuerte con la capital de Austria, y de hecho, esta es la segunda película que le dedica a esa ciudad que, en cierta forma, lo adoptó a la distancia.
“Es cierto que, quizás, porque mi familia viene de estos pagos me resultan tan familiares a la vez que tan lejanos, pero nunca me tomé muy en serio esta idea de lo nacionalista, no es algo que a mí me importe, como cuando se habla de ficción y de documental, no me parecen unidades que tengan ningún tipo de relevancia, en ese sentido me siento como un contrabandista”.
Esa idea de mezclar elementos de ámbitos aparentemente distintos resume muy bien algunas particularidades de su obra: por ejemplo, el hecho de que todas sus películas estén tituladas en idiomas extranjeros y carezcan de un guion previo, lo cual, según cuenta, le cerró algunas puertas de financiación pero, al mismo tiempo, le abrió nuevas posibilidades creativas, como es el caso de este nuevo largometraje.
“Es una película muy espontánea, muy improvisada, no hay un guion, no hay grandes ejes temáticos o estrategias financieras a priori, en ese sentido es una película totalmente improvisada, los diálogos, como en todas mis películas, se terminan de armar en el proceso de edición, tiene que ver con correspondencias, lugares, materiales con los que a mí me interesa trabajar. En ese sentido, mi búsqueda pasa por algo que se parece más a la música en el sentido de la forma de trabajar, no pensando tanto en términos de un desarrollo lineal narrativo sino en términos de lo que es la polifonía en la música”.
Más allá de esas circunstancias, Solnicki considera que sus películas sí tienen una estructura narrativa que muchas veces llega incluso a conmover al espectador. Agrega que no se ve a sí mismo como un director experimental porque prioriza la comunicación, aun cuando no lo haga de un modo tan convencional. En todo caso, le gusta pensar que sus películas son una especie de mezcla entre lo documental y la ficción que, tal como argumentaba Jorge Luis Borges en su famoso texto El escritor argentino y la tradición, no le escapa a los temas universales.
“Él dice que el judaísmo está en el centro de Occidente y a la vez fuera, igual que Argentina, y que esa es una posición muy plástica, muy fértil. Y eso le permitió al judaísmo estar en el centro de los núcleos económicos, culturales y tal y el escritor argentino tiene lo mismo, entonces no necesita escribir sobre la Pampa, el Río de la Plata o la Quebrada, puede escribir como el caso de él, de lo árabe y del infinito, hay como una libertad en eso, yo me siento muy identificado y hago propias estas palabras”.
Aunque no vive concretamente en esa ciudad, Solnicki se siente como en casa en Viena, donde viajó por primera vez de muy niño, a mediados de los años ochenta. Y curiosamente, uno de los recuerdos más grabados que tiene de ese viaje inicial es haber visto el estreno de Amadeus, una película que con el tiempo se fue convirtiendo en una de sus favoritas.
“Soy un gran fanático de Miloš Forman, por cierto, sobre todo de sus primeras películas que me influyeron muchísimo y las siento muy presentes y eso es algo que me gusta. Así como en Italia siento que uno la conoce a través del cine italiano, aquí me pasa algo parecido, vengo a República Checa y uno se reencuentra con las impresiones que ya conoce por su cine, estuve varias veces en Praga y a Karlovy Vary es la segunda vez que vengo, tuve la gran oportunidad de venir como jurado hace tres años”.
Uno de los aspectos que más le interesan del Festival de Karlovy Vary es cierta idea de celebración del verano que se percibe en el ambiente, y también el hecho de que sus aguas termales, que en otros países suelen asociarse al lujo y lo exclusivo, parecen tener que ver con una experiencia más compartida. También destaca que, en su opinión, es un festival que cuida al cine sin por eso perder popularidad ni contacto con lo que hoy les interesa a los espectadores. En ese sentido, Solnicki no se encuentra entre los detractores de las distintas plataformas que, en la actualidad, permiten ver los clásicos en mejores condiciones que antes.
“Lo que yo encuentro injusto es que se acusa mucho a las plataformas de ser una amenaza para el futuro del cine y los que están más bien dormidos son muchos festivales, el primer festival donde vi mi película proyectada en condiciones óptimas fue el de Karlovy Vary, la vi mal en Berlín, la vi mal en México, la vi pésimo en Buenos Aires… O sea, los festivales que se supone que vienen a celebrar y defender el cine, son los primeros que tienen el cuchillo entre los dientes”.
Entre los problemas más comunes de esos lugares menciona el uso de proyectores con falta de mantenimiento, sonido descalibrado y déficit en los colores, algo que agradece no haber padecido en Karlovy Vary, donde, además, pudo disfrutar de los beneficios de sus aguas termales en medio de un clima festivo.