El amanecer de los millonarios de terciopelo
Con motivo del 24 aniversario de la Revolución de Terciopelo, que puso fin al régimen comunista en Checoslovaquia, les ofrecemos un programa especial dedicado a uno de los personajes simbólicos de aquellos primeros años de democracia: los nuevos ricos que aprovecharon el cambio de sistema para convertirse en la nueva élite económica del país.
El resultado es una élite económica bajo constante sospecha y, en gran medida, la desconfianza crónica de la población checa hacia las altas esferas políticas y sociales. ¿Pero cómo se llegó a algo así?
Cuando el 17 de noviembre de 1989 se iniciaron las protestas estudiantiles que llevarían a la Revolución de Terciopelo, los líderes comunistas estaban ya desde hacía meses en una situación de fragilidad total. La caída libre de la Unión Soviética y el consiguiente derrumbe del resto de regímenes comunistas europeos había dejado a Checoslovaquia sin asidero al que agarrarse. El sistema había devenido inviable.
No es de extrañar que, tan solo un mes después de los disturbios, el régimen cediera el poder de manera totalmente incondicional a la antes débil oposición checoslovaca, formada apenas por un puñado de intelectuales. Václav Havel fue nombrado presidente en diciembre y al año siguiente las primeras elecciones libres en cuarenta años consagraron el cambio.
La celeridad de las transformaciones impidió que se diera un proceso de transición escalonado. Los economistas afines al recién creado Foro Cívico, algunos de ellos checos que volvían del exilio, como Jan Švejnar, establecieron un zambullido directo en el capitalismo y la destrucción de las viejas estructuras. En esta vuelta de Checoslovaquia a la economía de mercado fue de importancia capital el proceso de privatización.
Los cupones que convertirían a todos en accionistas
En la Checoslovaquia comunista, a diferencia de Polonia, Alemania Oriental o Hungría, no había lugar para el sector privado. El Estado controlaba desde las grandes empresas hasta la zapatería de la esquina. Los precios venían establecidos desde arriba, adulterando el mercado desde su origen.Si se deseaba una sociedad liberal, de libre mercado, movida por el lucro, era necesario crear una nueva burguesía que accediera a la propiedad de comercios y medios de producción.
Para las empresas de menor tamaño, almacenes y tiendas la solución fue, por un lado, en el marco de la llamada pequeña privatización, la subasta pública de las entidades. Por el otro las restituciones de las propiedades embargadas por el régimen en los años 50 a sus dueños originarios o sus herederos.
Para las compañías más grandes sin embargo existía un problema. ¿Cómo vender tanta propiedad a empresarios o inversores checos si estos apenas existían? El régimen comunista no había dejado mucho espacio para la acumulación de capital y las cantidades a privatizar eran ingentes.
Una de las propuestas, defendida por el ahora presidente checo Miloš Zeman, fue la de repartir las acciones de las compañías a sus trabajadores, hacerlos propietarios. Es decir, una colectivización de los medios de producción. La idea fue vista como un modelo de transición, no exactamente tendente al capitalismo occidental que deseaba la mayor parte del Foro Cívico.De esta manera acabó triunfando el proyecto por el que abogaba el ahora ex presidente Václav Klaus. Se trataba de hacer de cada checo un accionista. La llamada privatización de cupones, que también tuvo lugar a su modo en otros países ex comunistas, consistía en que la propiedad de las empresas se ponía a la venta en forma de cupones de 1.000 coronas.
Cada ciudadano checo tenía derecho a la compra de un solo cupón por empresa. Luego podía venderlo o negociar con él como prefiriera. Había incluso unos cuadernos especiales para recopilar los cupones que uno iba comprando. Más de ocho millones y medio de personas adquirieron este tipo de valores, y algunos todavía los conservan.
