Edita, el enigma de la tía-abuela checa
Luego de haber trabajado treinta años como maquilladora de cine, Pamela Pollak decidió llevar a cabo su propia película con el propósito de resolver un misterio que la perseguía de niña: el de su tía abuela paterna Edita Rindler, una estudiante checa de la Bauhaus que llegó a ser discípula de Paul Klee y Kandinski pero que, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que rehacer su vida en Chile, donde ayudó a perseguir a varios jerarcas nazis y terminó internada en Bohnice.
“El hijo de Edita vino a Chile cuando yo era adolescente, a finales de los ochenta, durante la dictadura militar en Chile, para venir a enterrar aquí a su madre”.
Pamela Pollak
Aún sin fecha de estreno en República Checa, la película Edita de la directora checo-chilena Pamela Pollak acaba de obtener varios premios en el Festival Audiovisual de la ciudad argentina de Bariloche: mejor guion, mejor fotografía, mejor montaje, mejor sonido y mejor película. El documental trata sobre la impresionante historia de la checa Edita Rindler que murió en 1987 y era la tía abuela paterna de la directora que, actualmente, vive en la ciudad chilena de Pucón. Durante un largo proceso de más de once años de trabajo, cuenta Pamela que parte de la familia le brindó todo su apoyo, pero otra parte no entendía el objetivo de sacar a la luz, después de tanto tiempo, esa historia que preferían mantener en silencio. Y así como este documental familiar ofrece múltiples temas, también tuvo varios posibles principios, como ese momento crucial en el que Pamela Pollak conoció al hijo de Edita.
“Jarda que es el hijo de Edita vino a Chile cuando yo era adolescente, a finales de los ochenta, durante la dictadura militar en Chile, y de repente aparece un tío con acento europeo con las cenizas de su madre para venir a enterrarla aquí y nosotras empezamos a preguntar quién es este tío, qué son esas cenizas, dónde está la tía, y por qué no estaba aquí y por qué no la conocimos y todas las respuestas eran que era una mujer muy especial, que estaba enferma y el momento político super crítico con el final de la dictadura en Chile y el comunismo allá”.
Recuerda que Jarda llegó además con una cámara VHS que, en aquel momento, era algo muy especial. Se trataba, de hecho, de un tío rico que las filmaba, aparentemente, para hacer una película. Tal vez influida por la presencia extraña de ese tío, muchos años después, en 2011, ella decidió estudiar cine documental, luego de trabajar varios años como maquilladora de cine. Durante sus estudios, se dio cuenta de que tenía una historia para contar: la de su tía abuela Edita, de la que solo recordaba que, de niña, siempre le pedían que le hiciera un dibujo a la tía porque le enviarían una carta y querían agregarlo. Sin embargo, cada vez que intentaba saber algo de ella, solo le decían que vivía lejos y estaba muy enferma. Y asunto terminado. Ante semejante resistencia, Pamela Pollak terminó descubriendo que una llave para poder dilucidar el misterio de Edita era su hijo Jarda, aquel lejano tío de la filmadora.
“Una muy buena amiga checa que, en ese momento, estaba viviendo en Berlín me invitó a conocer a su bebé recién nacido y me pagó el pasaje a Alemania. Y fui con una camarita muy casera, muy doméstica, le conté a Jarda que estaba yendo a Alemania y que me gustaría conversar con él. Le conté que estaba estudiando documental y que me parecía que su historia y la de su mamá podían ser una película. Él se rió y me dijo ‘ya, conversemos’ y nos quedamos hablando hasta las tres de la mañana, yo cargaba material y volvía a descargar y, aunque la calidad de la cámara era pésima, para mí era súper importante y, al día siguiente, me dijo que había digitalizado el material de cuando había ido a Chile aquella vez a dejar las cenizas de su madre con una cámara VHS, ‘y ya que tú quieres hacer una película te regalo mi material para que tu hagas tu película’”.
