El aclamado muralista Aryz expone algunos de sus cuadros en Praga
Aunque no suele hablar con los medios de comunicación, el talentoso artista Aryz nos presenta en esta entrevista los detalles de su flamante exposición Vestigio que podrá visitarse en la galería de la Villa Pellé hasta fines de junio.
No es de extrañar que un artista cada vez menos secreto como Aryz reciba, tal como él mismo dice, varias propuestas que, sin embargo, suele desestimar en tiempo récord. Por el contrario, el proyecto que lo terminó trayendo a Chequia le llamó la atención desde el primer instante, incluso por el modo inusual en el que surgió: luego de comprar una serie de prints suyos, un joven checo le escribió un mail diciéndole que le gustaría ver una lista de sus obras originales y, al recibirla, le pidió ir a verlas en persona, algo que terminaría haciendo junto al pintor checo Lubomír Typlt.
“Y cuando vinieron lo hicieron con la intención de comprar piezas y me dijeron que les gustaría mucho hacer un proyecto en República Checa. Y me enseñaron este espacio y dije que sonaba muy bien. Como iba en serio, entonces vine en diciembre a ver este espacio que me encantó, acepté y aquí estoy”.
Esa rápida visita en el mes de diciembre fue nada menos que su primer viaje a Chequia y además de quedar encantado con la Villa Pellé que, ubicada en el distrito de Bubeneč, hoy sirve de escenario a sus obras, hubo otra cuestión que lo impactó mucho de la ciudad de Praga: el vínculo con el movimiento barroco que aparece tanto en las estatuas del Puente de Carlos como en muchas de sus iglesias, y con el que sintió una profunda conexión con sus propias obras.
“Es una ciudad que tiene este bonito contraste, tiene una herencia cultural muy rica, una herencia arquitectónica que me parece fascinante, tiene todas esas iglesias, casas con pinturas en las fachadas que son espectaculares y, a la vez, tiene esta parte del grafiti, que muchas veces son vistos como las caries de la sociedad, pero a la vez son gritos de personas que existen y están buscando su sitio en esta sociedad, o una identidad. Y eso me parece un bonito contraste”.
Si bien él mismo considera que hay que respetar los edificios clásicos, destaca el nivel artístico de muchos de los artistas del grafiti tanto locales como extranjeros que han decidido instalarse y trabajar en Praga. Y aunque él mismo es un creador multifacético asegura que se siente muy identificado con ellos por tratarse, en general, de personas que intentan romper barreras y estar donde no se supone que deben estar.
La presencia del pasado
El diccionario la define como “recuerdo, señal o noticia que queda de algo pasado”. Lo cierto es que la muestra de Aryz que se inaguró el 22 de mayo con una visita guiada del propio artista y estará disponible hasta fines de junio lleva como título una única palabra que, sin embargo, ofrece numerosas resonancias.
“Bueno, Vestigio, claro, es una exposición de cuadros y, al menos, muchos de ellos tienen pequeños homenajes a cosas ya existentes o cosas que tuvieron un sentido en la antigüedad y me pareció acertado el nombre Vestigio por eso: por esas pequeñas píldoras, esas pequeñas huellas que tienen estos cuadros”.
Agrega que esas pinturas tienen, de hecho, algo en común con las películas de Hollywood que se proponen rehacer clásicos, abordar obras que ya están en el imaginario popular para añadirles algunas cuestiones novedosas o simplemente actualizarlas. En su caso, una de las referencias más recurrentes tiene que ver con la obra Guernica de Picasso que sigue interpelando al público, algo que él considera mágico. No solo por lo que significa atraer a tantas personas que quizás en muchas otras cosas pueden tener gustos muy distintos, sino también por el hecho de seguir siendo actual después de tantos años.
“En un cuadro como el Guernica evidentemente el tamaño creo yo que tiene una parte muy importante, pero a la vez yo creo que hay elementos en el cuadro que han sido íconos, han sido muy explotados en el imaginario de la cultura popular como pueden ser la cara del toro, la cara del caballo o la mujer que sale por la ventana con un candelabro, hay toda una serie de elementos que tenemos en la retina o en nuestro subconsciente y eso también hace que ese cuadro sea tan relevante”.