Se trataba de un camino experimental y arriesgado que se tomó en parte a la desesperada, según afirma uno de los artífices del proyecto, Dušan Tříska.“La idea básica era que hasta el momento el mayor proyecto de privatización lo había realizado Margaret Thatcher en los años 70 y 80, que en 10 años había privatizado 60 compañías. Y nosotros teníamos 4.000. Eso por medios tradicionales era algo irrealizable. Eso lo teníamos claro todos desde el principio. Además, a esta idea inmediatamente se sumó la parte eslovaca, porque veían en ella una manera de dividir fácilmente la propiedad y separar a Eslovaquia”.
Como se preveía, surgieron fondos de inversión que se ofrecían a gestionar los cupones de particulares y a hacerse gracias a ellos con el control de las grandes empresas. La idea era que después podrían repartir los beneficios con sus inversionistas según los términos acordados.
El segundo mayor fue el fondo Harvard, de Viktor Kožený, que ofrecía rentabilidades de hasta 10 veces el valor nominal de los cupones. La inversora Dana Bérová recuerda la revolución que causó.
“Las campañas publicitarias para sus fondos fueron de las primeras hechas en Chequia de forma profesional. Y creo que ese fue el motivo decisivo de no solo por qué la gente le daba sus cupones, sino en general de por qué tanta gente se implicó en el proceso privatizador”.De esos cupones, actualmente algunos no valen absolutamente nada, otros se cotizan por cien veces su valor nominal. Entre los emprendedores que abrieron fondos de inversión y se hicieron con empresas del Estado tenemos por ejemplo a Petr Kellner, que en su momento se hizo con el 2,1% de los cupones emitidos y es ahora el hombre más rico de la República Checa, propietario del grupo inversionista PPF, que controla aproximadamente 200 empresas, y poseedor de una fortuna de aproximadamente 4.600 millones de euros.
Los que tuvieron menos suerte confiaron sus cupones al mencionado Viktor Kožený, que en 1994 había reunido bajo su control a 50 empresas recién privatizadas. Ese mismo año el capital de estas compañías empezó a fluir de forma subterránea a una empresa fantasma en Chipre.
Kožený saqueó las empresas estatales que habían quedado bajo su poder y escapó del país, mientras que los accionistas vieron sus cupones convertidos en papel mojado. No fue el único caso.
Y entonces el Estado apagó la luz…
El golpe de Kožený y su Fondo Harvard de Inversión dio lugar a un nuevo término en la lengua checa: tunelar, que significa extraer recursos subrepticiamente de un ente público que se encuentra bajo nuestra gestión, y ponerlos a salvo en un paraíso fiscal, bien sea Suiza, Chipre o las Islas Caimán. Kožený por cierto disfruta actualmente de su fortuna en las Bahamas.Otro ejemplo es el de Pavel Tykač, propietario del fondo de inversión Motoinvest y que, a raíz de las privatizaciones, construyó un imperio financiero que le hizo situarse en 2009 como la tercera persona más rica del país. El origen de su fortuna es sin embargo altamente dudoso, según el periodista económico Miroslav Motejlek.
“Esos fondos no se vigilaban, y él los tomó en propiedad. Y no puedo jurar, porque no estuve allí, que el dinero se lo llevara el señor Tykač, pero de esos fondos desaparecieron sin dejar rastro un total de casi 400 millones de euros”.
De hecho, en 2006 Tykač fue acusado de tunelar el grupo de fondos de inversión CS Fondy, un proceso que en 2012 llevó a que le fuera congelada su propiedad en Suiza, valorada en 700 millones de euros, y en 2013 se le embargaran sus bienes en la República Checa.El Estado checo había creado un sistema de privatización que aparentemente era una buena idea y buscaba repartir la riqueza pública entre toda la nación, pero que no venía acompañado de mecanismos legales de control y supervisión, con lo que los particulares que confiaban en los fondos de inversión se encontraban totalmente desprotegidos.
Inermes ante el destino que les había tocado se encontraban también las empresas públicas privatizadas, ya que ese mismo vacío legal hacía que nadie controlara la viabilidad, transparencia o simple limpieza de los proyectos inversionistas que se hacían cargo de ellas, tanto de aquellos que llegaban a la propiedad gracias a los cupones como de los que conseguían la empresa en subasta.
