El cerro de Oškobrh alberga en su seno la hueste de San Venceslao
El cerro de Oškobrh alberga en su seno la hueste de San Venceslao 50 kilómetros al este de Praga se levanta sobre la llanura del río Elba el cerro de Oškobrh, que tiene dos cimas. En la más alta los celtas edificaron en la segunda mitad del primer milenio antes de nuestra era una fortificación. Algunos historiadores avanzan la hipótesis de que el asentamiento en el Oškobrh era el oppidum Askiburgion, que aparece en el célebre mapa de Claudio Ptolomeo, del segundo siglo de nuestra era. En la época eslava, una tribu eligió la cima más baja del Oškobrh como su asentamiento central. Hasta la actualidad se han conservado vestigios de las vallas y fosos de sus fortificaciones. Lugares tan impregnados por la historia como el Oškobrh suelen ser fértiles en leyendas de sucesos misteriosos.
En las noches de verano salen del seno del Oškobrh unos caballeros que se adiestran en el manejo de armas y abrevan sus caballos en el cercano estanque de Žehuñ.
Según una leyenda popular, en el seno del cerro de Oškobrh estaba acuartelada la hueste del príncipe San Venceslao, que libraría en la región entre los ríos Elba, Cidlina y Mrlina la última y decisiva batalla.
Los enemigos de la tierra checa serían derrotados y desde entonces reinaría una eterna paz.
Varias personas que se habían acercado en horas de la noche al cerro, contaron que habían visto a los caballeros de la hueste de San Venceslao haciendo guardia. Otros dijeron haber avistado una patrulla a caballo subiendo a la cima.
En abril, durante la feria de San Adalberto, en la antigua fortaleza de los Slavník, en el cercano pueblo de Libice, solía escucharse un fragor subterráneo. La hueste de San Venceslao se ejercitaba bajo tierra.
Las leyendas presentan a los caballeros del Oškobrh como hombres generosos.
Una sirvienta buscaba el día del Viernes Santo un cerdo extraviado. En cierto momento le pareció haber oído la voz del animal. Se metió sin pensarlo dos veces en una grieta en la roca que se abría delante de ella. Avanzó por un pasillo en cuyo fondo avistó a muchos guerreros dormidos. Un anciano severo le ordenó limpiar el recinto.
La muchacha recibió como recompensa por su trabajo un montoncito de la basura que había barrido. Al salir del cerro a la luz, la chica quedó pasmada:en vez de la basura, en su delantal relucía oro.
En las entrañas del Oškobrh había pasado un año entero sin darse cuenta del correr del tiempo.
Un campesino salió una madrugada otoñal con un carro cargado de sacos de trigo para vender el producto de su cosecha en la cercana ciudad de Poděbrady.
El camino que trepaba por una ladera del Oškobrh, estaba todavía inmerso en la oscuridad.
De repente el campesino escuchó detrás de él un gran ruido. En las tinieblas avistó un grupo de hombres armados a pie y a caballo. Pensó que eran salteadores. Dio entonces unos latigazos al caballo para que corriese más rápido del lugar del peligro.
Los jinetes fueron, sin embargo, más veloces. Agarraron al caballo por las riendas y el carro se detuvo. Unos hombres barbudos cargaron los sacos de trigo y por un sendero se dirigieron a una grieta en la roca.
Regresaron con los sacos vacíos que tiraron al interior del carro. Después desaparecieron en la neblina matinal.
El despavorido campesino se marchó afligido a su casa. Cuando quería retirar los sacos vacíos del carro, vio que debajo de ellos había quedado uno lleno. Ni siquiera pudo moverlo, tan pesado era.
Inmensa fue su sorpresa al abrirlo. ¡El saco estaba lleno de monedas de oro!
Las leyendas narran que la princesa Libuše era la hija menor del mítico príncipe checo Krok. Ella tenía en Bohemia varias sedes y solía recorrer el país en busca de lugares idóneos donde edificar otra residencia.
