Una abuela cubana en pleno Festival del Cine español
Marina es un documental cubano que propone contar el fracaso de las utopías en la isla a partir de los conflictos y padecimientos de una familia. En esta entrevista, su realizador Haliam Pérez nos cuenta los momentos claves del rodaje, la importancia de su abuela en el film y el motivo de su lazo con República Checa.
El realizador Haliam Pérez reconoce que, aunque ya le habían hablado mucho de Praga, poder verla en persona es algo distinto. Y si bien le encanta la ciudad, su historia y su cultura, está impaciente por volver con un poco menos de frío ya que, a pesar de lo moderado de este invierno, él está acostumbrado a otras temperaturas: nació en La Habana y desde 1997 vive en Gran Canaria, siguiendo los pasos de su padre que había emigrado tres años antes, en plena época de los balseros.
“Cuando supe que mi película se presentaba el 21 me pasé pensando que el 21 es algo importante y no recordaba bien. Hasta que una de mis tías me dijo que el 21 era, efectivamente, el cumpleaños de uno de los personajes de la película: de mi tío Arturo que ya murió”.
En Marina, su primera realización, que toma el nombre de su abuela, se propone contar buena parte de la historia de la isla mediante los conflictos de su propio entorno familiar. Además del frío y el agradecimiento por el hecho de que su obra integre la decimoquinta edición del Festival La Película, que ya finalizó al menos en Praga, Pérez no deja de pensar en una coincidencia: el valor simbólico de la fecha en que se programó la proyección de su documental, el 21 de febrero.
“Cuando David me informó que se presentaba el 21 me pasé como una semana pensando que el 21 es algo importante y no recordaba bien. Hasta que una de mis tías me dijo que el 21 era, efectivamente, el cumpleaños de uno de los personajes de la película: de mi tío Arturo que ya murió”.
A él mismo le sorprendió su momentáneo olvido ya que esa fecha aparece incluso en el film: en una conversación que mantiene con su tío le dice que se va de Cuba y, por lo tanto, se termina la filmación. Y Arturo le pregunta si va a estar para su cumpleaños.
Es decir que el 21 de febrero, pero de 2012, fue también la fecha de finalización del rodaje y, aunque asegura que no es supersticioso, Pérez elige tomar esa coincidencia como un pequeño regalo de su tío. Pérez destaca que, a pesar de estar con frecuencia alcoholizado, Arturo era plenamente consciente del juego que suponía la filmación y tuvo un aporte destacado más allá del protagonismo de la abuela.“Para casi todo el mundo lo más interesante era mi vuelta a Cuba después de 13 años, lo que iba a suponer. Y yo por suerte creo tuve la luz de ser consciente de que eso no era lo importante de la película. Que el peso estaba realmente en los personajes, en la historia que tenían mi abuela, mi tío y no yo que mi historia era pequeña comparada con eso”.
Sin embargo, Pérez reconoce que el hecho de que él esté tan integrado en la película se lo debe a su abuela Marina. Porque, si bien tenía en claro desde el primer momento que necesitaría de una voz en off para interiorizar al espectador en la historia, él no pensaba mantener diálogos con los personajes.
Pero resolvió dejarse llevar a partir de lo que él considera una de esas situaciones mágicas que depara el género documental que, a diferencia de la ficción, no trabaja con un guion predeterminado sino solo con una idea general y la paciencia para que vayan apareciendo esos elementos que permitan hilar los puntos fuertes narrativos. Pérez asegura que, en la escena del baño, su abuela lo hace consciente de que no tenía sentido permanecer como mero observador de la realidad.
“Para mí era importante esa secuencia de abuela en el baño porque ahí se cuenta la relación materno filial: la hija cuida de la madre, ese vínculo que se genera entre las mujeres potentes de la familia. Y se grabó creo el primer día de rodaje: recién llegado a La Habana, yo estaba tranquilo detrás de la cámara y, de repente, mi abuela se lanza a hablar conmigo porque, claro, estoy ahí y soy el nieto. Y me dice a que no te imaginabas que me ibas a grabar así desnuda. Y en un segundo surgió una cuestión grave a decidir: si participo o no participo, si me quedo callado entro en la película con una voz que está detrás de cámara”.
Pérez asegura que no se trataba de una decisión sencilla porque, sin dudas, modificaba toda la idea de la película. Pero sintió tan natural esa interacción entre un nieto y su abuela que decidió seguir adelante. De todas formas aclara que, partir de ese momento, tuvo que dosificar esas intervenciones para que no se transformara en un film en el que continuamente estuviera preguntando sino que, por el contrario, la búsqueda de esas revelaciones fuera algo puntual.“En la película hay dos o tres momentos clave que son los grandes regalos del cine documental y, cada vez que lo cuento, se me ponen los pelos de punta porque es la pura realidad que te da un bofetón. Esto que está relacionado con la idea del azar, algo que ocurre sin que uno lo espere, si miras la tradición del cine documental en realidad siempre ha estado esperado, lo que no sabes exactamente es cómo va a pasar”.