El resultado fue la destrucción de buena parte del tejido productivo checo. Compañías de gran peso en el sector metalúrgico o siderúrgico como Poldi Kladno, Škoda Plzeñ o ČKD Praha, se vieron arruinadas tras la privatización y vendidas después en partes, haciendo ricos sin embargo a sus propietarios, según prosigue Motejlek.“A veces me pregunto cómo es posible que el Gobierno pudiera vender a esos chiflados una empresa como es Poldi Kladno. Es algo contrario al interés del Estado. Por su parte la fábrica de Škoda de Pilsen generó toda una serie de multimillonarios: Čmejla, Krsek, Korecký, Roman, Zapletal, Diviš, y quizás podríamos continuar”.
De esta forma las privatizaciones, más que una inyección de dinamismo privado, supusieron un fuerte batacazo para buena parte de las empresas checoslovacas, como apunta el empresario Ivan Pilný.
“Había empresas enormes que eran temidas en todo el mundo, que eran competitivas, y estos señores, en un corto periodo de tiempo, acabaron liquidándolas. Llamar a esto ‘el camino checo de la privatización’ es un insulto a todo lo que es checo. Estos señores no sabrían administrar ni un jardín de infancia”.En el mismo sentido se puede recordar el caso de la compañía carbonera Mostecká Uhelná, que fue comprada al Estado con el dinero que sus gestores extrajeron a escondidas de la misma compañía. No fue hasta este año cuando finalmente la Justicia suiza ha condenado a los ex directivos de esta empresa y congelado sus cuentas. No obstante el caso sigue sin ser resuelto por la Justicia checa, que en varias ocasiones ha abierto diligencias sin resultado.
Además, el río revuelto que supusieron las privatizaciones facilitó la aparición de un tipo muy concreto de pescadores. Aquellos más preparados para echar el anzuelo en aguas turbias eran precisamente los elementos oscuros del régimen comunista, individuos que habían aprovechado las sombras del sistema para prosperar a través de la corrupción y el mercado negro, continúa Pilný.
“Los economistas crearon aquí un entorno que se puede caracterizar diciendo que apagaron la luz y esperaron a que al cabo de los años se encendiera de nuevo para ver lo que había resultado. Algunos de los empresarios que se formaron en ese periodo procedían de las filas de los camareros, que en el comunismo tenían mucho poder, o de los que cambiaban divisas en el mercado negro. Por suerte la mayoría de ellos están ahora en Ciudad del Cabo o se han pegado un tiro entre ellos”.
El Estado había apagado la luz, como a menudo se repite al hablar de los años 90, y estas personas no solo disponían de recursos, sino de algo más importante: conexiones con el poder, como subraya la socióloga Jiřina Šiklová.“No se sabía nada de lo que estaba pasando, y el que lo sabía, el que estaba al tanto de qué negocios había y qué precio tenían, ese lo aprovechó. Es lo que se llama el capital social. No es el capital financiero, es el capital de conocer contactos, conexiones, y saber cuánto vale cada cosa”.
Por eso cuando se encendió la luz y todos vieron que el pastel ya estaba repartido, tanto la clase política, que estaba al lado del interruptor, como los nuevos ricos, que tenían la boca manchada de nata, despertaron serias miradas de sospecha.
Millonarios bajo sospecha
Muchos extranjeros que llevan tiempo en la República Checa coinciden en que uno de los vicios nacionales es la envidia. Se sospecha del éxito de los demás, que se cree injusto. Y ciertamente la actitud hacia la clase pudiente es en Chequia especialmente negativa. Según una encuesta de la agencia Stem de 2012 la mayor parte de los checos solo perdona la riqueza en caso de deportistas, herederos y científicos.Podría pensarse que los millonarios, por su capacidad inversora, son un motor económico y de prosperidad, que crean empresas, contribuyen al erario público y pagan salarios a sus trabajadores. Sin embargo en la cultura checa, el rico despierta suspicacia, según explica la inversora Dana Bérová.