Pamela aceptó de inmediato y, a medida que iba escribiendo el guion y avanzando con la cinta, se comunicaba con él para mantenerlo al tanto del proceso. Cuenta que toda esa parte de la realización, que iba desde la misma escritura del guion hasta la posproducción, significó para ella una experiencia completamente nueva que tuvo como principal dificultad la obtención de alguna ayuda o financiación. Sin embargo, asegura que nunca bajó los brazos. En primer lugar, porque sentía que no podía hacer otra cosa que terminar la película y, en segundo lugar, por haber contado con ese gran aporte de Jarda.
“Él fue un disidente y salió cuando tenía diecisiete años, el primero de agosto de 1968, de Praga, justo antes de que llegaran los rusos. Había pedido un permiso para salir de vacaciones a Suiza, le habían dado el permiso y cuando llegó la invasión rusa y, como además él no tenía buena relación con su madre, dijo que no volvería y se quedó afuera y, como disidente, nunca pudo volver a entrar y le informaron que su madre había muerto, pero él no pudo ir al funeral y pidió permiso para ir a buscar los restos de su madre y pensó que los comunistas se quedarían para siempre y entonces dijo ‘yo quiero que mi madre esté en un lugar en el que yo eventualmente la pueda ir a visitar’ y la trajo a Chile”.
Agrega Pamela Pollak que esa rama paterna de su árbol genealógico se trataba de una familia checa-judía bastante acomodada. Tenían minas de carbón, molinos y hasta una destilería en Moravia. Además comerciaban directamente con el emperador austrohúngaro, a tal punto que, en un momento, decidieron irse a vivir a Budapest para incrementar aún más su negocio y fue justamente en esa ciudad donde nació la tía Edita, una mujer que, si bien no aparece en los libros de historia, para Pamela Pollak condensa nada menos que la historia del siglo XX.
“Edita era la hermana mayor de tres mujeres de esta familia checo-judía nacida a principios del siglo XX y en su historia de vida relata la historia del siglo XX, eso a mí me parece tremendamente atractivo. Por otra parte, es una mujer anónima porque uno conoce, por ejemplo, a la escultora francesa Camille Claudel u otras mujeres con obra. Sin embargo, esta era una mujer completamente anónima que tenía ideales, tal vez era un poco naíf, estudió en la Bauhaus y fue alumna de Paul Klee y de Kandinski, se hizo trotskista, tuvo tuberculosis y estuvo encerrada en su departamento porque podía contagiar a los demás. Estuvo en sanatorios de los que salían vivas solo un veinte por ciento de esas personas que iban a morir a los sanatorios de tuberculosis y ella salió viva de allí. Para mí es una mujer de una fortaleza enorme y, a la vez, incomprendida”.
El ascenso del nazismo significó para Edita no solo la clausura de esa escuela vanguardista de arte y arquitectura sino también la obligación de tener que huir de Europa en el año 1939 para terminar recalando en Pucón, una ciudad al sur de Chile que, tal como cuenta Pamela, por ese entonces solo era una calle con unos quinientos habitantes. Es decir, un sitio en el que alguien como Edita solo podía sentirse atrapada.
“Hasta que encuentra en Valdivia, una pequeña ciudad que está muy cerca de Pucón, a un abogado, ministro de la Corte de Apelaciones que durante los años cuarenta estuvo recibiendo casos de alemanes nazis que empezaban a instalarse en el sur de Argentina, Chile y Brasil para formar una quinta columna u organización para que cuando Hitler se viniera a Sudamérica estuviera todo armado”.
Entre 1940 y 1943, Edita se pone a trabajar para detener a esos nazis y, en ese sentido, su aporte traduciendo del alemán fue fundamental para que lograran juzgar a casi sesenta jerarcas aunque, como Chile se consideraba un país neutral, la Corte Suprema les terminó ordenando que los soltaran. Una vez que termina la guerra, Edita decide regresar a la por entonces Checoslovaquia, pero explica Pamela que con la llegada de Stalin se empezó a complicar la situación porque su experiencia viviendo tan lejos la convertía en una persona peligrosa para el régimen. Por ese motivo deciden meterla presa con distintos cargos falsos y ahí empieza su franca decadencia. La separan de su hijo, a quien meten en un orfanato, mientras que a ella la acusan de loca y, por lo tanto, termina internada en el hospital psiquiátrico de Bohnice.