En ese sentido, asegura Pérez que una de las secuencias que más disfrutó hacer es un plano en el que su tío Jacinto sale del encierro: llevaba varios días deprimido, llorando por los años que llevaba sin ver a su hija. Se encerraba a ver las fotos y entraba en una espiral de tristeza. Sin embargo, cuenta Pérez, su madre lo empezaba a perseguir para comer algo. Entonces él y su ayudante de producción estaban a la espera de que el tío saliera. Y, aunque pusieron la cámara en la cocina porque sabían incluso el lugar de la mesa donde se iba a sentar, nunca imaginaron lo que se iba a producir en ese momento que, según Pérez, tenía algo irrepetible.“Lo que vemos simplemente es cómo un hombre de sesenta años ya jubilado, que ha tenido una historia militar intensa, se convierte de repente en un niño con la madre que tiene 90 años y como si él en lugar de tener sesenta tuviera cuatro o cinco años con un plato de sopa”.
Además de que ese militar de toda la vida se convertía en un niño que mantenía intacta la relación con su madre a pesar de los años, Pérez cuenta que también le impactó cómo el peso del pasado de la familia empezaba a meterse en el presente. Porque enseguida él le recordaba lo que ella cantaba para lavar la ropa. Y, al mismo tiempo, ese diálogo permitía ver cierta posibilidad de que su tío pudiera salir del pozo de tristeza.
Pérez asegura que si lo preparas es imposible obtener ese resultado: un plano secuencia sin corte, manipulación ni montaje de sonido capaz de mostrar un vínculo afectivo en toda su profundidad.
“En la película hay dos o tres momentos clave que son los grandes regalos del cine documental y, cada vez que lo cuento, se me ponen los pelos de punta porque porque es la pura realidad que te da un bofetón”.
Claro que no fue el único: otro momento clave que recuerda Pérez es lo que llama la declaración de amor de la abuela, una situación motivada ahora sí por una pregunta concreta de su nieto. A pesar de que él mismo reconoce que son interrogantes que no suelen formularse por cierto respeto o pudor, él quiso saber por qué ella no se había vuelto a casar luego de la muerte de su abuelo.
“Y lo que nunca imaginé es que fuera a haber una declaración tan potente y con un giro tan interesante que también se convierte en un retrato muy contundente de la personalidad de mi abuela. Ella comienza a dar las razones: había vivido un montón de años con él, traer una nueva figura paterna podía ser problemático. Primero la explicación lógica pero luego la explicación emocional: en realidad, yo lo quise mucho. Entonces se quiebra, comienza a llorar y de repente dice pero ahora me voy a España a buscar un novio. Da un giro completo, hace un chiste y se recupera”.
Fue en esos instantes que Pérez empezó a entender que uno de sus objetivos era posible: mostrar la historia de Cuba, el fracaso de las utopías, el desagarro de la sociedad a partir de las angustias de su familia. Pero sin llegar a tener por eso una conducta abusiva de su parte: quería tratar de que esa exposición de las debilidades de su familia estuviera al servicio de contar algo central en la historia de la mayoría de las familias cubanas.
Pérez destaca que su película lo hizo descubrir también cierta tendencia del cine cubano: cineastas como Heidi Hassan que, con historias similares, hablan de lo que significa irse, volver o quedarse en Cuba parte del año. Pero lo que nota, con cierta satisfacción, es que empieza a aparecer un discurso que evita la dicotomía fácil. Explica que, en general, cuando se habla de Cuba se utilizan dos focos: o la visión turística de las mulatas, el ron y el baile o ese reduccionismo político de expresarse a favor o en contra, algo que a él hace tiempo le parece limitado.“Me pasó en el estreno en Barcelona que un señor estuvo todo el rato preguntándome por qué no hablaba claramente si estaba a favor o en contra. Pero eso no es lo importante, lo importante es que te des cuenta que en una familia hay gente que está a favor, hay gente que está en contra, hay gente que está desilusionada, hay de todo. Y esa es la realidad que estamos viviendo, no se trata de ir diciendo yo estoy a favor o estoy en contra”.
Antes de concluir esta entrevista, Haliam Pérez se pone a buscar algo con ansiedad. Cuando se le pregunta qué le sucede contesta que están por llegar sus familiares checos y, entonces, recién en ese momento, explica que su tío Antonio, el hijo mayor de su abuela Marina, estuvo casado con una mujer checa y tuvo hijos checos que hoy van a ver por primera vez su película.
Es decir que Marina tiene un nieto y tres bisnietos checos a los que, además, ya conoce porque estuvieron en Cuba, y ella también vino a verlos a Praga cinco años atrás. En conclusión, la famosa Marina no es solo abuela sino también babička.