“Cuando miro por ejemplo a los amigos norteamericanos de mi hijo adolescente, veo que consideran a la gente de éxito como alguien al que se quieren aproximar, o al que quieren superar o batir. Los adolescentes checos por su parte, influidos por nosotros, sus padres, piensan que el que tiene éxito es seguramente algún estafador”.
Con un proceso privatizador como el vivido en Chequia en los años 90, no es extraño que en la sociedad checa predomine el resentimiento, redunda en la idea Pilný.
“Es algo que viene de la mano de esas historias que se cuentan sobre empresarios que han salido de entre las filas de camareros, cambistas del mercado negro y juventudes comunistas. La gente tiene la sensación, porque es algo sencillo, de que el que tiene dinero es porque lo ha robado”.Ciertamente una gran cantidad de emprendedores checos aprovecharon la libertad económica de los años 90 y las numerosas oportunidades de negocio para hacerse a sí mismos partiendo prácticamente de cero.
Es el caso por ejemplo de uno de los hombres más ricos de Chequia, David Beran, propietario del grupo inversionista Profireal Group y poseedor de una fortuna valorada en unos 370 millones de euros. El origen de su imperio fue una empresa de reprografía fundada en 1991, como explica.
“Como mucha gente de entre las más prósperas de la República Checa, empecé mi negocio vendiendo fotocopiadoras. Parece un cliché, pero el motivo es sencillo. En aquel entonces, después de la Revolución, las empresas estatales tenían bastante dinero, y hasta ese momento tenían prohibido tener medios de reprografía, ya que se temían fugas de información. Así que si alguien quería hacerse rico en 1991 tenía que vender fotocopiadoras”.
Pero aún en el caso de los empresarios honrados, existe un problema irresoluble, y es el de su rápido ascenso y consiguiente falta de tradición como clase alta, un hecho que señala el analista financiero Vladimír Pikora.“La gente se dice: no entiendo cómo es posible que esta persona se hiciera con tanto dinero y yo no. Cuando uno se convierte en multimillonario y hace tan solo 20 años iba por ahí con un Trabant, igual que la gente común, entonces no tiene carisma. Y no puede por tanto liderar a la sociedad”.
De esta manera, la clase alta checa, despreciada y puesta en duda, tendrá que esperar a un relevo generacional para estabilizarse y que los años 90 queden atrás definitivamente, sostiene Dana Bérová.
“Muchos de ellos tienen importantes límites porque llegaron al dinero que poseen de un modo del que no están ni preparados ni dispuestos a hablar abiertamente. Posiblemente va a durar una generación más, hasta que los hijos de esta gente puedan decir que no tienen nada que ver, que lo han heredado todo honradamente, y que van a manejar esas fortunas según las reglas”.
Andrej Babiš, de la química a la política
Un ejemplo excelente de multimillonario en la República Checa es Andrej Babiš. De origen eslovaco, nacido en 1954 en Bratislava, Babiš se sitúa con 3.300 millones de euros como el segundo hombre más rico del país y desde 2011 constituye también un peso pesado en la política nacional, al ser fundador y presidente del partido ANO, que actualmente se encuentra en negociaciones para formar gobierno.Descrito por su pareja y colaboradores como un hombre obsesionado con el trabajo, minucioso, de extraordinaria memoria, siempre acompañado por su agenda y su maletín, Babiš describe su ascenso social como una historia de progreso al estilo del hombre hecho a sí mismo.
“Yo estaba orientado hacia el dinero, quería tener una casa y un automóvil, así que empecé a hacer trabajos manuales. En la universidad estudié duro para conseguir una beca. Después ahorré para una casa, que acabé construyendo yo con mis propias manos. Empecé a estudiar comercio internacional para poder largarme de aquí, huir del régimen. Primero trabajé en una Oficina de Comercio Exterior y más tarde me salí con la mía y me destinaron a Marruecos. Y allí me pilló la Revolución”.
