Dos años de la invasión rusa: los retos de los refugiados en Chequia
Esta semana se cumplen dos años del inicio de la invasión rusa de Ucrania, que ha obligado a miles de ucranianos a abandonar su patria y enfrentar los retos de la vida en el extranjero. Cada uno de los refugiados tiene una historia única. En este programa especial compartiremos los destinos de Inga y Anna, dos mujeres ucranianas refugiadas en Chequia.
La ONU señaló recientemente que más de 14 millones de personas han dejado sus hogares en Ucrania desde el inicio de la invasión rusa, de las que casi 6,5 millones viven en el extranjero como refugiados. Un idioma diferente, otro trasfondo cultural, costumbres y la ausencia de familiares y seres queridos vuelven sus vidas en un reto constante. Inga, una mujer de Járkov abandonó la ciudad sobre la que volaban cohetes todos los días y relata las circunstancias que la llevaron a dar semejante paso.
“Mi marido y yo nos despertamos sin saber qué hacer ni adónde huir. Todo el tiempo veíamos proyectiles volando, casas y gasolineras ardiendo. Para mí, este horror perdura hasta hoy, todavía me estremezco con los sonidos agudos, porque las granadas volaban constantemente sobre nuestras cabezas, los disparos se escuchaban sin cesar”.
Bombardeos, calefacción apagada y miedo
El primer mes de la guerra, no había sirenas en la ciudad de Járkov, lo que provocaba un miedo constante. Con una temperatura de -20°C y la calefacción apagada, la vivienda se volvió difícil de habitar. Inga recuerda uno de los momentos más aterradores de su vida.
“Nuestra casa fue alcanzada durante un bombardeo. Nos reunimos toda la familia en el pasillo del apartamento. Las explosiones se produjeron muy cerca de nosotros, oímos cómo salían volando las ventanas de las casas vecinas, y luego los cristales de nuestra casa empezaron a volar. Es un edificio de nueve plantas y se balanceaba como si fuera una cabaña de madera durante un terremoto”.
“Es imposible sentirse seguro en Járkov”
Desde el principio de la guerra, todas las tiendas y farmacias estaban cerradas y después faltaban los productos esenciales. El barrio de Inga fue bombardeado intensamente y asaltado por grupos subversivos rusos. Inga con sus hijos se dirigieron a la República Checa, mientras que su esposo permaneció en Ucrania. Durante los primeros 150 días, recibieron ayuda de la República Checa, que incluyó alojamiento gratuito y asistencia. Durante este periodo, Inga consiguió trabajo. A la pregunta si se plantea regresar a su ciudad, responde que la inseguridad se lo impide.
“Járkov está muy cerca de la frontera, es imposible esconderse en un refugio antiaéreo, simplemente no hay tiempo suficiente. Aunque ahora hay refugios antiaéreos, dada la proximidad de la frontera con Rusia, es absolutamente imposible sentirse seguro en Járkov, sobre todo con niños. Hay granadas sin explotar por todas partes, y encontramos algunos proyectiles. Me da mucho miedo volver a una zona así”.
“Hay momentos en los que te tienes que desprender de todo”
Anna Lisovská llegó a Praga desde un pequeño pueblo de la región de Zhitómir. El miedo la obligó a marcharse. En marzo de 2022, cuando se acercaba el Ejército ruso, Anna abandonó el pueblo con sus dos hijos y su perro. El ex marido de Anna vivía en Praga, así que viajaron a la capital. La relación no funcionó desde el principio y ella y sus hijos se quedaron sin hogar. Finalmente, un encuentro fortuito salvó a la familia; un desconocido en la estación que vio la desesperación de Anna le dio un número de teléfono que representó una esperanza, según recuerda.
“Fue una historia realmente increíble. Estaba desesperada, sentada en la estación con los niños, esperando, sin saber qué hacer exactamente. Una mujer se me acercó y me dijo: Veo que estás desesperada, ¿te ha pasado algo? ¿Necesitas un sitio donde quedarte? Intenta llamar aquí. Me dijo que estaba en pleno centro, que era un convento. Me preocupaba mucho si era capaz de comunicarme con esta gente, pero llamamos. El hombre no entendía inglés ni ucraniano. Nos costó hablar, pero conseguimos entender que podíamos ir allí. Realmente lo veo como una ayuda de Dios”.
Anna y sus hijos comparten una habitación con cocina y el cuarto de baño con otras cuatro habitaciones. Aunque son condiciones modestas, Anna aprecia la oportunidad ofrecida.
“Si no tienes nada, eso te apoya mucho y te ayuda a mantenerte en pie y a adaptarte. Sobre todo, cuando no tienes nada. Cuando nos fuimos de casa, comprendimos que lo que llevamos con nosotros no lo necesitábamos. Puede haber momentos en los que tengas que desprenderte de todo y simplemente cogerte de la mano para no perderte. En esos momentos críticos, entiendo que las cosas materiales no son lo más importante”.
“Mucha gente no entiende lo que cuando destruyen tu país”
Otro reto para Anna fue encontrar una escuela para los niños. Tardó tres meses en encontrar una plaza para su hija de 15 años y casi medio año para su hijo de 10 años. Los niños a menudo sufrían acoso e incomprensión por parte de sus compañeros sobre la situación en la que se encuentran los refugiados hoy en día. Como consecuencia, el hijo de Anna tuvo que cambiar de colegio.
“Mucha gente no entiende lo que significa que destruyan tu país. Una cosa es ver unos misiles en la televisión y otra muy distinta es verlos sobrevolar, oírlos silbar. Entiendes que van a caer en algún sitio, pero no sabes dónde. Son momentos críticos en la vida, y si los vives muchas veces en poco tiempo, estás en tal estado emocional que reaccionas muy bruscamente a todo. Había niños que nos preguntaban si nuestra casa estaba en ruinas y nos decían que por qué habíamos venido aquí. O preguntan si hay alguien herido. Preguntas como esta surgen a menudo, y los niños suelen decir que sus compañeros de clase suelen decir lo mismo. O se burlan diciendo que Ucrania perderá, que es débil. No entienden la fuerza de las palabras, cuanto duelen y lo difícil que nos resulta aceptarlas”.
A pesar de estos retos, Anna está agradecida a las personas que ayudaron y apoyaron a su familia, y entienden su situación. Mientras que Anna estudia activamente la lengua checa, los niños ya lo dominan. En el monasterio, Anna confecciona vendas elásticas para atender a los heridos en los hospitales de Ucrania. Anna sigue sin creer que en el siglo XXI pueda estallar la guerra que cambió su vida, pero cree en la victoria de Ucrania.