“A mí me toca fibras, primero que nada, desde lo femenino y de no ser sumisa a un hombre, a un matrimonio a una familia y ser además la artista de la familia y tener una profesión alternativa que no es lo tradicional por así decirlo y que eso no sea entendido como éxito sino más bien como fracaso porque está esa idea de que las personas sensibles con locas, los artistas están locos, así que ahí algo en lo que empatizamos bastante: yo también fui madre sin un matrimonio estable y formal. Sin embargo yo creo que tengo los pies un poco más puestos en la tierra que Edita, ella era más extrema que yo”.
Antes de exhibirse en el Festival Audiovisual Bariloche, la película se había estrenado, hace ya casi un año, en Chile. Cuenta la directora que jamás olvidará los nervios que sentía ese día. No solo por mostrar el trabajo que la había ocupado durante tantos años, sino también por exponer parte importante de la historia familiar.
“El día que nosotros estrenábamos la película acá en Chile, en el festival de cine documental de Chile yo estaba muy nerviosa por el estreno pensando si era correcto o no lo que estaba haciendo exponiendo a mi familia y entonces me contacta por Facebook una chica desde Alemania diciendo que estudiaba Historia del arte y había comprado un libro en una librería de usados que le parecía que era de Edita Ringle y googleando se había encontrado con mi película y entonces me manda una foto de la contraportada del libro firmada a puño y letra por Edita con misma letra de sus cartas, casi con el mismo lápiz, y me dice que el libro tiene un grabado pegado que me parece que es de ella y me manda una foto y efectivamente lo levanta y el grabado estaba firmado por ella”.
En efecto Pamela leyó unas quinientas cartas escritas en español, checo y alemán que fue leyendo una por una y ordenando cuidadosamente por fecha. La mayoría de esas cartas formaban parte de la correspondencia que Edita había mantenido con su familia en Chile, aunque había también muchas fotos y hasta un diario personal anterior a su llegada a Sudamérica escrito en alemán que, al principio, la dejó paralizada, pero luego decidió que también debía traducir. Una amiga actriz alemana que vive en Chile se disculpó diciendo que no tenía tiempo para encargarse de ese trabajo, pero le pasó el dato de una traductora que, con suerte, no le cobraría tanto. Sin perder tiempo, le escribió, le contó de qué se trataba el encargo y le envió fotos del material. Ella le preguntó cómo quería hacerlo y Pamela le propuso el modo que consideraba más simple: que la traductora fuera leyendo en voz alta el diario en español, mientras ella grababa para que no tuviera que transcribir. Entonces, la traductora le pidió que fuera a su casa.
“Para mí Edita es una mujer de una fortaleza enorme y, a la vez, incomprendida”.
Pamela Pollak
“Y llegué ahí y me encontré con una mujer de 55 años muy alemana, casada con un chileno fotógrafo y una hija que me dice: ‘yo nací en pueblito de Alemania y la educación alemana se ha encargado de instalar en nuestras generaciones un sentimiento de culpa infinito que tiene que ver con la reparación y como parte del currículum escolar leí novelas, el diario de Anna Frank y sin embargo jamás había leído un texto en primera persona, nunca había tenido contacto con algo así, yo por traducir esto no te puedo cobrar, el pago es que termines la película’”.
El trabajo de traducción lo hicieron durante varios días bastante espaciados. A veces ocurría que, poco antes de que llegara la fecha pautada, ella le cancelaba y le pedía que fuera en otro momento porque no se sentía bien. Luego se terminó enterando de que esa traductora alemana padecía un cáncer terminal y, por lo tanto, no alcanzó a ver el estreno de la película. Ese fue, sin embargo, uno de los hitos de los que Pamela Pollak supo sacar fuerzas para poder terminar su película.