Nacido en 1988 en Palo Alto, California, Aryz se mudó a los tres años a los suburbios de Barcelona donde creció y comenzó a desarrollar su arte. Conocido, sobre todo, por los murales a gran escala que lleva realizados en buena parte del mundo, podría decirse que su trayectoria artística pasó del espacio público de la calle a las salas de arte, donde, tal como él mismo explica, encuentra muchos más desafíos y la posibilidad de evolucionar como artista. Sin embargo, reconoce que cada tanto le dan ganas de volver a salir al ruedo para interactuar con el entorno y con la gente, aun cuando tiene en claro que el arte callejero suele ser muy efímero y, por lo tanto, no le permite reflexionar demasiado sobre la obra en cuestión. De hecho, agrega que lo que le molestaba de trabajar en la calle era que la gente sacara fotos a secciones de la pintura que aún no estaban terminadas, como si a un chef le fueran probando los ingredientes por separado antes de tener lista la comida. De todos modos, cuenta que experimentó un interesante equilibrio en el año 2013, al participar, junto a otros nueve pintores, de un proyecto en la isla de Madagascar que consistía en ir a pintar velas en medio de un poblado de pescadores.
“Era un proyecto muy bonito porque de repente estabas en un pueblo completamente aislado pintando unas velas que para ellos son lo más importante de su rutina porque, básicamente, se dedican a proveer a su familia y están casi todas las horas del día en altamar pescando y, a la tarde, llegan con el pescado y las mujeres en este caso lo cocinan y comen todos. Y cada artista pintó unas cinco, seis velas y el último día salieron todas las barcas al mar y es de las pocas veces que se me ha puesto la piel de gallina por sentirte parte de un evento en el que mucha gente se involucra, y fue muy bonito”.
La sagrada instalación
Aunque varias veces lamentó el hecho de no haber podido hacer un mural en Barcelona, recuerda contento Aryz que, el año pasado, sí tuvo la posibilidad de realizar una curiosa instalación en el presbiterio de una iglesia muy importante de esa ciudad: la Basílica del Pi.
“Fue muy mágico porque normalmente no se inaugura un mural, pero en una iglesia sí puedes hacer algo y la verdad es que vino mucha, mucha gente y la gente de la iglesia estaba realmente sorprendida porque entre el público había personas que nunca habían entrado a una iglesia y hasta había amigos que me dijeron ‘pero, ostras, yo nunca había entrado a esta iglesia’ y me parece mágico que una pintura pueda transmitir eso”.
Y aunque aclara que él no es una persona religiosa, dice Aryz que la Iglesia se supone que lucha por una serie de valores que muy pocos gobiernos, instituciones y marcas promueven como es el caso de la hermandad, la solidaridad, el amor y el respeto. En ese sentido, considera que ese tipo de eventos artísticos sirven también para sacar a la iglesia de cierto estancamiento y ofrecer un granito de arena para que, en cierta forma, puedan convertirse en espacios multiculturales de encuentro y reflexión.
Pintura en movimiento
Muy vinculado a distintas expresiones urbanas como el break dance, el rap y el hip hop que lo acompañaron mucho durante su etapa de grafitero, explica Aryz que, si bien en la actualidad está un poco más tranquilo, el movimiento sigue siendo algo fundamental en su pintura.
“Mis cuadros son grandes y es un trabajo muy gestual y físico, a diferencia de otros colegas que trabajan en superficies mucho más reducidas y, por lo tanto, pintan sentados y con caballete, mis cuadros los tengo por todo el estudio y voy caminando y me paso horas y horas de pie y andando por el estudio. Entonces sí es cierto que cuando a veces hay una música que de repente entra en sintonía con el momento en el que estás, pues sí que puede ser que termines bailando”.
Por otro lado, asegura que la música es fundamental para él porque, en momentos en los que no tiene tantas ganas de pintar, una buena canción resulta suficiente para amenizar el momento y, sobre todo, hacerlo sentir menos solo.
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