El cine como resistencia íntima en el Festival La Película
Una de las propuestas más intimistas de esta edición del Festival de cine La Película es “Ver a una mujer”, film que lleva hasta el límite los recursos narrativos para mostrar, en toda su fragilidad y aspereza, la experiencia de un enamoramiento. Su directora, Mònica Rovira, nos cuenta en esta entrevista la revelación que significó hacerla y por qué la ciudad de Praga le dio un enorme impulso a la hora de forjar sus primeras armas en el séptimo arte.
“Yo estudié Comunicación Audiovisual en la Pompeu Fabra en Barcelona y hubo un profesor, Xavier Pérez, que me dio Argumentos Universales en la Literatura y el Cine y me dijo: yo creo que tienes que hacer cine, y él me dijo: mira, hay una beca en la escuela de cine de Praga y yo creo que deberías ir ahí”.
Ese profesor resultaría fundamental en el futuro de Rovira no solo por impulsarla a decidirse por el cine sino también por comunicarle la existencia de esa beca que la llevaría a una ciudad donde iba a encontrar mucho más que inspiración. Es que su estadía en la capital checa, que tuvo lugar entre diciembre de 2001 y julio de 2002, implicó para ella empezar a tomar muchas decisiones complejas que, hasta hacía poco, no estaba preparada para asumir.
“Y yo conseguí estar en un programa práctico con diez estudiantes internacionales, un curso en inglés, una diplomatura en dirección que duraba un curso. Yo llegué en diciembre y todo mi empeño y el deseo fue, vale, quiero hacer un corto, pues voy a hacerlo aquí, voy a escribir, voy a buscar los personajes, voy a montar los actores, voy a buscar un cámara, voy a montar, voy a hacerlo todo, vamos a probar a ver qué ocurre”.
“Praga a mí me cambió la vida: si no hubiera venido aquí, hoy no sé qué hubiera sido de mí”.
Lo que ocurrió es que, a pesar de todos los obstáculos y la complejidad que implica el cine, Rovira pudo realizar ese corto al que tituló El secreto de mamá. Pero no se trató simplemente de filmarlo sino de avanzar en cada uno de los pasos del proceso: ella misma se encargó, por ejemplo, de ir a la embajada de España a pedir un listado de todas las empresas españolas en Praga y, aunque todavía no entiende muy bien cómo lo hizo, conseguir dinero para financiar esa película muda rodada en 16 mm que no ha vuelto a ver en años pero de la que, según explica, tiene los mejores recuerdos. No solo porque tuvo varias distinciones sino porque ese primer trabajo que concretó con solo 22 años significó un verdadero punto de partida en su carrera.
“A mí me cambió la vida: estos siete meses aquí, las circunstancias, el contexto y el salir de cuatro años de Universidad me dio el aire y la confianza. Si no hubiera venido aquí, hoy no sé qué hubiera sido de mí”.
Rovira asegura que en Praga no tenía nada que perder ni nadie que la juzgara. Había pasado de no hacer nada en el ámbito del cine a poder hacerlo todo: desde organizar la financiación hasta revelar y hacer el color en los estudios Barrandov.
Aquel primer viaje a la capital checa, a donde nunca había regresado hasta ahora, fue para ella nada menos que el descubrimiento de un lenguaje, y de lo que significa dirigir a una persona que se pone delante de una cámara para encarnar algo. Y ese gran descubrimiento lo tuvo en una ciudad que le resultó fascinante. Por su atmósfera pero también porque le había dado un gran acceso a la cultura. Rovira recuerda que, con solo 21 años, en Praga podía ir al teatro y ver obras que, más allá de no entender lo verbal, eran propuestas arriesgadas, interesantes.También tenía la posibilidad de ir al ballet o a la ópera, algo que no abundaba en Barcelona donde además el precio de esas activiades era demasiado alto. Rovira asegura que, luego de ese viaje a Praga, volvió a España pletórica y con ganas de seguir explorando ese nuevo lenguaje.
Pero luego llegaría otro punto de inflexión: cuando la becaron para un máster en documental, lo cual la sacó un poco de la comodidad de la ficción. Y ese paso fue importante para ampliar su espectro de influencias.
“Amaba a Kieślowski y luego Las margaritas de Chytilová fue una película que siempre me ha gustado mucho y lo poco que me llega de lo contemporáeno: Švankjmaer, la última peli que vi el año pasado de Švankjmaer me pareció una maravilla, es otra cosa”.
“Cuando yo no entendía algo, cuando yo necesitaba afirmar que estaba viviendo algo grababa, no lo hablaba, grababa”.
Pero las influencias de Rovira no se limitan al cine. Es una directora que también abreva mucho de la literatura: Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes, las colaboraciones entre Annemarie Schwarzenbach y Carson McCullers y las novelas de duelo de Joan Didion son algunos ejemplos. No es casualidad, entonces, que Rovira entienda el cine como un verdadero lenguaje, tal como demuestra su película “Ver a una mujer”, uno de los films más singulares de esta nueva edicíon del Festival de cine La Película, en cuyo proceso de creación se juntaron, tal como cuenta ella misma, varias crisis.
“Ver a una mujer nace de un estado coyuntural de crisis, yo llevaba años investigando para hacer una película con unos músicos de jazz que tenía que ver con el acto de creación, muy a los Cassavetes, que fue una gran influencia para mí. Y también de ese estado de crisis y desesperación, que coincidió con vivir de manera irremediable una historia de amor que no sabía a dónde iba por estar enamorada”.
Agrega Rovira que un aspecto fundamental para avanzar en la película fue encontrar una serie de imágenes que había hecho de un viaje a Islandia junto a Sarai, la mujer de la que estaba enamorada. Ahí se dio cuenta de que su cuerpo había quedado relegado a una situación de fragilidad y enamoramiento que la incomodaba y en la que, por eso mismo, quería ponerse a indagar.
Había decidido hacer cine no exactamente con lo que ella quería sino con lo que tenía: lanzarse a explorar temas como el desamor, la incomprensión y el deseo de entender al otro.Con todo eso en mente, la directora se comunica con su pareja seis meses después de la ruptura para hacerle la propuesta de filmar con un equipo de cuatro personas, durante cuatro días en la montaña. Rovira dice que, durante ese proceso de filmación, logró entender algo acerca de su relación y, más concretamente, de su ex pareja. Algo que decidió dejar afuera de la película, aun cuando los espectadores más entrenados puedan percibir alguna alusión. No solo porque ese descubrimiento multiplicaba la complejidad de la historia sino también porque Rovira no quería ponerse en el lugar del que juzga.
“Pero sí me di cuenta de algo que sí está en la película: mi resistencia íntima es el cine como lenguaje. Es decir, cuando yo no entendía algo, cuando yo necesitaba afirmar que estaba viviendo algo grababa, no lo hablaba, grababa. Si hay algo que no entiendo, cojo la cámara: puede ser una Mini dv, puede ser un Iphone o una nota de audio. Pero cuando hay algo que me perturba y no entiendo y me atrapa no lo hablaba, no lo compartía, no lo resolvía, me refugiaba en la cámara”.
Rovira enfatiza, una y otra vez, la idea de que escribir o filmar es resistir. Y revela que, recién al momento de empezar a montar la película, sintió que había superado el duelo de su vínculo amoroso. Por lo tanto, esas vivencias plagadas de incertidumbre y desesperación quedaron transformadas, gracias a la alquimia del arte, en imágenes, en texto.