No obstante Babiš entra dentro de la categoría de los emprendedores que iniciaron el recién nacido capitalismo de los 90 contando con la ventaja de un interesante capital social, como comenta el periodista económico Petr Šimůnek.
“Andrej Babiš comenzó a construir un gran conglomerado de cero, y hoy posee casi 200 empresas. Pero tampoco empezó exactamente sin ningún tipo de ayuda, ya que tenía importantes conexiones debido a su trabajo durante el régimen anterior”.Babiš fue de hecho miembro del Partido Comunista desde 1980 y de hecho su posición en la empresa PZO Petrimex en Marruecos evidencia cierta confianza del régimen.
De hecho un punto oscuro es su posible vinculación con la StB, la Policía Secreta Checoslovaca, para la cual presuntamente trabajó como confidente hasta su partida a Marruecos en 1985. Babiš niega la veracidad de los documentos que atestiguan esta colaboración y actualmente el caso se encuentra en los Tribunales.
El caso es que en 1990 se convirtió en director de Petrimex, que entonces tenía el monopolio de la importación de materia prima para la fabricación de fertilizantes. La carrera empresarial en este sector culminó con la formación de Agrofert, según explica el mismo Babiš.
“Cuando Vladimír Mečiar y Václav Klaus dijeron que dividirían Checoslovaquia, me dije que teníamos que tener una empresa en Praga. Yo hasta entonces trabajaba en Eslovaquia. Surgió el proyecto de Agrofert, que fue para mí un reto enorme, ya que no tenía ningún jefe y podía demostrar lo que valía. Estaba muy motivado, y de hecho hoy puedo decir que hemos construido, gracias a nuestra gente y a los bancos, una de las mayores firmas del país. Con toda seguridad la mayor de entre las privadas, el mayor exportador, el mayor empleador, somos incluso la tercera mayor empresa en cuanto a beneficios”.
Agrofert es actualmente un holding formado por 230 empresas agrícolas, agroquímicas y de alimentación, que mantiene unos beneficios consolidados anuales de casi 5.000 millones de euros y posee unas 57.000 hectáreas de tierras cultivables, es decir, el 0,7% del país. Sus ramificaciones se extienden además por toda Europa y llegan incluso a China. Toda una gallina de los huevos de oro, explica el periodista económico Miroslav Motejlek.“La mayor parte de la propiedad de Babiš son empresas químicas en las que a lo largo de más de diez años ha estado invirtiendo cientos y cientos de millones de euros. Hoy en día esas empresas químicas recuerdan a una máquina de imprimir dinero. Si no pasa nada trágico, van a continuar por sí mismas, sin necesidad de intervención, y cada año van a ganar cientos de millones de euros. Recuerda a una especie de perpetuum mobile”.
Recientemente Babiš adquirió el holding de medios de comunicación AGF Media, a través del cual compró las empresas editoras de medios como Hospodářské Noviny, Centrum.cz o Aktualne.cz, un paso claramente orientado a allanar su carrera política.
El discurso político de Babiš ha sido el de la eficiencia y la limpieza. Frente a los escándalos de corrupción y el clientelismo en la esfera pública que hastía a los votantes checos, Andrej Babiš se ofrece como un gestor, un no-político, que llevará el país de la misma manera que dirige Agrofert.El partido ANO, es de hecho de ideología difusa, aunque obviamente cercana a los intereses del empresariado. Su flexibilidad programática le valdrá posiblemente un gobierno de coalición con el centro-izquierda, de forma que los hombres de Babiš podrían ocupar en el próximo gobierno varios ministerios.
Andrej Babiš, el rostro brillante y prestigioso de la clase alta surgida tras la Revolución, tendría así la oportunidad de influir en la orientación económica y el orden institucional checo. Los millonarios de terciopelo siguen dando que hablar.