Una vez llegó a la región donde el río Cidlina entrega sus aguas al Elba. El paisaje le agradó y cerca de la confluencia de los citados ríos mandó erigir un asentamiento, llamado Libice.
En su nueva sede la visitaba a menudo la hermana Kazi y juntas recogían plantas medicinales en las laderas del cercano cerro de Oškobrh.Las leyendas populares cuentan que allí había una inmensa variedad de plantas que no crecían en ningún otro lugar y eran muy apreciadas.
Las hermanas Libuše y Kazi sabían que hallarían en el Oškobrh una planta muy especial que florecía una vez cada siete años.
Su flor se abría después de la puesta del sol y exhalaba un aroma tan penetrante y embriagador que quien se le acercase y aspirase esa fragancia, vagaba aturdido por el bosque durante toda la noche. Por la mañana la flor se marchitaba y caía al suelo.
Libuše y Kazi conocían muy bien las plantas medicinales del Oškobrh. Las secaban en un lugar llamado hasta la actualidad Kuchyñka- Cocinita en español. Allí mismo preparaban de las plantas diversas pociones que tenían poder curativo o incluso mágico.
Al este del cerro Oškobrh se extiende la inmensa superficie del estanque de Žehuñ, construido en el río Cidlina en 1492. Es un paraíso para las aves acuáticas y reserva natural. Quien viaje en tren rumbo a Hradec Králové, capital de Bohemia Oriental, recorrerá 6 kilómetros por una de sus orillas.
Hoy en día surcan las encrespadas aguas del estanque de Žehuñ patos y cisnes pero, según narra una leyenda, en el pasado allí habitaba un “vodník”, ser sobrenatural a quien el imaginario popular daba la apariencia de un hombrecillo verde, con membranas entre los dedos. Vodník guardaba las almas de los ahogados en vasijas bajo el agua.
Desde tiempos inmemoriales iba por la orilla del estanque un camino por el cual se transportaban mercancías en carros pesados a la ciudad de Poděbrady.
En la orilla oeste del estanque había un cruce. Los carreteros podían optar por el camino más corto subiendo la ladera empinada del Oškobrh, o recorrer un camino más largo dando la vuelta al cerro por su falda.Con los carros cargados hasta el tope, los carreteros no se atrevían, en la mayoría de los casos, a tomar el primer camino. Éste servía sobre todo a quienes iban a pie o en una carreta ligera.
El vodník observaba el trajín en ambos caminos desde un sauce. A veces ayudaba a los carreteros que por inexperiencia habían tomado el camino empinado por el cerro en vez del recorrido más largo por su falda.
El vodník tenía pena de los caballos. Cuando veía que no podían más, prestaba al desgraciado carretero un látigo mágico. Los caballos se recuperaban como por encanto, y en un instante subían la temida cuesta del Oškobrh.
Un día viajaba por la orilla del estanque de Žehuñ un carro sobrecargado. El carretero eligió por imprudencia el camino de la ladera del cerro. El vodník lo observaba desde su sauce.
Cuando los caballos se detuvieron agotados, acudió en su ayuda, prestando al carretero el látigo mágico. Éste dio uno o dos latigazos y los caballos subieron la ladera como volando.
El vodník esperaba que el carretero le ofreciese un poquito de tabaco y le diera las gracias. Sin embargo, el ingrato hombre dio otro latigazo a los caballos y huyó con el látigo mágico.
Después de algún tiempo, el descarado carretero volvió a aparecer con su carro en el camino de la orilla del estanque de Žehuñ. El vodník lo reconoció inmediatamente.
Era un día veraniego y el sol abrasaba. El carretero bajó al estanque para refrescarse en sus aguas. No se dio cuenta de que allí lo estaba esperando el vodník para consumar su venganza por la ingratitud del hombre.
En un instante se cerraron sobre el carretero las aguas del estanque y nadie jamás volvió a verlo. Los campesinos que regresaban por la tarde del trabajo, encontraron en la orilla sólo el carro abandonado, y en el césped la gorra del carretero.